Revista Literatura

Bajo el alma

Publicado el 14 septiembre 2011 por Viktor @ViktorValles

La calle yacía arropada por un manto de hojas inertes, a penas los gatos se asomaban por la puerta de viejos pisos abandonados a su suerte en aquellas tardes regidas por el retorno del frío, estacándose en mi rostro como finas agujas de hielo cuya finalidad es atravesar la piel. Había decidido salir a pasear, aún no sé bien porqué, en aquella tarde de domingo. Hacía tiempo que no salía a airearme, a caminar por caminar sin rumbo fijo. Por algún insólito motivo terminé acercándome hasta mi antiguo barrio, cual dejé para el olvido hacía mucho tiempo atrás.
El eco se sumergía por las aceras, la brisa cubría el vacío con humo envenenado que narcotizaba mi mente. Los ojos observaban con atención cada baldosa, contando los segundos antes de descubrir la realidad de la memoria. Un tímido calambre recorría mi piel a cada movimiento.
Hacía ya muchos años que no visitaba aquellas calles, sin embargo nada había cambiado desde mi infancia. Paso a paso, a través del tiempo en regreso, iba encontrándome con los recuerdos de mi niñez y parte de la adolescencia.El parque en el cual yo jugaba durante las tardes de verano, aquella parcela de asfalto en la cual nos juntábamos los niños del barrio para corretear y divertirnos, los muros que nos servían de escondite,… Si cerraba los ojos aún era capaz de escuchar la algazara de decenas de críos corriendo arriba y abajo sin agotarse pero, al abrirlos de nuevo, allí no quedaba nadie. Alargadas sombras empequeñecían ante mí sin poder hacer nada al respecto, solamente recordar.
Y recordando llegué hasta mi antiguo colegio. Allí dónde antes se escuchaban las voces de los infantes hoy no quedaba nada, solamente vacío sobre vacío. Nada más aquello y algunas pintadas que parecían recientes distaban del recuerdo que yo misma guardaba dentro del corazón. Recorriendo la barandilla con la punta de los dedos rodeé aquel antiguo edificio de piedra y cristal. Las hojas secas seguían cubriendo el camino.
Al girar la esquina encontré la librería donde compré mis primeros libros, la cafetería en la cual solíamos tomar café los domingos por la tarde. Todas las persianas permanecían bajadas, la vida se marchó cansada de esperar en aquellas calles que permanecían inertes ante mis ojos.
Decidí sentarme en un viejo banco desmadejado, abrí el bolso y tomé la pitillera entre mis manos. Coloqué un cigarrillo entre los labios y lo prendí con una cerilla. Inspiré humo mientras alzaba la mirada, rodeé con ella el banco y descubrí que me encontraba frente a mi hogar en la infancia.Una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo, incapaz me sentía  de apartar la mirada de aquella vieja fachada.
En la pared de aquella casa aún permanecían varios símbolos dibujados en tiza, el buzón rojo y manchas negras de aceite en el suelo. No habían pasado los años para aquel edificio que cobraba vida propia, con las persianas medio bajadas y el interior a oscuras. Inspiré un poco más de humo, entonces me incorporé y una fuerza extraña me llevó a acercarme a la puerta de entrada del edificio que, años atrás, me cobijaba durante las noches.
Mientras me iba acercando a la puerta recordé una de mis fugas adolescentes. Era una noche de verano, tenía yo por aquel entonces trece primaveras y, tras discutir con mi madre, recogí poco equipaje en una mochila y crucé la puerta corriendo, con los ojos bañados en lágrimas. Corrí sin rumbo, sin ningún lugar a dónde ir hasta llegar al puente que abandonaba el barrio. Aquel puente que guardaba un secreto jamás contado…
Observé con detención aquella puerta, la pintura se fue despegando de la madera con el paso del tiempo. Una fina capa de polvo la cubría, dando la sensación de abandono. Observé que estaba abierta, entonces la empujé, accediendo al interior.Al adentrarme en aquel edificio tuve la sensación de regresar al pasado, nada había cambiado en el interior de aquellas paredes. El recibidor permanecía pulcro, lleno de vida y de luz, como si jamás hubiera sido abandonado.
Me adentré en el pasillo, deslizándome como un ovillo de lana por él hasta llegar al salón. Allí me invadió la perplejidad.Sobre la alfombra se encontraba sentada una niña, retozando con su rojiza melena entre los dedos a la vez que abrazaba a un osito de peluche que mantenía en su regazo. Los ojos celestes le brillaban a pesar de la oscuridad que la envolvía y su rostro parecía distraído hasta encontrarse nuestras miradas, entonces hizo una mueca de asombro. Pocos detalles hicieron falta para comprender que yo misma era aquella niña, yo misma fui aquella pequeña años atrás…
