Hoy venía a decir nada.
Y en verdad lo diré todo.
Que entre recuerdo y recuerdo te cuelas y quedas, te callo y te olvido, resistes, te aferras al tiempo, o al viento, o a mí, y yo en parte te quiero dejar ir y en parte no, y ya no se con qué opción quedarme.
Contigo, tal vez.
Contigo y sin ti.
Porque te quiero sin mí, mejor para ti.
Hoy venía a decir nada y todo a la vez.
Que sigo conservando tu teléfono por si algún día me atrevo a decir lo siento.
Dos palabras que cuestan tanto, que significan tanto…
Lo tengo ahí, esperando, esperando a que deje de ser un cobarde y me grite a mi mismo, que lo hice mal, que debería haber sido de otra manera, que caminé sobre errores que hacían camino, que todas las salidas me llevaban hacia a ti y aún así me equivoqué.
Cuento cada número, y mientras tanto observo tu foto, tu piel blanca, que mira a un vacío en el que un día estuvimos los dos. Miro esa barra que parpadea en donde un día hubo palabras, más que palabras, simplemente tú y yo, aferrándonos a la vida, a futuros que creíamos posibles, y a imposibles también, porque son ellos los que hacen que estar aquí merezca la pena.
Pero me callo.
Y me alejo de ti.
Aún más si cabe, si estamos ya a kilómetros, cien o cuatrocientos, que más da.
Hoy venía a decir nada.
Y todo a la vez.
Que lo siento, sin más.
Aun sabiendo que no me leerás, aun sabiendo que nunca sabrás que lo siento, aun sabiendo que me seguirás creyendo un imbécil.
Y lo soy.
Y lo fui.
Tecleo ese mensaje que me deja en vilo.
Y paro en ese último paso. El que lo cambia todo.
Pero no envío. Y borro. Y apago el móvil. Y lo lanzo a diez metros de mí. Con fuerza. Lo desmonto, quizá no vuelva a funcionar. Me da igual, no me importa.
Solo sé que hoy tampoco te lo he dicho.
Y que probablemente tú nunca lo sepas.