Ha querido estampar en una blanca pared sus sentimientos para ver si así puede aliviar un poco su dolor. No, no quiere que la distancia cure nada, simplemente desea que los kilómetros que le separan de ella se acorten, que la lejania sea cada minuto más cercana, que la ausencia no le ahogue el corazón y deje de latir.
Nunca creyó que se pudiera morir de amor, que la angustia vitál se le metiera entre los pliegues del álma produciéndole una tortura lenta y despiadada.
La vida se le antoja sin valor, y hasta su color se ha vuelto pálido. Una enormes ojeras forman parte de su rostro joven y triste, y apenas come para sobrevivír.
Es el mal de amores que solía decir su abuela y del que tantas veces se rio. Tampoco pensaba entonces que a su temprana edad le fuera a pasar a él.
Junto a su grito de auxilio, una fecha que ha quedado impresa para siempre en la historia de su corta vida, como aferrandose a aquellos dias, a aquellas horas, aquellos instantes al lado de ella.