Iba en coche como cada mañana al despertarse, desayunar, asearse y recoger parte de su escritorio para llevárselo al trabajo. Eran las 6 am. y, tardaba mínimo hora y media en llegar allí. Conducía con desánimo, sin ilusión y con demasiado cansancio a pesar de haber dormido perfectamente durante la noche. Últimamente, se ponía hasta el culo de las drogas y el alcohol; dando positivo en los últimos controles de alcoholemia que ha tenido que hace en las semanas anteriores. Nadie podía entender qué demonios le pasaba, ni qué había pasado para llegar a esa situación.
En verdad, sólo había alguien que lo conocía realmente y, sin ni siquiera estar ya lo sabía todo de él. Estaba siempre tirada en el suelo de algún bordillo de alguna cafetería, sin apenas fuerza, con la mirada perdida y la cabeza gacha. En la mano sostenía un vaso de plástico esperando a oír el suave ruido que hacía las monedas al chocar con las (pocas) monedas que había ya dentro de él y, frágilmente, daba las gracias a quien le hubiese echado la moneda. No solían ser más de cuatro o cinco personas al día, las demás se limitaban a reírse de sus penas y a intentar humillarlo más de lo que ya estaba pasando, y si no a mirar con la cara larga y pasar de largo. A diferencia de quien se encontraba en su situación, e incluso en peores condiciones, no portaba ningún cartelito a su lado, ni en su pecho ni siquiera en su espalda debido el viento. Su ropa desprendía un olor a alcohol y tabaco de no haberse duchado durante meses. Aún así llevaba en una mano la botella de Whisky y, en la otra, una cajetilla de tabaco. Era los dos únicos protagonistas de su vida, y mientras pudiese consumirlo estaba a salvo.
Seguía conduciendo, rumbo al trabajo enredando de vez en cuando en la radio del coche, sin encontrar nada interesante. O, al menos, nada que le pudiese interesar en ese momento. A medida que iba entrando por las cordilleras a lo lejos, comenzó a viajar entre algunos recuerdos y, por ellos, caía alguna que otra lágrima por su mejilla. Cerraba los ojos alguna que otra vez con más fuerza y haciendo mayor presión para no volver a llorar de nuevo; pero, cuanto más lo hiciese más rabia sentía y, por consiguiente, más lloraba. No sabía qué hacer, y no tenía tiempo para bajarse del coche y tomar un poco el aire a ver si eso le ayudaba a relajarse.
Seguía conduciendo, más despacio, y con menos calma. Sin embargo, rápidamente llegó al pueblo donde iba de lunes a viernes a currar. Iba frenando con cuidado para no atropellar a nadie, y miraba con una respiración bastante agitada por ambos lados de la carretera hasta encontrar un hueco donde aparcar su coche. Mientras sacaba el maletín del trabajo, el informe que debe entregar casi todas las mañanas al entrar en la oficina y quitar las llaves del coche para cerrarlo mediante un pitido y un leve portazo, notó pequeños suavecitos en la parte inferior de su chaqueta negra mientras se podía escuchar una voz muy ahogada por el humo que salía del cigarrillo que se entreveía en sus labios, y sin levantar la cabeza; me hiló la sangre de escuchar mi nombre.
─ Martín…