Así no

NO ME GUSTAN las estridencias, ni tampoco los gritos. ¡Qué le vamos a hacer! Esperanza Aguirre nos ofrece muchos motivos para criticar su gestión, aunque tengo para mí que sus acciones deben ser desmontadas con argumentos y nunca con descalificaciones que sólo generan más crispación. Me refiero, naturalmente, a la accidentada visita de ayer al hospital de Getafe.
La creciente privatización de la sanidad, mal que nos pese, no es algo exclusivo de Madrid. A mí, personalmente, no me gusta esa lenta apropiación de lo público. Y no me gusta porque entiendo que los servicios esenciales deben permanecer en manos, o bajo el control estricto, de las Administraciones. Por una simple cuestión de equidad. Y si es más caro, pues que se las ingenien para evitarlo. Entiendo, eso sí, que resulta imprescindible una cierta colaboración público-privada. La cuestión está en dónde se ponen los límites para que no todo el monte sanitario, pongamos que hablo de Capio o de Ribera Salud, se convierta en orégano. Ni la Sanidad, ni la Educación, ni tampoco los Servicios Sociales, pienso yo, deberían quedar al albur del mercado, tal y como preconizan las teorías liberales. Esa es una conquista social irrenunciable.
Abrir el debate sobre la pérdida de calidad de la sanidad pública o sobre la imparable aportación de recursos hacia la privada me parece fundamental. Lo que no acabo de entender es que haya que hacerlo como se hizo ayer en Getafe. Vaya por delante que ni creo que Pedro Castro organizara la "algarada", como sostiene el consejero Güemes, ni que la Plataforma fuera desencaminada en muchas de sus reivindicaciones. Lo que trato de explicar es que, al final, todo eso se puede volver en contra de ellos. La imagen que queda de ayer es la de los incidentes, hábilmente utilizados por el PP, y no la reivindicación de fondo. Por ese camino no se llega a ningún lado. Ni a Sol, ni tampoco a Moncloa.