LLegó una carta pidiendo explicaciones
por aquel comportamiento,
de remitente desconocido y letra imposible.
Hizo lo que pudo porque no llegase a sus manos:
borró sus señas del buzón,
no respondió a las llamadas del cartero e incluso no salió de casa.
Su ausencia por vacaciones
devolvería la ingrata misiva
y, con un poco de suerte, se olvidarían de su destino.
Para su desgracia no fue así, ni mucho menos.
Tuvo que dejar de ser esquivo y enfrentarse
a lo que aquellas letras le decían,
leer en voz alta su mezquindad
y reconocer sus errores.
Sólo así la conciencia le dejó tranquilo.
María Jesús Romero Molina