BALTHUS, EL TIEMPO Y LA FUGACIDAD.
“Más que a expresarme, me he dedicado siempre a expresar el mundo con la pintura”.
El pintor y su modelo, pintura al temple, 1949.
Ni surrealista, ni abstraccionista, Balthus fue un pintor figurativo en un universo regido por la descomposición de la figura en geometrías y líneas. Balthazar Klossowski de Rola -Balthus- fue pintor de siluetas bien contorneadas, bendecidas por la luz natural y las texturas de la cal, la tiza y la cera de los primitivos italianos. Tonos mates, para carnes a lo Delacroix, en un mundo donde primaron las adivinanzas visuales, obras artísticas resultado de sueños y automatismos de difícil comprensión.
Tanto Balthus (1908-2001), como Giorgio de Chirico (1888-1978), como Paul Delvaux (1897-1994), a los que les he dedicado entradas en este blog, huyeron de la abstracción que condujo al Suprematismo y al Constructivismo. El francés, el italiano y el belga prefirieron indagar en el tiempo, que les pidió, a cambio de dejarlos hurgar en sus secretos, luz, color y un escenario sin acción -un escenario sin acción es, para mí, un espacio dedicado a los cultos mistéricos.
El pez dorado, óleo sobre lienzo, 1948.
Ese tripartito, que compartió un siglo encendido, perteneció al grupo de los que no despreciaron la herencia recibida.
Balthus, De Chirico y Delvaux crearon, cada uno a su manera, una simbología de gran carga espiritual, donde la ambigüedad es, por provocativa -activa la participación del espectador en el cuadro-, la aportación que hicieron a la modernidad.
Desnudo con silla, óleo sobre lienzo, 1957.
Nada de cosa hecha, sus escenografías y personajes plantan cara al arte academicista. Es la de ellos una pintura que consigue expresar los secretos que la rutina y las prisas secuestran. Esa forma de expresión, tan particular, es el resultado de sus experimentos vanguardistas -a diferencia del arte abstracto, estos tres artistas utilizaron un lenguaje visual fácilmente identificable.
¿Quién no reconoce las figuras y los entornos de sus composiciones? Pero, ¡ah!, es la atmósfera creada el rompecabezas que debemos descifrar; ahí está lo que no se anuncia expresamente. No en lo figurativo, sino en el ambiente que se nos presenta están las pistas a cazar.
Montecalvello, óleo sobre lienzo, 1979.
Pero centrémonos en Balthus, en la fuerza subterránea que atraviesa su trabajo desde sus comienzos hasta el final.
Fijémonos en esa paleta que va ensartando el mundo y sus civilizaciones con delicadeza. Fijémonos en cómo da forma a los silencios, en cómo construye retiros y en cómo presenta lo oculto.
Gran paisaje con vaca, óleo sobre lienzo, 1958.
“Seguir haciendo siempre elogio del tiempo, conocer su medida”, fue su intención; como lo fue llegar al misterio de donde surge la vida. También quiso atrapar la belleza. Y quiso hacer de la belleza antídoto ante un mundo cada día más hostil. La belleza es el instrumento que ofreció a su obra para defenderse del nuevo estilo de vida que consigo trajo la posguerra, para defenderse de la vulgaridad, de la inmediatez y de la falta de naturalidad. Para defenderse de la era del rebaño en soledad.
La belleza requiere de oficio, de técnica, de retiro para captar sutilezas. La belleza es luz. Sus niñas púberes han sobrevivido a interpretaciones malintencionadas gracias a la luz espiritual con que supo arroparlas.
La habitación turca, caseína y témpera sobre lienzo, 1965-1966.
