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Bailando con el destino por Rafa

Publicado el 28 julio 2012 por Kikeforo

Recuerdo cuando la conocí: delataba con su presencia la fuerza de una naturaleza poderosa y decidida.
Yo rondaba los veinte años y en mi futuro se dibujaban un sinfín de aprendizajes obligados.

Pasaron los años y la veía desfilar entre días grises o no tan grises. Su ritmo hipnótico, dibujaba en mi memoria un interés creciente que acabaría por culminar en lo que ocurrió aquella noche.

Siempre he sabido que el destino es un duende juguetón y, si algo he aprendido con los años, es a ser paciente.
Pero como decía, al destino le encanta jugar conmigo y la colocó, de nuevo ante mi ojos, en aquellas clases de salsa. Es hora de superarse, fue mi único pensamiento.

El juego debía ser lento pero decidido, constante pero sutil. Y así fue. Con la paciencia como aliada, los escalones de nuestra escalera se subían despacio: uno por semana.
Hasta que llegó el día. Lo reconozco: yo sabía el final que quería y pensaba luchar por conseguirlo.

bailando con el destino

La noche era más que joven adolescente. Esperábamos a los últimos invitados con la impaciencia de un estómago subersivo. Llegó ella. No diré que estaba radiante, ni que su belleza eclipsó la luz de las farolas, porque mentiría.
La suya era una belleza humilde y cercana, dulce como un beso en la mejilla.
Pero llegó y empezaba el juego.

La cena fue genial, nos contamos nuestras historias mientras yo intentaba descubrir lo máximo sobre ella. Sólo hubo un fallo: tenía novio.

Nos dirigimos a bailar, pues ese era el plan.
Éramos siete desconocidos con ganas de conocernos.
Subió conmigo en el coche. no sabría decir si por casualidad o por devoción, pero la música que nos rodeó parecía calar en ella tanto como en mi.

La sensación inicial fue fría: la discoteca, llena de gente mayor, ofrecía un espectáculo retirado.
Me sentí como hacía años: cobarde e incapaz, un ser tímido y encerrado en sí mismo.
Bailé con A, un instante efímero pero divertido.

H buscaba mi conversación y yo la suya, pero el destino parecía jugar en contra, separándonos por cientos de razones.
Si soy sincero, en todo momento sentí que, aunque avanzaba, nuestra relación no tendría tiempo suficiente para culminarse.

J.L. propuso irse, dinamitando el poco tiempo del que parecía disponer.

Fui a buscarla e hizo su primer movimiento evidente. Me propuso quedarnos, quizá más curiosa que interesada.
Como decía, me sentía aquél cachorrillo con miedo a la sangre, por lo que no supe reaccionar correctamente.
Aún así ella decidió acompañarme con mis amigos. Era un punto a mi favor, porque esos amigos son como combustible refinado en mis venas.

Apenas compartimos una hora con ellos, dejándonos a solas, abandonados en medio de la calle y sin saber a dónde ir.
Ella no habló de casa, segundo movimiento.
Nos quedamos los dos divagando por la calle. Eso me llevaba a terreno conocido, conversación: mi artillería pesada.
Charramos sobre nada, nos contamos nuestras historias.

Conocimos a unos chavales muy majos y nos reímos juntos. Me hice con el grupo, como casi siempre que estoy a gusto. Y con ella, lo estaba.
Pensaron que eramos pareja, supongo que lo parecíamos.

Tras otros veinte minutos nos alejamos de nuestros nuevos amigos y seguimos hablando. No recuerdo de qué, sólo se que mi interés se volvía menos pasional y más personal.
Era una chica interesante, pero todo se volvía demasiado sin sentido para seguir los dos juntos sin una razón real.
La llevé a casa y no mostré ningún interés por irme. Me pidió que apagara el motor del coche, lo cual interpreté como su petición para no marcharme.

Cada vez nos conocíamos más, ella me tocaba inconscientemente.
Me llamó la atención su conclusión. No acudiría a la ultima clase de salsa. Era por mi.

El final se tiño de colores surrealistas cuando bajó del coche despidiéndose con un: “no iré a salsa porque irás tú”.
Me reí, me encantó su último movimiento a la desesperada, pero yo ya estaba convencido de respetar una relación de años.
-Hacia mucho tiempo que no llegaba a casa tan tarde.

Me miró, y se quedó esperando que me fuera dando a entender que todo había sido muy especial.
- Yo también creo que si no hubieras tenido novio todo habría sido diferente
- Vete, no quiero que pase nada de lo que pueda arrepentirme.
- No lo voy a permitir.
Me sentí orgulloso de mi mismo y entonces comprendí: nunca llegaré a ser aquél tío que siempre he odiado.

Me marché, olvidando decir la verdad:
“Llevaba años queriendo conocerte, saber quién eres y besarte. De momento, nos quedamos sin beso, de momento”

 

ESCRITO POR RAFA

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