Parece mentira que en los tiempos que corren y con la edad que sopesa a sus espaldas aún siga con la cantinela de siempre: "No puedo, mis padres se van a enfurecer". Madura su cuerpo y mente, pero no así la actitud de su familia hacia ella. El trato que recibe por parte de sus progenitores es el mismo que recibía diez años atrás, e incluso me atrevería a decir que es peor. Si con diecisiete años no se preocupaban de sus méritos académicos pero sí de con quién salía o dejaba de salir, con veintitantos se siguen entrometiendo en su vida íntima y, además, se inmiscuyen en los trabajos que busca o dejaba de buscar. Se siente atada. Ella, muy reacia a cualquier tipo de disputa, intenta pasar desapercibida a ojos de su padre, su mayor detractor; siempre infravalorándola, comparándola con otros (para mal, obviamente), exigiéndole lo superfluo, en definitiva, teniéndola en baja estima. Evidentemente, a veces estalla la rabia contenida en forma de lágrimas e impotencia, pero aún así no se rinde. No le importa que no la valore, aunque le duela. No le importa que la insulte, aunque le saque de sus casillas. Ella lucha por su objetivo, siempre lo ha hecho sin ayuda de nadie y esta vez no iba a ser menos. Intenta labrarse un futuro, la vida que le gustaría tener a medio plazo. El camino no se le presenta fácil, pero tampoco imposible. Es una chica guerrera. Tiene muchísima fuerza de voluntad y, sobre todo, paciencia. Es consciente de que no obtendrá resultados óptimos enseguida, pero está segura de que todo el esfuerzo que lleva invertido en los últimos seis años serán recompensados a base de bien. Se siente orgullosa de quien es, y nadie disipará sus ilusiones. Sabe que el tiempo le dará la razón, su momento algún día llegará y entonces, sólo entonces, callará bocas y perdonará a todos aquellos que nunca confiaron en su valía. No hunde quien quiere sino quien puede, y con ella jamás podrán. Está feliz, llena de energía. Se siente desatada.