Revista Literatura
Es otro noviembre precioso y raro. Otra vez.
No tengo un post "bailoteo existencial 3" porque estaba tan ocupada escribiendo 1.666 palabras diarias que no me acordé de la tradición. Pero fue.
Si este me he acordado ha sido por acumulación de datos y dos días con dos canciones concretas, totalmente opuestas. Por despertar con el alba y sentir las notas de una de ellas atravesando mi media conciencia (¿dejé puesta la lista de reproducción?) y esa espera adormilada mientras sube el café. Por el desarrollo de otro artículo que se va desinflando, se enquista, acaba por ser una idiotez que suena a blablabla, pfú pfú, ja, ja, al ritmo de la segunda. Cómo resumir que los convencionalismos sociales casi me destrozan, al cabo, por tragarlos a la fuerza en contra de mi propio ser y casi transformarme en una rana hervida del todo.
Porque en el camino desde la asociación de empresarias hasta el coche aparcado empezaron a latirme las sienes... y bla, bla, bla, había copiado los primeros párrafos de ese otro post que no. Para qué. Es que me da igual. Aunque sí albergo todos los malos deseos para con ese individuo y no me avergüenzo de ello. Ganas de tenerlo delante y apretar mis diez dedos sobre su laringe, aun consciente de antemano sobre la diferencia de peso y la facilidad con que me apartaría, como una mosca, más la denuncia posterior. Pero ese momento de ira violenta, en toda su profundidad, ha terminado con un descubrimiento asombroso.
La ruina siempre la he justificado desde lo pequeño: en mi mala fortuna para elegir trabajos, en ser mujer joven, o en tener los estudios superiores por concluir, o en no tener experiencia acumulada y suficiente. Después, por supuesto, en la crisis. Pero la causa es algo mucho más grande, la propia sociedad y su cultura del trabajo. No sé si generalizar en "española", pero sí al menos en Andalucía. No soy yo ni una mala suerte propia, porque tanto en profesiones técnicas y científicas como en desempeños sin titulación ocurre lo mismo allí.
Es vergonzoso, por poner nada más un ejemplo, que el jefe de sección en los almacenes donde estoy como promotora tenga mejor trato humano, sea más eficiente, elegante y conocedor de lo que hace que el ex jefe (al que le deseo un jodido divorcio de su mujer porque no tenga dinero que llevar a casa, o que enferme y no tenga seguro, por poner algunos ejemplos también) que se pavoneaba como dueño de una productora sin saber nada de audiovisual -por los errores básicos que cometía- pero, al mismo tiempo, consideraba que eran sus trabajadores los no tenían ni puta idea de lo que hacían. Mobbing de libro. Ya no se trata de trabajo ni de tener pasta, sino de la acción de goteo continuo que provoca el destrozo como individuo pensante.
He dicho "nada más un ejemplo". Si lo comparo todo, no se salva ni uno. En la sociedad del sur, el trabajador es un niño malo al que hay que tratar como un travieso que, seguramente, no sepa lo que hace. Y le convencen de que deber ser así, ya cuando crezcas. Y si, además, es un desempeño donde tu firma vale más o menos según quién seas, cágate. Una relación infatiloide. Aquí en el norte, la empresa/empresario sabe que necesita del trabajador para seguir en funcionamiento, para eso está ahí contratado, del mismo modo que pide resultados responsables acordes al puesto. Una relación adulta. Punto. Si trabajas más y te esfuerzas más, ganas más. Aunque esté la crisis de por medio.
No sé, lo veo de lo más lógico, supuestamente así funciona la sociedad occidental. O será sólo el "sueño americano" de las películas. O yo qué sé. Hasta el momento, lo que había experimentado era trabajar más y ganar igual o menos o nada. Como para no estar rabiosa. O desquiciada. O desquiciadamente rabiosa.
Por supuesto que hay de todo, en todas partes. Generalizo sobre el cómputo de todas mis experiencias y de las experiencias de gente cercana, que (¿casualidad?) coinciden. Casualidad, un cojón. Tendría que haber migrado muchísimo antes en vez de destrozarme contra muros de cristal.
Puede que estas generalizaciones se vengan abajo en cualquier momento futuro. Pero ahora, recién pensandas, son un respiro. No había nada "anormal" en mí, seguía la corriente social. Hasta las últimas consecuencias, también, porque la ira puede tener una diana concreta en un tipejo pero en realidad es por no haber protestado, no haber denunciado, con la premisa de para qué molestarse, no vas a conseguir nada protestando.
Si no me hubiera marchado, estoy segura de que ahora tendría cáncer de estómago por tanta bilis acumulada y no habría un delicioso noviembre que disfrutar. Al principio, cuando lo explicaba Zorn, me reía de su texto exagerado (por el dramatismo pelón que otorga el umbral de la muerte, no hay que olvidarlo) pero ya no me río. De hecho, creo que enfermé cuando volvieron a repetirse los mismos patrones: trabajar sin sueldo porque los anunciantes no pagaban y entonces se retrasa la nómina a los redactores o incluso todo en suspenso porque quizá no se retrasa, sino que no llegue. Digo "creo" porque tardé un mes en darme cuenta de que llevaba un mes con depresión. Digo "creo" porque fue a través de un artículo en inglés, de un escritor de profesión y oficialmente diagnosticado con depresión, que describía todo lo que le pasaba por la cabeza (lo mismo) y, sobre todo, su propia malinterpretación de que depresión = tristeza. Y él no estaba triste. Ni yo tampoco. Sólo quería morirme porque, total, si no había conseguido ser nada a pesar de los esfuerzos de tantos años, de aguantar tantas tonterías y tontos por sueldos de mierda, para qué seguir respirando, qué casancio todo. Por pura cabezonería me negué a ir al médico, total, que me diera pastillas con efectos secundarios no iba a cambiar el hecho de no haber publicado un solo libro, vaya pérdida de tiempo. Y peor aún, imagina que con el shock de suicidarse, mi novio de entonces y mi familia se empeñan en rebuscar y conseguir una publicación póstuma, luego los libros acaban siendo un éxito de ventas por culpa del morbo de la nota de suicidio "que me mato porque no he conseguido publicar nada y, encima, tampoco he conseguido ganarme el sueldo con otra cosa, soy un desastre". Ni de coña, vamos, todavía tenía cosas mejores por escribir. Así que, por si acaso, decidí posponer cualquier interrupción de latido cardíaco y sentarme a escribir una cosa nueva. Y lo que fuera, remitió solo y sin tratamiento. Luego decid que la literatura os salva la vida, dramáticos hijos del postureo. Vamos, hombre. A cabezona no me gana nadie. Bailad, malditos.