Esta es una anécdota en partes: la 36ava en la saga del Dr. Kovayashi.
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- “Un escorpión amarillo”, exclamó K., satisfecho de haber confirmado su diagnóstico.
Minutos después, al no encontrar mayores motivos para permanecer en la choza, giró sobre sus talones y con pasos exagerados volvió al exterior. Ya fuera por el manoseo o por la evolución normal del rigor mortis, el cadáver del Sr. X dio un pequeño respingo en la tumbona, y la esquina de un sobre de papel madera asomó bajo su trasero. Los ojos de David, quien aún sentía hostilidad hacia el muerto por cómo había tratado al doctor, se iluminaron. Tomó con premura el sobre y al ver que llevaba una inscripción manuscrita en el dorso corrió a toda carrera hasta donde se encontraba Kovayashi.
Impulsado por la curiosidad y el asombro, como todo buen científico, lo abrió sin demorar. Ante la mirada impávida de los dos monos, Kovayashi extrajo un grueso fajo de euros, tan compacto que los billetes, todos ellos de 500 €, parecían recién fabricados. Con una precisión de banquero suizo, el doctor dividió el fajo “a ojo” en siete partes iguales. Las dos primeras se las entregó en mano a Nikola, quien acusó con un chillido apagado el peso de la responsabilidad. Lo mismo sucedió al entregarle el segundo par de fajos a David. Un tercer par fue a parar bajo su propio calzado, mientras que el séptimo restante fue el único en ser obsesivamente contado y recontado. Después de realizar mentalmente dos multiplicaciones sucesivas, K. tuvo la certeza de que aquel sobre contenía, en total, la nada despreciable cantidad de 280.000 euros. Una vez devuelto al sobre el 100% de los billetes, ambos primates comenzaron a dar brincos y a corretear por el campamento, ajenos a la mirada reconcentrada de Kovayashi.
Por ese entonces, la luz del sol penetraba en la selva de manera tan oblicua que el contraste entre las áreas sombreadas y las iluminadas obligaba a entrecerrar los ojos. Era el instante mágico que precede al crepúsculo, cuando cada árbol, cada animal y cada bruma que se desprende del suelo se tiñe con tonalidades que van desde el anaranjado hasta el rosa. No obstante, esa tarde la selva oscureció prematuramente, como si el silencio amargo que reinaba desde de la matanza de las aves hubiera ahogado toda luz, todo perfume y toda magia. Era la misma amargura que se había adueñado del alma de Kovayashi, para quien la palabra doctor en el sobre encerraba un mensaje que excedía lo obvio, un significado que recién alcanzaría a vislumbrar con la llegada de la noche.
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