Pero, ¿por qué le había buscado precisamente a él? En el mercado local existían profesionales más acordes con la posición de la señora Barandiarán. Incluso algunos de los detectives de la ciudad eran –como en la mayoría de los partidos políticos– los hijos tontos de las familias acomodadas, vestidos con sus blazers azules y con sus corbatas pasteles, y conduciendo sus coches clásicos o sus motos Harley. Ese era el tipo de detective que debía haber escogido la mujer de Mato. Sólo unos cuantos como Malpartida salían de las cloacas de la ciudad: antiguos policías alcoholizados, abogados cocainómanos y demás calaña.
Ricardo Malpartida había peleado mucho en esa profesión. El hecho de no tener padrinos no le había impedido conseguir abrirse camino como uno de los investigadores mejor dotados para este tipo de trabajos. Era muy imaginativo y bastante descarado, dos buenas cualidades para ser sabueso.
En su contra estaba el odio por la tecnología. Le fastidiaban todos los aparatos, excepto la pistola por motivos ya conocidos, al revés que a muchos de sus compañeros que se les hacía el culo gaseosa con los últimos equipamientos de escucha, con los visores de rayos x o con los sistemas de detección de ultrasonidos.
A él lo único que le interesaba era el contacto físico, la conversación con sus colegas, con sus colaboradores, con los diferentes chivatos que tenía a su alrededor y a los que regularmente invitaba: antiguos compañeros de taxi, fulanas del barrio, vendedores de seguros, empleados de quiosco o libreros reconvertidos en pinches de cocina debido a la piratería de libros. Cuando necesitaba algo sofisticado, sobre todo relacionado con la informática, utilizaba las habilidades de su hija, que en eso, todo había que decirlo, era un hacha.
Probablemente la señora Barandiaran había preferido que no se supiese que había contratado a un detective y por esa razón no acudió a ninguno de los de su clase. Es más, le comentó que fuese discreto, que no dijese para qué cliente estaba trabajando, ni siquiera a la policía, en especial a la policía. Eso le hizo sospechar que deseaba guardar las apariencias y no quería ser percibida como desconfiada de las instituciones encargadas de solucionar este tipo de circunstancias. Una buena ciudadana respetuosa con las autoridades, como Dios manda. Mejor. Así tendría más libertad de movimientos y podría ser más osado.