En los artistas primitivos italianos -Piero della Francesca, Giotto,Masaccio…-, en las frutas geométricas de Paul Cézzane, en las niñas de Lewis Carroll -en Alicia, que es la suma de todas esas niñas y la sonrisa del gato-, en la fina poesía de Rainer María Rilke, en las masas monocromas y cargadas de luz de Tàpies, en la forma en que Delacroix “captura las cosas, los seres, el mundo”, en Georges Jouve y su andar entre “la redención y la desdicha del hombre”, en la “lentitud y en la prisa” de las partituras de Mozart; en ellos, en otros, y en su convencimiento de que “la pintura es un modo de oración, un camino para llegar a Dios”, Balthus, el cazador de instantes, encontró inspiración.
Desnudo de perfil, óleo sobre lienzo, 1975.
El artista pinta la naturaleza que es de donde todo parte.
Y pinta el “momento indeciso y turbio en que la inocencia es total y enseguida dará paso a otra edad más determinada, más social”.
En sus Memorias explica que su objetivo es atrapar “el tiempo anterior al tiempo que tienes que descubrir”, que desea captar “el rostro inmaterial de la unidad, es decir, de lo divino”.
Gotteron, óleo sobre lienzo, 1943.
Balhtus escribió:
“No quiero pintar el sueño, sino a la muchacha soñando y lo que por ella pasa. El pasaje, no el sueño”.
Balthus no es un pintor surrealista, como tampoco es un pintor de historias íntimas. Balthus es un pintor que intentó mostrarnos los enigmas que se le revelaron; y lo hizo optando por la pintura representacional, los fondos neutros en los espacios interiores y los pigmentos inspirados en los frescos italianos.
Membrillos y peras, acuarela sobre papel, 1956.
Hay debate en torno a las niñas silenciosas que muestra relajadas y desnudas en espacios íntimos. Es una controversia que, a veces, raya en lo ridículo. Es absurda la reacción que provocó Thérèse soñando en el Museo Metropolitano de Nueva York. No comprendo cómo personas que se dicen amantes del arte protestaron ante la exhibición de este óleo, que encontraron escandaloso.
Los cuadros de muchachas desvestidas por Balthus fueron defendidos por su autor. Él afirmaba, ante las acusaciones que recibía, que sus pinturas no eran eróticas, que llevarlas a ese plano era negarles su espiritualidad.
Thérèse soñando, óleo sobre lienzo, 1938.
La explicación que daba, en relación a sus modelos infantiles, era que pretendía “rodearlas de un aura de silencio y profundidad, crear un vértigo a su alrededor”. Decía que sus figuras desnudas eran “seres llegados de fuera, del cielo, de un ideal, de un lugar que se entreabrió de repente y atravesó el tiempo, y deja su huella maravillada, encantada o simplemente de icono”.
La inocencia infantil presentada como icono (inocencia = icono. Aquí hay una simbología cargada de contenido. ¿La inocencia como talismán ante la adultez = profanación? ¿Qué realidad espiritual nos presenta Los buenos tiempos? En este cuadro veo una estampa a punto de perder sus atributos religiosos. A fin de cuentas, una niña es un ser carnal).
Los buenos tiempos, óleo sobre lienzo, 1944-1946.
La niñez al acercarse a la pubertad se muestra inocente y pícara.
¿Acaso son extrañas esas posturas en las que él retrata a las chicas y que tanto alteran la moral de algunos? Aún hoy, cuando poco queda para alcanzar mis sesenta cumpleaños, sigo sentándome en mi butacón de lectura con la misma despreocupación que Thérèse en su sillón, cuadro que refleja la libertad que nos otorga la soledad. Una libertad, en este caso, atada a la niñez en el punto en que empieza a volar hacia otro ciclo de la vida.
Es la libertad cándida la que proyecta el pintor con su paleta de verdes, ocres y rosas. La pureza inmaterial que dura un instante, esa es la que capta con sus pigmentos. El paso de la infancia a la pubertad es proceso que se gesta en el interior del hombre, que toma conciencia de ello cuando ha dado el salto.
Katia leyendo, pintura al temple, 1974.
