Bacanal

Publicado el 18 enero 2017 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
No recuerdo el nombre de las cuatro mujeres que están en mi cama, hay un perro peludo en la punta, no sé a ciencia cierta si participó o no. No sería la primera vez. Pete, mi Dachshund, era un partenaire maravilloso, gentil con damas y caballeros, que en paz descanse . El café es bueno para la resaca, tomarlo desnudo acompañado de un sandwich de tortilla de papa es placer de Dioses.  Las dos primeras mujeres se retiran, no les ofrezco nada, no me piden nada. No las juzgo, las admiro. Una tiene rulos, es adolescente, se viste mal como todas las jóvenes,  fuma rápido como deseando llegar al filtro y encender otro. La otra parece haberla pasado bien, me deja su número de teléfono escrito en un aviso de volquetes. Es un poco  gordita,tiene rasgos arábigos,viste un ambo de enfermera que derrocha sensualidad Me guiña el ojo y me excito, es demasiado temprano, el sexo en la mañana es malo, incómodo y sucio de una manera no deseable. Bajo a comprar Víveres al chino, soy un fan del suavizante, no soporto que mi ropa no esté suave, Vivere es la mejor marca. Cuando subo una de las minas está tomando mate con una de mis camisetas de fútbol.Por suerte no encontró mi yerba favorita y consume la saborizada que compre confundido o borracho. Ella es un poco vieja, cuando digo un poco soy generoso. Las arrugas y la piel seca de fumadora son sus rasgos más notables. Prendo la tele, ella sigue hablando mucho,no quiero escucharla. A pesar de mi evidente fastidio la jovata sigue ahí, es una anidadora. Cuando abre mi heladera y toma Coca cola del pico de la botella, la echo a  patadas en el culo. Creo que hoy no voy a salir de casa, tengo cigarrillos, cerveza y una maratón de westerns esperando. Sin embargo algo no anda bien, una de las mujeres sigue en mi habitación. Subo en tren de invitarla a retirarse, tal vez necesite la cama para una siesta más tarde y no me gusta que esté desprolija. Hoy será un día largo, la rubia está muerta y el perro peludo le lame perversamente cada una de sus partes, en especial el culo. Tomo una foto antes de que el trabajo del perro termine, se venderá bien. Lo sacó de mi casa en andas aguantando la respiración, el perro asqueroso se frota contra mi remera. Ya en la calle, se queda esperando en la puerta, los niños y los perros aman la repetición.  Vuelvo a la habitación, no hay signos visibles que me permitan saber el motivo de la muerte, habrá sido algo súbito, algún cóctel, alguna alergia, algún exceso. No puedo recordar nada de ella, la deformación cadavérica no me ayuda. ¿La habían matado las otras mujeres? ¿El perro? ¿Yo? ¿El aire acondicionado a 17 grados?No es fácil elegir qué hacer con un cadáver, Pero el olor será cada vez más insoportable y la posibilidad de que lo olvide también. Tengo un baúl enorme, lleno de revistas viejas, puede servirme. Me siento en el sofá y las leo, me sacan de este contexto opresivo por un momento. Ahora estoy mas claro, pongo el cuerpo en una bolsa de consorcio y velozmente bajo las escaleras hacia el auto. Aquí el olor no me preocupa tanto, un imbécil puso aromatizante de pino, hasta el olor de la muerta es mejor que eso. Intentó manejar tranquilo aunque me sea imposible concentrarme, siento voces y ladridos en mi cabeza. Con el paso de los minutos me convenzo de mi culpabilidad. Aún si no lo fuera estoy huyendo con un cadáver el cual debe tener una gran cantidad de mi ADN dentro suyo o por alguna parte.  Tengo tres testigos que pueden ubicarla en mi casa.¿Y si recuerdan todos los detalles? ¿ Debo volverme un homicida en serie para tapar mi homicidio? ¿Debo confesar y pudrirme en la cárcel? Creo que estoy cagado pase lo que pase. Tiró el cuerpo al río, la corriente lo va arrastrando lejos. Me siento en el coche y lloro tanto que las lágrimas llegan a empatar la traspiracion en mi remera. “El humor espanta a los fantasmas” decía mi padre. Bajé del auto, enfoque a mi víctima: Un niño de unos diez años, regordete, vestido con remera a rayas. Su madre estaba distraída ojeando sin disimulo a los tipos que corrían por ahí. Camine haciéndome el distraído, agarré su pelota y la impulse a la puta madre que lo parió de una patada. El pequeño rechoncho lloró, acto seguido corrió a acusarme con su madre, quien no le creyó nada y lo reprendió fuertemente por mentir. Se fueron del parque. La maldad me relajó. Volví a casa, el perro seguía en la puerta. No estaba solo, un japonés lo acompañaba, o tal vez un coreano o un chino o algo así. Viste un traje de corte horrible que le queda corto. Al verme, lo noté desencajado, habla como escupiendo.  Intentó razonar con él pero no hablamos el mismo idioma. Me muestra una foto, es el cadáver de la mina. Me reconforta saber que ya estaba muerta cuando llegó a mi casa. Gesticula que si no le doy al cadáver me cortará el cuello. Discutimos un largo rato el plazo que tengo para devolverlo, es muy difícil indicar una hora mediante gestos, un dos puede ser dos horas, dos días, dos de la mañana, dos del mediodía. Me señala el sol, y otra vez el corte de cuello. Tengo hasta la salida del sol o la puesta del sol. Quiere llevarse al perro, lo detengo por el bien del pichicho, ahora se que es coreano.

El teléfono de la gordita es mi única herramienta para salir del problema. La llamo, acude a mi llamada, tenemos sexo repetidas veces, el perro vuelve a participar activamente. El coreano aparece en mi puerta al atardecer, transpira. Le permito entrar a mi casa, me quedo en la puerta con el pichicho. Al rato el coreano baja con la gordita en una bolsa. Exige llevarse también al perro, ahí llegué a mi límite, dejo caer mi furia sobre su cara, odio que maltraten a los animales y odio a los que quieren tener todo.  Subo el cuerpo al auto, subo al coreano también, vuelvo al río. Ambos cuerpos van al mar, el coreano se despierta con el golpe de agua pero la corriente lo aleja rápido. Estoy exhausto, disfruto un cigarrillo. El golpe seco de una piedra por la espalda me tumba, el gordo de remera a rayas es quien rie ahora, recuerdo mi remera ensangrentada, nada más.