Tirito de frío. Estoy arrinconada contra el cemento, sentada en una esquina que huele a orina humana. Me duele el pecho y no puedo dejar de toser. Ya llevo dos días caminando sin rumbo. No he vuelto a encontrarme con nadie. Ni siquiera sé dónde estoy.Un hombre gordo, de cabello grasiento que cruza, a modo de peluquín, una brillante calva, se acerca y me pregunta:—¿Cuánto?“No tengo suficiente hambre para eso, no permitiré que me reduzcas a eso…”, pienso.A mi lado hay unos cristales rotos de una ventana vieja y desconchada que se apoya, cansada, en un contenedor de basura. Protegiendo mi mano con la manga agarro uno y me levanto de golpe.—Dame la pasta o te rajo cabrón—digo acercándole el filo y arrinconándolo contra el contenedor.Se niega. Miro el brillante trozo de vidrio, está limpio. Se lo acerco a la garganta y aprieto lo suficiente para que sienta como rompe sus primeras capas de piel. Una gota carmesí tiñe el cuello amarillento de su camisa.—No tengo ningún problema en acabar con tu mierda de vida, te lo confieso. Mi tío pensó que no le haría daño, al fin y al cabo me había acogido. También lo pensaron mi mejor amiga y mi ex novio…, y ¿ahora cómo están? —desenfundo mi mano ensangrentada.El olor, húmedo y pestilente, me avisa de que he conseguido asustarle. Una mancha oscurece sus pantalones. Saca todo su dinero de la cartera.—Por favor, no me hagas daño… —lloriquea.Me alejo de allí. No se atreverá a seguirme, tampoco a admitir que una niña a la que le estaba pidiendo sexo se ha llevado todo lo que tenía encima. Busco un restaurante, necesito comer algo caliente. Paso junto a una tienda de ropa y me compro una chaqueta. Con un bocadillo de tortilla de patata y un refresco de cola me paseo buscando algo que me diga dónde me encuentro. —Disculpe, ¿puede decirme dónde estoy? —Pregunto con la boca llena a un chico con barba rala y gesto cansado. —En Conde de Ibarra —responde con el mismo acento del hombre del callejón.—¿Dónde queda Arco de Triunfo? Necesito localizarme.—¿Arco de Trunfo? Chiquilla, andas un poco perdida —ríe.Miro a mi alrededor. No entiendo qué está pasando. El chico se aleja y yo me acerco al primer quiosco que encuentro. Miro el diario: leo la fecha y la comunidad autónoma. Por suerte no dejo caer el bocadillo, pero el refresco se desparrama por el suelo.—¡Cuidado! —Grita la quiosquera —. Niña, a ver si vas a mojarme el género.—¿Estoy en Sevilla? —Pregunto todavía descolocada.—Claro, ¿dónde crees que vas a estar? —¿Y cómo he llegado hasta aquí?—¿Cómo?—Nada, lo siento —me disculpo. Ya no tengo hambre. Envuelvo el bocadillo en la bolsa de papel y me lo guardo. —Estoy en Sevilla…—Sí, y ahora tenemos que ir a buscar a alguien —dice mi alter ego chapoteando en los charcos más recientes.
Astrid, capítulo 75: Sevilla
Publicado el 05 febrero 2013 por MiransayaTirito de frío. Estoy arrinconada contra el cemento, sentada en una esquina que huele a orina humana. Me duele el pecho y no puedo dejar de toser. Ya llevo dos días caminando sin rumbo. No he vuelto a encontrarme con nadie. Ni siquiera sé dónde estoy.Un hombre gordo, de cabello grasiento que cruza, a modo de peluquín, una brillante calva, se acerca y me pregunta:—¿Cuánto?“No tengo suficiente hambre para eso, no permitiré que me reduzcas a eso…”, pienso.A mi lado hay unos cristales rotos de una ventana vieja y desconchada que se apoya, cansada, en un contenedor de basura. Protegiendo mi mano con la manga agarro uno y me levanto de golpe.—Dame la pasta o te rajo cabrón—digo acercándole el filo y arrinconándolo contra el contenedor.Se niega. Miro el brillante trozo de vidrio, está limpio. Se lo acerco a la garganta y aprieto lo suficiente para que sienta como rompe sus primeras capas de piel. Una gota carmesí tiñe el cuello amarillento de su camisa.—No tengo ningún problema en acabar con tu mierda de vida, te lo confieso. Mi tío pensó que no le haría daño, al fin y al cabo me había acogido. También lo pensaron mi mejor amiga y mi ex novio…, y ¿ahora cómo están? —desenfundo mi mano ensangrentada.El olor, húmedo y pestilente, me avisa de que he conseguido asustarle. Una mancha oscurece sus pantalones. Saca todo su dinero de la cartera.—Por favor, no me hagas daño… —lloriquea.Me alejo de allí. No se atreverá a seguirme, tampoco a admitir que una niña a la que le estaba pidiendo sexo se ha llevado todo lo que tenía encima. Busco un restaurante, necesito comer algo caliente. Paso junto a una tienda de ropa y me compro una chaqueta. Con un bocadillo de tortilla de patata y un refresco de cola me paseo buscando algo que me diga dónde me encuentro. —Disculpe, ¿puede decirme dónde estoy? —Pregunto con la boca llena a un chico con barba rala y gesto cansado. —En Conde de Ibarra —responde con el mismo acento del hombre del callejón.—¿Dónde queda Arco de Triunfo? Necesito localizarme.—¿Arco de Trunfo? Chiquilla, andas un poco perdida —ríe.Miro a mi alrededor. No entiendo qué está pasando. El chico se aleja y yo me acerco al primer quiosco que encuentro. Miro el diario: leo la fecha y la comunidad autónoma. Por suerte no dejo caer el bocadillo, pero el refresco se desparrama por el suelo.—¡Cuidado! —Grita la quiosquera —. Niña, a ver si vas a mojarme el género.—¿Estoy en Sevilla? —Pregunto todavía descolocada.—Claro, ¿dónde crees que vas a estar? —¿Y cómo he llegado hasta aquí?—¿Cómo?—Nada, lo siento —me disculpo. Ya no tengo hambre. Envuelvo el bocadillo en la bolsa de papel y me lo guardo. —Estoy en Sevilla…—Sí, y ahora tenemos que ir a buscar a alguien —dice mi alter ego chapoteando en los charcos más recientes.