En mi última entrada, explicaba la felicidad que sentí el día 8, cuando pude, sin ningún problema, sin ningún impedimento, preparar café y felicitar a mi padre por su cumpleaños.
Ayer me tocó a mi. No que me prepararan café, pero sí que se me acercara mi hija por la mañana temprano andando de puntillas mientras yo me hacía el dormido. Y cuando estaba muy cerca, muy cerca, me dio un beso fuerte. Y me dijo: "Papi, cumpleaños feliz". Y me lo dijo en tres idiomas. Y me lo cantó en tres idiomas. Y no pude ser más feliz.
Ayer me tocó a mi ser feliz.