Bambi y “El poder del ahora”

Publicado el 06 marzo 2014 por Kirdzhali @ovejabiennegra

Arriba se pueden ver claramente las tumbas de los pájaros que ya no cantan en el actual bulevar de las Naciones Unidas; aún persiste la duda de si la alcaldía pretendía transformar a Quito en un cráter de la luna.

Hace un par de meses me desperté, abrí la ventana de mi habitación y cuando los rayos del sol me iluminaron el rostro y el canto de los pájaros – los que aún no se han ahogado por el smog del bulevar de la Naciones Unidas – me alegraron el alma, pude sentir que surgía el espíritu altruista en mí, decidiendo en seguida hacer el bien sin mirar a quién.

Naturalmente no sabía por dónde empezar, esto era algo muy nuevo en mi vida, por lo que decidí buscar la iluminación en el sitio más apropiado para las epifanías: un prostíbulo.

Por el camino pasé por un puesto de revistas donde se exponía, entre otros libros pirateados, un ejemplar de El poder del ahora de Eckhart Tolle. Los que, como yo, están acostumbrados a los despertares místicos sabrán que una revelación se produce de repente, alimentada por un evento que en apariencia no es crucial, pero que resulta ser la puerta por la que se debe atravesar antes de convertirse en un buda. Por lo mismo, aquel libro tenía un significado especial, no en vano Oprah Winfrey y Ben Stiller, adalides de la cultura contemporánea, lo consideran una obra crucial de filosofía y autodescubrimiento.

Sin dudarlo más, lo compré aunque el precio me pareció excesivo – un dólar – considerando su verdadero valor – quiero decir que en librerías “jai lai” lo venden a casi veinticinco dólares, claro…

Orgulloso y con mi preciado tesoro bajo el brazo caminé al puticlub más cercano y, aunque no soy asiduo de esos lugares bochornosos y vulgares, fui recibido a cuerpo de rey en la mesa habitual, mientras Brandi, Mandi, Candi, Landi y Bambi – sí, todas con i latina – se contoneaban delante de mí. Escogí a la última empujado por la intuición – como todo iniciado –, la hice sentar a mi lado e instantáneamente me puse a predicar.

“El poder del ahora”. Debe revisarlo, a menos que haya leído antes la Biblia (porque hay muchos versículos citados), el Bhagavad Gita (también hay muchos versos de este libro), los sutras budistas (también hay citas de ellos), las películas Matrix y el Rey León (también hay citas).

— Debes cambiar tu vida y buscar la realización espiritual, hija mía; noto que te estás hundiendo en el mundo de las apariencias, en el de la carne… Todo esto, ¡TODO!, es una falacia, un engaño de los sentidos.

— Sí, sí, papi, ¿ya no’ vamo’ al cuarto? ¡Rrrrrrico!

Como es natural, tuve que ignorar las tentaciones a las que me sometía su espíritu poco evolucionado e incapaz de pronunciar las eses.

— El maestro Tolle – proseguí – dice que la felicidad que trata de alcanzarse a través de los placeres físicos es fugaz, banal y que surge de la insatisfacción o la insuficiencia…

— ¡Claro, papi, que lo’ que vienen pa’ acá son insatifecho’ y también uno que otro son insuficiente’, pero yo le’ hago alcanzar la felicidad, no e’ mi culpa si son fugace’ pa’ acabar!

— ¡Silencio, Satanás! No quiero saber más de tus historias llenas de pecado; escucha: debes conectarte con tu “cuerpo interior”, sentirte…

— ¿O sea, papi, que quiere’ verme cuando me toco?

— ¡Eres un caso perdido, un alma condenada a miles de reencarnaciones! Sin embargo, te voy a regalar este libro, ojalá lo leas y cambies… ¡Por tu bien!

Luego fuimos al cuarto.

Hace un par de días, mientras trataba de terminar una crónica sobre las espiritualmente evolucionadas cadenas sabatinas del Mashi, encontré a Bambi en el Parque La Carolina; estaba cubierta con harapos y parecía desencajada, fuera de lugar.

— Hola, Bambi, ¿qué haces aquí? ¿Estás bien? – le pregunté.

— ¡Calla, calla, no me dejas escuchar!

— ¿Qué cosa?

— ¡A ella!

— ¿Quién es ella? Me estás asustando…

— ¿Por qué? Mira, allá viene – señaló con el dedo índice un árbol de raíces enormes.

— ¿De qué hablas, Bambi? Eso es un árbol.

Eckhart Tolle te dice: “¡ve a dormir en un parque; allá te robarán, desnudarán, violarán y te harán alcanzar la iluminación!”

— ¡No, e’ mi yo verdadero, no el yo chiquitico, el del ego, sino el YO, el único! Lo acabo de encontrar gracia’ a tu ayuda, oh maestro – y en seguida se abrazó al tronco.

Me sentí incómodo y mi estado de vergüenza ajena se iba incrementando a medida que Bambi – quien me aclaró que ahora se llamaba Madre Germinadora De la Madre Tierra – empezaba a despojarse de sus harapos, al tiempo que se frotaba contra el tronco del árbol, lo besaba o le decía palabras dulces. Mi estupor era compartido por un creciente grupo de quiteños que, entre la broma y el susto, permanecían mirando la escena en estado de un éxtasis escatológico.

— Ven, oh maestro, para que disfrutes de mi yo – me dijo, invitándome a participar de su rito de “sobamiento” –; tú me descubriste al iluminado Eckhart Tolle y mereces participar de la unión con mi YO.

Huí despavorido y por el camino me preguntaba si ese sería el final que le espera a todo lector de Eckhart Tolle – en el fondo, muy en el fondo, estaba preocupadísimo por la salud mental de ciertos empresarios que lo leen con absoluta devoción.

Otra lectora de Eckhart Tolle se pone en contacto con su YO en EE. UU.

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