“That’s just the light
It’s only an image of her
It’s just a trick of the light”
Director: Luigi Bazzoni
Año: 1974
País: Italia
96 min.
Fotografía: Vittorio Storaro
Música: Nicola Piovani
Guión: Luigi Bazzoni y Mario Fanelli según la novela de Mario Fanelli, Las Huellas
Reparto: Florinda Bolkan, Peter McEnery, Nicoletta Elmi, Caterina Boratto, John Karlsen, Esmeralda Ruspoli, Ida Galli, Miriam Acevedo, Rosita Torosh, Luigi Antonio Guerra, Klaus Kinski
Luigi Bazzoni apareció hace tiempo por aquí en un artículo doble que glosaba dos títulos tan notables como La mujer del lago y El día negro. Extraños gialli situados cronológicamente en la protohistoria el esplendor de un género al personalizaban con arreglo a un discurso ya definido, a unos intereses estéticos (especialmente en lo referido a la consideración del espacio) y conceptuales (la importancia cardinal del misterio como idea) que mostraban a un autor genuino que aportaba una visión profundamente
¿Qué es Huellas de pisadas en la luna entonces? Principalmente un film de misterio, pero al igual que La mujer del lago -y de un modo mucho más radical ya que en aquella la intriga era finalmente revelada- el enigma, el misterio, es su misma naturaleza una propiedad que comienza y se acaba en si misma. Bazzoni logra en esta obra maestra la consecución de un film única y exclusivamente levantado sobre “la pregunta”, sobre “el misterio” y no sobre “la respuesta” que sería la derrota
Una mujer, que trabaja como traductora en unas conferencias sobre astronáutica, es acosada por sueños de una película de ciencia –ficción (de tonos sepia y aire soviético) en la que un astronauta monitorizado por un siniestro científico (pequeño pero memorable rol de colaboración para Kinski) es abandonado en la superficie lunar. Tras despertarse una mañana descubre que ha perdido tres días sumidos en una amnesia que comienza durante un ataque de pánico en medio de una sesión (visualizada con la
La memoria reconstruida: los recuerdos son un puzzle que pegamos hasta obtener una imagen aceptable.
misma estética “dura” que los sueños). Nuevas pistas en su apartamento: un pendiente desaparecido, un vestido amarillo y una postal rota de un señorial hotel en una isla llamada Garma.
Con el viaje (metáfora clara del descubrimiento) comienza la trama propiamente dicha. Desarrollada con un tempo mesmerizante que se apoya limpiamente en la extraordinaria fotografía de Vittorio Storaro y el evocador score de Nicola Piovani, el autor remeda, superándolo, el tono (y las intenciones) de su primera película recuperando el decadente encanto melancólico de una lugar vacacional fuera de temporada y logra, en base a una perfectamente depurada puesta en escena, volver extraño y amenazador cualquier detalle y cualquier espacio. Así se suceden, de acuerdo con la misma valoración, exteriores e interiores
Al poco de aterrizar en Garma (atención al modo subliminal en el que Bazzoni introduce un contraplano de Florinda Bolkan a su llegada a la estación: no solo su posición no se corresponde sino que esta vista a través de un filtro azulado. Ese contraplano está hecho desde otro lugar del tiempo y el espacio y da una mínima clave de a donde va a ir a parar la trama e igualmente explicita el carácter irreal de la misma atendiendo siempre a una lógica que pertenece al mundo del sueño) comienza a investigar sobre esos tres días de ausencia, una niña da la pista fundamental: estuvo allí pero no era ella, era otra mujer. Estaba aterrorizada y decía que alguien la perseguía, una conspiración, una organización secreta. Poco a poco más personajes la reconocen como a esa otra y ella misma comienza a transformarse en su propia doble profundizando en la otra parte del
Volviendo a la base de esta reseña, lo que propone el director (y su guionista Mario Fenelli, autor de la novela en la que se basa) es una historia que no necesite resolverse, o más aún de resolución imposible porque se ciñe de tal modo al punto de vista completamente alterado de su personaje principal (excepcional la gran actriz brasileña Florinda Bolkan) que la paranoia lo devora absolutamente todo, incluida la narración y cualquier noción de verdad o invención, un sffumato cinematográfico que deja indiferenciables los bordes de la realidad. El terreno que se toca, si bien está cercano a las miradas sobre los terrores femenino de Roman Polanski o incluso de la dislocación temporal de un Nicholas Roeg, como bien se ha escrito, parece todavía más apegado a la demencia persecutoria (personajes inoculados, implantados, sustituidos,
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