Él pinta y presenta. Y nosotros miramos con ojos inquietos, pues nos vemos apremiados a interpretar sus escenografías. Y nos vemos forzados porque él se apodera de nuestro espacio.
Ocurre algo curioso con su pintura. Balthus no es lo que se dice un anfitrión amable, porque su distancia y sus silencios son, aunque a primera vista no lo parezcan, invasivos. Él no te abre las puertas para que entres en su obra. No te dice pasa, y tú decides. No. Balthus te obliga a colarte en su espacio. Y, entonces, cuando entras, descubres que tras lo figurativo se oculta algo muy peculiar: el tiempo interrumpido, suspendido.
El artista pinta paisajes, niñas, naturalezas muertas y retratos. Son trabajos conceptuales, no decorativos.
¡Ah…, qué curioso lo que sucede con sus retratos! Son áridos, duros. Son retratos hechos a adultos, no a impúberes. Pertenecen a otra fase de la existencia: la vida en sociedad.
Mujer con cinturón azul, óleo sobre tabla, 1937.
Por cierto, así respondió el Museo Metropolitano a quienes quisieron censurar Thérèse en su sillón:
“El arte visual es uno de los medios más importantes que tenemos para reflexionar a la vez sobre el pasado y el presente, y motivar la constante evolución de la cultura actual a través de una discusión informada y el respeto a la expresión creativa”.
A esta respuesta estupenda, añado: El complejo de Electra y el complejo de Edipo son categorías de la psicología que estudian trastornos mentales. Quien ve lo que no hay en las niñas de Balthus debe hacérselo mirar.
La lección de guitarra es el único cuadro donde el autor reconoce su voluntad de avivar comentarios. Balthus lo pintó con el propósito de llamar la atención sobre el tipo de pintura que se estaba imponiendo bajo el dictado de André Bretón y los “delirios cubistas y surrealistas”, según leemos en sus Memorias.
La lección de guitarra es un lienzo intencionadamente polémico.
Lección de guitarra, óleo sobre lienzo, 1934.
Hay quienes plantean que Lección de guitarra es deudora de La Pietá de Villenueve-lès-Avignon, tabla de Enguerrand Quarton. Puede, la composición lo sugiere. Pero una Pietá es una representación religiosa.
En el momento en que el abstraccionismo se iba abriendo paso, cortando con su machete todo vínculo con el pasado, Balthus presentó a una maestra pervirtiendo a su alumna. ¿Se trata de una teología visual sobre la degradación del arte? La infancia era para él símbolo de belleza y de espiritualidad. Esta niña, que apenas roza con su mano la guitarra tendida en el suelo, es prostituida por una mujer de rasgos enérgicos. Sabemos que los artistas vanguardistas se sentían fundadores de escuelas y movimientos; y que las nuevas estéticas se multiplicaban renegando del arte del pasado. Para Balthus, quien creía que la pintura debía “vencer la desgracia y el sufrimiento y recuperar la inocencia de la infancia”, la pintura moderna era rápida, superficial y pretensiosa -aunque supo sacar del polvo las hebras valiosas: Picasso, Giacometti, Miró, Derain…
La Pietá de Villenueve -lès-Avignon, Enguerrand Quarton, óleo sobre tabla, 1470.
Quien lea sus Memorias se dará cuenta de dos cosas: una, que Balthus fue un católico convencido; dos, que sentía verdadera preocupación por la forma en que la pintura estaba expresando el mundo, por la forma en que rechazaba las tradiciones heredadas. Son dos aspectos que tengo en cuenta a la hora de enjuiciar Lección de guitarra, donde veo a la pintura que él valoraba representada en la niña y a la nueva forma de hacer arte en la dominadora.
En las Memorias dice:
“(…) Solo veo exhibición de sí mismo, guirigay, inspiración espontánea e impulsiva que da a entender que todo el mundo vale para pintar, democratización del arte y, por consiguiente, trivialización, ignorancia del artista que tiene la arrogancia de creerse creador, es decir el propio Dios, si no le he entendido mal…”.
