Vagaba en solitario entre las montañas del paisaje, como cada Jueves por la noche cuando venía de vuelta a "Isla Jardín". Estaba cansado, se le notaba en la expresión. Sus párpados se cerraron un par de segundo en varias ocasiones, inconscientemente. Apenas había distracciones por el camino, ni coches... ni ruido externo. Salvo unas luces lejanas que se podían apreciar a 90 metros de allí. Éstas, se movían marcando territorio.
Paró en el parking del hotel, buscó el móvil, cogió las llaves y desconectó el coche por unos minutos. Por consiguiente, puso un pie fuera, encendió el cigarrillo que sostenía en una mano al tiempo que se lo llevó a la boca y dio una bocanada de aire, con la mirada fija en el local. Cerró la puerta de golpe y sonó Bip bip como sistema de seguridad. Poco a poco, se fue acercando al local y cada vez más, le cegaban las luces que se podían percibir del interior.
En la puerta del mismo, apagó el cigarrillo y entró. Observó cada uno de sus rincones y podía apreciar la imagen de cuatro putas de extrarradio comiéndosela a cuatro respectivos camioneros. Y mientras unos poseían el trabuco lleno de babas, otros tantos fingían no ver la escena ahogando sus penas en el fondo del vaso de alcohol, con la chaqueta asomando de sus rodillas y la mano pegada a la barra del bar. El camarero hacía oídos sordos a todo su alrededor, pasando por alto cualquier detalle y actuando con total normalidad; limpiando los vasos con un trapo blanco y su mano llena de grasa. Un par de niños correteando por la zona, felices y sin atención de los padres. Uno de ellos, miraba la obscena imagen de aquellos cuatro amores de extrarradio, atónito, sin dar crédito a lo que veían sus ojos.
El ambiente no era muy tranquilo, ni el local respiraba buen rollo, la puerta se abría y cerraba cada tres minutos... mejor dicho, el tiempo suficiente para que alguien fuera a potar al exterior y dejar todo lo consumido en aquella noche. Eso o, la aparición de alguien nuevo quien ha tomado la iniciativa para tomar un descanso de camino a casa.
Quería huir de allí, y al tiempo de poner un pie en la salida para regresar al coche y retomar el viaje, una voz tosca y oscura sonó a sus espaldas:
- ¿A dónde te crees qué vas...?