Era una mañana cálida. El sol había sentado sus reales a eso de las diez y había arrinconado al frío de los días anteriores. Yo esperaba en la base. Ya subí una vez, hace años, cuando era joven y aventurera. Pero el vértigo me las hizo pasar canutas. Así que sí, volveré a París, pero a la Torre Eiffel se va a subir otra vez su tía la del pueblo. Subió mi santo con los enanos y yo me quedé esperando en un banco, cotilleando a todo el que pasaba y disfrutando de los rayos del sol. - A ver - dijo de repente una voz masculina a mi lado - ¿me puedes decir que coño te pasa? - Me pasa que estoy hasta el moño de tus "excuse-me"- le contestó una voz femenina, con el mismo tono de enojo. Los dos hablaban como si estuviesen solos. Seguramente pensaron que nadie les comprendía. - Pero...¿te has vuelto loca? ¿Me estás montando este numerito porque pregunto? - Es que yo ya traía todo preparado de casa: me había estudiado los mapas, me había bajado una aplicación con el mapa del metro...pero tú no me das tiempo a nada, lo único que haces es parar a alguien y decir "excuse-me, excuse-me". - Es que yo no soy como tú. A mí me gusta improvisar. - ¿Te gusta improvisar? ¿Te gusta improvisar? - yo me encogí al otro lado del banco, abrumada por el desprecio de su voz - Eres igual en todo. Todo es ahora. Nunca piensas en el futuro. - Bueno, pues si no te gusta como soy, te podías haber liado de nuevo con el vecino, que ese seguro que no te iba a traer a París. - ¡OOOOOHHHH! - exclamó ella - Pero qué golpe más bajo y más rastrero. Y lo dice el que todavía tiene fotos de su ex en casa. - Yo no tengo fotos de mi ex. - Noooo, qué va. - Lo que pasa... - Lo que pasa es que está claro que esto no funciona. - ¿Me quieres dejar hablar? - Ya te estoy dejando. - No, no me estás dejando. Yo te he dejado hablar a ti. Tú deberías tener el mismo respeto. - ¿Respeto? ¿Pero qué me estás contando? - Mira, Marisa, ¿sabes lo que te digo? - ¿Qué? - Que yo me voy a hacer la cola y tú haz lo que quieras. - ¿Ah, sí? Pues muy bien, pues me voy al hotel y cuando vuelvas, más vale que te pidas otra habitación, porque no quiero volver a verte en la vida. - Pues bien - dijo él. Y se fue. Ella lo miró marcharse, sin creerse que fuera capaz de dejarla allí sola. Luego, se echó a llorar y se marchó corriendo en dirección contraria.
Y yo me quedé allí, recogiendo los fragmentos de su amor roto en un banco de esa ciudad que todos conocen como la ciudad del amor.