Desnudo con gato, óleo sobre lienzo, 1949.
Una última cosa al respecto de este debate moral sobre su obra. En la vida existen deseos sanos e insanos y ambos conviven en cada ser humano. El arte refleja la realidad, es barro donde el autor moldea la vida tal como la siente –Lolita recrea un hecho real, por ejemplo. Lolita, otra obra, esta vez literaria, envuelta en una controversia absurda.
La brutalidad, la fealdad, la impudicia, la violencia, el libertinaje, el abuso sexual, la explotación, la esclavitud… son temas que toca el arte, que tiene valor testimonial.
El rey de los gatos (autorretrato), óleo sobre lienzo,1935.
Balthus expresaba que su pintura era eso, pintura. Y nada más. Un acto creativo inducido por lo oculto, incluso para él, un médium pintor.
Pero lo oculto, por el hecho de estar oculto no es ficción -la naturaleza tiene un origen-. Lo oculto vive y va revelándose mientras la obra toma forma. Se descubre a través de los símbolos con que se expresa. Esto nos lleva a otro aro de la cadena creativa y es que lo mistérico, que duerme en las profundidades, despierta. Y alborota.
Desnudo recostado, óleo sobre lienzo, 1983-1986.
Balthus es provocador, pero no perverso. No es, para mí, un incitador de actos deleznables, como opinan algunos. Yo digo que si aceptamos que el arte induce a comportamientos patológicos, aceptamos la censura, pues eliminamos del arte su componente mágico, que sólo se manifiesta bajo la libertad de expresión. Una obra de arte no es, a mi entender, un acta notarial, ni un reportaje periodístico, ni un noticiero informativo.
Pregunto, ¿qué hacemos con la larga lista de temas escabrosos, vinculados a la acción humana, que han inspirado obras inmortales? Solamente digo que sacar las cosas de quicio conduce a la tiranía.
El gato en el espejo III, óleo sobre lienzo, 1989-1994.
Para nuestro artista, la infancia tuvo un peso muy importante en su vida. Estuvo rodeado de lo más granado de la intelectualidad de su tiempo; y sus padres, en vez de cortarle las alas y orientarlo hacia profesiones consideradas más boyantes, lo ayudaron a volar en el sentido en el que él quiso.
A los diez años de edad, Balthus ya había publicado un cuaderno con cuarenta viñetas que narraban la amistad que mantuvo con Mitsou, un gato callejero que llevó a su hogar. Mitsou. Historia de un gato fue prologado por… ¡Rainer María Rilke! (la editorial Artemisa lo publicó en el año 2007).
Mitsou, ilustración, 1921.
El misterio, el halo revelador y la ausencia de acción, con los que consigue la ambigüedad que hallamos en sus obras, son consecuencias de las herencias recibidas de los maestros de Oriente y de Occidente que él fusionó:
“En la matemática interior de mis cuadros veo China y la pintura francesa, Poussin, la pintura de los Song y Cézanne juntos: un auténtico acto sagrado y mágico que une las civilizaciones y los siglos”.
El jardín de Luxemburgo, óleo sobre lienzo, 1928.
Balthus se inició con el Postimpresionismo –Jardín de Luxemburgo, por ejemplo-. Luego se pasó al Surrealismo -se aprecia en El gato mediterráneo-. También creó escenografías y vestuarios para obras teatrales, como las realizadas para el Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud.
Muy pronto el artista consiguió un lenguaje plástico no encasillable en el mundo reconocible de los ismos, de los movimientos vanguardistas que se multiplicaban a una velocidad de vértigo, se espiaban y se repudiaban entre sí -Balthus huía de ese universo que consideraba demasiado intelectual, demasiado artificial y demasiado sincrético.
El gato mediterráneo, óleo sobre lienzo, 1949.
