Atrocidad

Publicado el 02 noviembre 2012 por Bloggermam

Ensimismado, mirando la cerveza muda que custodiaba la taberna ausente de hombros en los que llorar, recapacitaba sobre la atrocidad que había cometido.

La presión de años le había derrotado, pero en última instancia había reaccionado. Y ahora se dejaba  llevar por la necesidad vital de respirar su propio aire y no el que le dictaran.

Superado por la devastadora rutina que suponía la constante anulación, había arrancado de cuajo la vida de sus padres.

Fue un acto meditado cientos de veces en silencio aunque jamás llevado a la práctica. En el último momento siempre decidió evitar el dolor ajeno, prefiriendo torturarse eternamente. Pero nada es infinito y menos aún la resistencia de un espíritu atormentado. Acorralado por sí mismo huyó por el único camino que le quedaba sin importarle los obstáculos que tuviera de destruir para conseguir emprender su camino.

Como una lija amarga, su trágica decisión le rozaría las entrañas de por vida. Aún así, evocar aquel atroz momento le provocaba una vibrante sensación de libertad, sólo arañada por el vértigo de la huida de todo aquello que había conocido hasta entonces.

Tomó la cerveza, que le acompañó durante horas de dolorosa meditación, en su mano. Brindó por sí mismo ante un público inexistente, y saboreó hasta la última gota como si se tratara de un refrescante néctar paladeado en una tarde de estío.

Su atrocidad reverberaba en el interior de sus ojos, como un mal anuncio al que su propia repetición arranca una vez tras otra la mínima capa de verdad con la que está envuelto.

Ganó la libertad, pero el precio que pagó por ello fue el eterno repiqueteo en su cabeza de sus propias palabras: “Padre, Madre. Lo siento. No puedo, no quiero ser abogado. Yo soy artista”; seguidas de un atroz silencio, porque un corazón helado por el estupor es incapaz de balbucear una disculpa.

Posó el vaso en la mugrienta mesa e hizo mutis con destino a un feliz fracaso.