B pasó un buen tiempo sin salir de la casa cuando tuvo varicela; desde que vio a la doctora que confirmó las sospechas hasta que pudo volver a ir al parque, solamente nos vio a su papá y a mí. Después de eso no hemos salido mucho, y cuando salimos, no es precisamente a socializar. Si vamos al pequeño super express que queda cerca, por ejemplo, yo intercambio saludo con el guardia y las palabras de rigor con la cajera, pero B usualmente solo interactúa conmigo.
Hace unos días, unos misioneros mormones nos abordaron. Aunque fueron amables con ella y le dieron la mano, se quedó viéndolos como decidiendo no regalar su confianza así nada más porque se le aparecen y le sonríen. Quedé con ellos en que podían visitarnos hoy. De nuevo tuvieron la cortesía de saludar a la niña con especial amabilidad, a lo que ella respondió con seriedad absoluta. Cuando ya se instalaron y empezamos a conversar, el que hablaba más se las ingenió para rodearla con un brazo, ponerle atención y lidiar con ella, mientras se dirigía a mí -yo estaba enfrente, como a medio metro, observando-.
Para mi sorpresa, B se le acurrucó y pasó un largo rato ahí, visiblemente cómoda.
Me sorprendió ella y me sorprendió él: la niña ni le distraía ni le impacientaba. Creo que no es común en un hombre joven.
Silvia Parque