El pintor francés, de origen polaco, coqueteó con las estéticas de moda, pero fue por poco tiempo. Él creó su propio estilo, una especie de realismo moderno donde los personajes, centrados en sus reflexiones, no tienen contacto entre sí.
Sobre el arte moderno declaró -no se cansó de decirlo-: “No lo entiendo”. Es “oscuro, hermético”. Y, a pesar de su opinión, conocida por todos sus contemporáneos, Picasso le manifestó: “Eres el único pintor de tu generación que me interesa” -frase que pone en evidencia la soberbia de nuestro enorme Picasso, por cierto.
La calle, óleo sobre lienzo, 1933.
Las escenografías pictóricas de Balthus son imágenes nítidas de luz equilibrada y juegos hábiles de perspectivas -observa las sombras que atraviesan el lienzo y las fallas iluminadas de La montaña.
Su pintura figurativa es, a pesar de su carga de texturas y de una paleta inspirada en gamas del pasado, vanguardista. Responde a su tiempo, aunque de otra manera; pues es una obra que, para avanzar, mira hacia atrás.
La montaña, óleo sobre lienzo,1937.
Como los grandes, Balthus se inició dibujando y copiando a los maestros del arte. Fue, además de pintor, escenógrafo e ilustrador de libros.
Balthus fue “un pintor aficionado a leer” que sintió cómo su sociedad fue sustituyendo la piedra por “el hormigón y el plástico, es decir, la materia indestructiblemente fea y lo doméstico efímero”.
Cumbres borrascosas, ilustración (número7 de la revista Minotaure, 1935).
“Pienso en el gas amarillo mostaza que mató a tantos hombres en las trincheras durante la guerra de 1914, y en el gas azul que aniquiló a los judíos en los campos de concentración. Se han llegado a hacer colores que matan, son semillas de muerte. De modo que, como decía Péguy, tenemos que ser archivos, rechazar el color industrial, portador de la muerte y frigidez, y volver al azul de los cielos y al amarillo de los campos, al oro y el azul, ese azul gredoso de Giotto y ese amarillo vibrante de los trigos de Poussin. Giacometti se extasiaba ante las caras y las flores, ante su misterio inaccesible. El trabajo del pintor consistía en ir al encuentro de esos secretos, de esa frescura nunca alcanzada”, se lee en uno de los capítulos de sus Memorias.
El cerezo, óleo sobre tabla, 1940.
Y en otro retazo: “Hay que volver a la sabiduría de los fresquistas italianos, a su lenta paciencia, a su amor por el oficio y la certeza de alcanzar, pintando, la belleza”.
Ilustro el artículo con algunas obras que seleccioné de la retrospectiva que sobre Balthus nos ofreció el Museo Thyssen y con otras que, aunque no están presentes en la muestra, me gustan mucho. Son piezas de una vida dedicada a la pintura. Incluyo también, para que puedas comparar, La Pietá de Enguerrand Quarton. La edición de las Memorias que manejo es la publicada por Debolsillo. Hay que aclarar que no se trata de unas memorias al uso. Memorias recoge fragmentos de una entrevista que Balthus concedió, poco antes de fallecer, al biógrafo y ensayista francés Alain Vircondelet.
Luego de haber probado, con el teatro de Antonin Artaud, la “representación de la violencia que hay en nosotros” (frase de Anais Nin), el pintor se decidió por la parte hermosa de la vida. Balthus descubrió, en nuestra era de dolor y farsa, que la belleza es más fuerte que la muerte.
Paisaje de Champrovet, óleo sobre lienzo, 1941-1943/45.
¿Por qué dedicar tu fruto al ángel negro?, puede que pensara ese cazador de infancias, proyectadas en los espejos, que fue Balthasar Klossowski de Rola, uno de los grandes artistas que logró atravesar los claros y nieblas de la Europa del siglo XX.
La entrada Balthus. El tiempo y la fugacidad. se publicó primero en El Copo y la Rueca.