Ella se incorporó mientras me miraba fijamente, entonces sonrió provocando la misma reacción en mí. Dio diversos pasos en dirección hacia mí, sujetando el oso de peluche con la mano izquierda, y pestañeo dos veces, observándome fijamente.
- Hola Ara… - pronuncié con voz temblorosa - ¿Cómo estás?
La niña permanecía en silencio, sin apartar la mirada. Simplemente inclinó la cabeza hacia un lado, torciendo a su vez el pequeño cuerpo y dejando rozar el suelo a los pies del oso que mantenía su mano.
- ¡Hola! – exclamó al fin – Te estaba esperando, has tardado mucho en llegar… Pensaba que ya no querías volver a verme.
La respuesta de la niña me resultó aún más extraña que la situación que estaba viviendo en aquellos instantes. Inmóvil permanecí hasta que la pequeña tomó mi mano, entonando un “ven” convencido, mientras me arrastraba a través de la casa.
Subimos las escaleras, dirigiéndonos a la alcoba. Estando enfrente de la puerta, un intenso escalofrío recorrió mi espalda. Bañada en un sudor frío entré en la habitación.Todo permanecía tal como mis ojos recordaban. Las estanterías llenas de peluches, las paredes color salmón, el viejo baúl recogido en una esquina,… Por un instante el lazo que me unía a aquella niña se hacía intenso, segregándose por los poros. Entonces me senté sobre la cama y posé a la pequeña en mi regazo, mirando ambas al parque a través de la ventana.Ella entonó una melodía muy especial para las dos, una canción que solía cantarnos nuestra madre cada noche, momentos antes de ir a dormir. Yo, por mi parte, acariciaba su rojiza melena, clavando mis ojos sobre aquella débil espalda.
Transcurrieron varios minutos hasta que decidimos continuar el itinerario por la casa. Visitamos, una a una, las habitaciones, llenando mi ser de recuerdos que habían permanecido dormidos en mis entrañas durante muchos años. Hoy despertaban y revoloteaban por mi interior, ansiosos de recuperar el tiempo perdido.
Y, tras un paseo por el edificio, llegamos al salón. Allí se encontraba él, sentado en la vieja butaca con la mirada enfrentada al televisor. En su mano derecha sujetaba una copa de whisky barato, en la otra un cigarrillo que ahumaba sin que se diera cuenta de ello. La ceniza cayó estampándose contra el suelo a la vez que la sonrisa de la niña se desvanecía en su rostro.
Todo tornó gris, el color se disipaba a una velocidad vertiginosa. Oscurecía la melena de la pequeña, al mirar mis manos se desvanecían las líneas de éstas y, al observar a alrededor, descubrí que el color había desaparecido. Todo era en blanco y negro, todo excepto él.
Cerré con fuerza los ojos, tanto que me sumergí en el pensamiento más amargo. Se desvelaron los secretos que ansiaba dejar atrás…Por un instante me transformé en la niña. Estaba en la cama, la alcoba completamente a oscuras. Con la mirada clavada en el reloj de pared permanecía yo en silencio cuando, lentamente, la puerta se abría silenciosamente. Él entró en sigilo y se tumbó a mi lado.Empezó a acariciarme el pelo por detrás de las orejas, su respiración era profunda y el aire acariciaba mi mejilla. Lentamente su mano fría descendía siguiendo mi brazo, yo permanecía quieta mirando al segundero atravesando los instantes. Poco a poco su mano se adentraba por debajo del camisón. Con sus gruesos dedos empezó a acariciarme lentamente, noté como empezaba a humedecerme mientras lágrimas escapaban sin poder evitarlo. Mi pulso tomaba un ritmo veloz, los latidos eran firmes: el miedo taponaba los poros de la piel.
Mis ojos permanecían enfrentados al reloj, deseando que todo aquello pasara. Pero el tiempo viajaba despacio, él tomó mi mano y la posó en su entrepierna realizando diversos movimientos. Entonces abrí los ojos y le observé allí sentado, con un vaso de whisky barato en su mano.
De pronto la copa cayó al suelo, rompiéndose en cientos de pedazos, y giró su mirada hacia nosotras. La pequeña empezó a temblar mientras él se levantaba con brusquedad, disponiéndose a quitarse el cinturón que vestía su cintura.Me posé por delante de la pequeña, con gesto desafiante.
- No vas a poder conmigo, ahora ya no. – le dije con los ojos bañados en fuego.
Él se quedó congelado, el tiempo parecía haberse detenido por un instante. Cogí en brazos a la niña y corrí hacia la entrada, ella se abrazaba con fuerza contra mi pecho.
- Tranquila Ara, ahora debo marcharme pero prometo volver a por ti mañana. -le susurré- No permitiré que te ocurra nada malo.
Entonces una voz se estacó en mis oídos, repitiendo “Abre los ojos” una y otra vez. Los abrí y, ante mí, encontré a la doctora, a escasos centímetros de mi rostro. Introdujo una pastilla en mi boca y me dio un pequeño vaso de agua.
- Tranquila Ara, ya pasó todo. – me dijo con voz serena- Has estado bien, muy bien. Hemos llegado a meternos bajo tu alma.Víktor Valles


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