Hundes tus manos en esta inocencia culpable y ciega. Como incrédulo apóstol a quien no le importa hurgar en heridas.
Aquí no hay dios, ni maestro hecho carne que obre el milagro.
En el fondo, no buscas que nadie te convenza. Tan solo probar que la herida es mía. Y que sangra...