Revista Literatura

Asesinato-Capítulo 9

Publicado el 06 marzo 2011 por Gfg
Malpartida no solía tener prisa para comenzar sus investigaciones. La verdad es que no le gustaba tener prisa por empezar nada. Era de los que pensaba que convenía distanciarse de las cosas y mantener la cabeza fría. Según decía, le gustaba el vértigo del último minuto porque le estimulaba sus neuronas. Por eso, cuando se fue la viuda, se dio un tiempo para repantingarse en su sillón deshilvanado de cuero, poner los pies en la mesa, fumar un pitillo y mirar por la ventana mientras observaba la parte vieja de la ciudad.
Desde luego era un placer estar tumbado ahí a media mañana, mientras la luz entraba por las ventanas, sabedor de que había conseguido un trabajo importante y sin querer ocuparse de él por el momento, esperando a que los acontecimientos, con su tozudez innata, abrieran algún resquicio por donde indagar.
Pasados unos minutos de relajo y de estiramientos varios, comenzó a pintarrajear en un papel los distintos personajes que rodeaban al desaparecido: mujer, familiares, asistenta, chófer, amigos, ex compañeros de trabajo, profesores de universidad, políticos de turno. Muchos. Demasiados. Según lo hacía, le envolvió un halo de pereza. Bostezó. Se estiró de nuevo. Empezar un caso siempre le producía mucha indolencia y un cierto pavor. Quizá hubiera sido mejor decir que no y seguir con su vida tranquila de cazador de tercera regional. Era una opción, pero el dinero había sido determinante.
La suerte estaba echada. Había que indagar y prestar la mínima atención a un buen número de individuos que habían mantenido algún tipo de relación humana o profesional con Mato. Para ello era necesario clarificar el terreno, entender a qué se estaba jugando, visualizar los actores principales de esta partida que seguramente había comenzado bastante tiempo atrás y que había tenido un desenlace fatal hacía muy pocos días, y completar el puzzle.
Fue entonces cuando su cabeza se despejó y decidió comenzar las pesquisas por donde solía hacerlo, por la propia policía. Nadie mejor que ellos para saber lo que no había que hacer. Toda información que les sacase solía ahorrarle mucho tiempo y bastantes quebraderos de cabeza.
Porque, aunque pareciese mentira, la policía actuaba con los mismos tics que en las películas, pero en provinciano. Eran imitaciones reales de la ficción y, por tanto, más ficción que la propia ficción.
Se creían todopoderosos con sus uniformes y sus sirenas. En especial cuando la Unidad de Investigación se encargaba de un caso. Entonces todo el mundo se ponía nervioso, en concreto si el asunto era llevado por la inspectora Barredo, una mujer inteligente a la que le podía su odio a los advenedizos, entre los que se encontraban los periodistas y los detectives, pasando por forenses, fiscales, secretarios de juzgado y jueces. Hombres en general.
Esto era debido a que llevaba muchos años en el cuerpo y había sido ninguneada más de un vez por sus superiores y por todo tipo de incompetentes masculinos cuyas  mayores virtudes eran la cobardía y la maldad. Y ella no perdonaba. Sabía que debía ser implacable con sus compañeros y con todo el ambiente condescendiente que le rodeaba. Eso le ponía a la defensiva y le obligaba a ser la mejor policía del mundo con el peor temperamento de la tierra.
Malpartida, por su parte, pasaba de ella y de toda la recua de vagos y maleantes que la acompañaban y que costaban un dineral al contribuyente. Prefería tratar con el delegado de El Sindicato, Miguel Trajano, un hombre mucho más práctico y con gran experiencia en casos como el actual por haber estado en el mismo departamento, hasta su elección como enlace sindical y su pase a la buena vida. A eso había que sumarle que ambos habían coincidido en la mili en Córdoba y cuidaban una amistad que iba más allá de sus ocupaciones profesionales.
La conversación fue rápida porque Trajano estaba con otro compañero y no quería explayarse por el móvil. Quedaron para verse por la tarde, tras el trabajo, en El Hispano, uno de esos antros controlados por la mafia latina, esa mafia que estaba tomando los lugares de copas y convirtiéndolos en centros de drogadicción.
Mientras tanto, aprovechó para realizar unas cuantas llamadas más. La primera fue para su hija que estaba en El Instituto. Aunque tenían prohibido coger el teléfono durante las clases, tuvo la suerte de localizarla en el recreo. Quería que le buscase por internet todo lo que apareciese relacionado con Angel Mato: títulos, cargos, viajes, premios, etc.
– Será mucho, contestó la chiquilla con cierta suficiencia, como si su padre no pudiera calibrar lo que le solicitaba.
– Prioriza, por favor. Lo más reciente. Lo que veas más importante. Ya sabes, usa tu cabeza.
Era mucho pedir, pero al fin iba a amortizar el equipazo que le había comprado. Le solicitó que se lo imprimiese y que se lo dejase en la encimera de la cocina para cuando llegase a la noche.
También llamó a Eva y le dijo que se olvidase de él por el momento, que no pasaría por su apartamento porque había quedado con un amigo y se solían liar. En mala hora. Fue comentarle su ausencia y comenzar las quejas. Que si tenía una cena sorpresa, que notaba falta de atención hacia lo que habían construido juntos, que últimamente no hacía nada por ella, que si le pasaba algo, que ya no le satisfacía ni con la pistola…
Eva era ejecutiva de La Caja de Ahorros y se dedicaba a gestionar los siempre escasos fondos dedicados a temas culturales. Como la mayoría de los que trabajaban en materias artísticas, había adoptaba una pose un tanto intelectual en sus maneras y en la forma de hablar, lo que a veces la hacía odiosa. Parecía que el contacto con esa farándula de chupadores de subvenciones le había influido en su forma de vestirse y de comportarse. Y como a tantos pintores o escritores, sus ínfulas se le acababan en cuanto la ponían cachonda, dejando los pensamientos superiores para mejor ocasión.
Malpartida colgó el teléfono sin darle mayor importancia como debieron hacer los caballeros medievales cuando partían para las cruzadas: azuzando el caballo y pensando que tenían dos años por delante para estar solos y cortar las cabezas de todo sarraceno que se pusiera a tiro. En cualquier caso, estaba acostumbrado a ser el malo de la película y aunque le afectaba, en esta ocasión, no estaba para bobadas dado el importe del talón y la presencia de la dama.
También aprovechó para contactar con alguno de los soplones habituales. Quería que estuviesen atentos a todo lo que se moviese en torno a ese tema. Les pidió discreción –sabiendo que eso era imposible– y les indicó que le fueran reportando según se enteraran de algo, por muy indirecto o nimio que pareciese.

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