Ay, mamita, qué cagaso

Publicado el 23 febrero 2010 por Mqdlv
El viento estremece la persiana de mi habitación y en ese momento en que levanta el agobio estival para llevarlo en andas, le pido en un ruego un poco más: unos días más de gracia. Le tengo miedo al invierno, señores, como si el frío que lo acompaña y el olor a poesía bohemia que regala fuera la montaña detrás de la montaña, y me encontrara yo, ahora, simplemente en un oasis que he de cruzar para llegar inevitablemente al otro lado. Definitivamente le temo al invierno. Sí, señores. Qué barbaridad. Y miren qué pesar el mío, les pido compasión, podría temerle a las arañas, a los animales o incluso al mar o a los chicos y resignarme a la posibilidad de salarme la piel y tener hijos, pero no, tengo la mala gracia de temer al invierno que llega todos los años, irreversiblemente, hasta la ciudad en que vivo, señores, como si fuera un aniversario desgraciado que, de hecho, ahora que pienso, tal vez es. Es que, señores, la pasé tan mal durante el último invierno, no saben, parecía un muerto vivo, diría ahora que soy una resucitada, señores. Si pudiera contarles, si acaso tuviera la habilidad suficiente para mostrarles las sensaciones que viví. Pero no, señores, miren que intenté de mil maneras contar la depresión tan horrenda que sufrí -ay, mamita- para que dejara de ahogarme y pasara a ser un cuento un relato qué se yo, algo que estuviera fuera de mí. Pero no pude, juro que lo intenté, señores, no vayan a creer de mí que quise igualarme en llanto a Ana Karenina o Madame Bovary, ni loca, señores, ni loca quiero sufrir así. No, no, cualquier cosa hubiera dado por liberarme de aquella guerra que libramos el señor invierno y yo. ¡Cómo perdí! Ni se imaginan, señores. Fue una batalla deshonesta y ahora que lo pienso es lógico: el invierno baja desde los Estados Unidos. Qué digo guerra, fue una invasión pecaminosa. Y eso que no creo en la religión, señores. Cómo sufrí, madre mía y diosito qué miedo que le tengo al invierno ahora. Señores, no se imaginan el otro día cuando salí a la calle y sentí una brisita que me hizo volver a buscar una camisa para abrigarme lo brazos. Ay, mamita, me planté en la calle un segundo con la mirada llena de odio y casi me meto en la ferretería de enfrente a buscar un ventilador para montar guardia. No se vayan a reír que esto que cuento es cierto, señores. Casi muero del recuerdo y me pregunto ahora si este invierno será muy largo. ¿Alguien consultó a un meteorólogo? Ay, mamita, que julepe que tengo, no se dan una idea, señores. Tanto que me guardé las vacaciones para abril, me voy a una playa del norte cosa de estirar el calorcito lo más posible, señores. ¡Ja! qué miedo tengo. El viento sigue moviendo mi persiana y yo sólo puedo preguntarme si esta vez las armas que me compré llegando la primavera, que andaban en liquidación, me servirán de algo. Es que si no, señores, ni les cuento la que me espera. Ay, mamita.