Corría el año 1991, creo. Jugábamos la final contra el equipo del gordo Marcelo, nos jugabamos todo, nos jugamos la plaza. El partido era reñido, iban 2 horas 45 de partido e íbamos nada más que 12 a 12. Yo había empujado dos o tres pelotas, un brasileño que jugaba para ellos la estaba rompiendo, pero todo era muy trabado, la pelota pegaba mucho en el árbol. No miento que para mí nosotros estábamos mejor, ellos tenían suerte como ese rebote en una parejita que apretaba que les dió el empate. Iba cayendo la noche, cuando muchos estaban más atentos a la aparición de algún padre que desnivele tanto enredo, apareció Maranga, que había estado apagado. La pisó el el medio y salió entre dos, tiró una pared con el petiso Gastón y sacó un zurdazo potente, con los brazos abiertos, el cuerpo bien para adelante, empeine lleno y la melena manchada de barro sostenida en el aire. El gringo, veterano arquero de 13 años ya la veía adentro, pero apareció el cruce salvador del gordo Marcelo. El gordo se inmoló tirandose de cabeza al piso, la pelota, que ya dejaba ver la cámara a través de un gajo salido, voló altísimo, pasó por encima del mástil, dió un pique extraño y se coló bien pegada al buzo del flaco Felipe. Tan grande fue la carambola que la bocha siguió hasta la calle donde fue finiquitada por un 147 que no se la vió venir. No había pelota de repuesto, los del gordo Marcelo se abrazaron no dejando lugar a una tímida queja que decía que la pelota había pasado encima del improvisado palo. El desánimo era tal que ni para empezar a los empujones estaba la cosa. Y ahí Maranga lloró y ahí supimos lo que después confirmó su pollera, Maranga era puto.
“Los hombres no lloran ni bailan carajo”, decian los viejos. Ni cuando te pegan se llora, el llanto se reserva para cuando se muera la vieja y hasta ahí. Sabiendo esto y roto el velo de la obligación, el rubio se dejó llevar y empezó a ir vestido de mina a todos lados. Su viejo no le decía nada, casi ni hablaba después de Malvinas. Se la tuvo que bancar el pendejo, con el cuero digo, agarrándose a trompadas casi todos los días, bancarse los saludos esquivados, clavándose con las figuritas repetidas. Yo lo seguía saludando, más que nada porque me daba pena perder un cinco tan talentoso.
Pasaron los años y los muchachos nos fuimos yendo para otros barrios. El primero fue el petiso Gastón, que se volvió a Tucumán porque el papá se quedó sin laburo. El segundo fue Felipe que se fue a jugar a un club de Mendoza, el último fui yo, enamorado de Liliana, la morocha de Lomas de Zamora. Después de 8 años fui a visitar a mis viejos, lo unico que quedaba del barracas en que nací era el olor a bife y Maranga. La plaza se habia transformado en un lugar de cemento, donde los nuevos vecinos iban a hacer ejercicio en unos armatostes metálicos que puso la municipalidad. No había opis, ni zapatillas en los cables, ni hablar de los almacenes y el ruido sinfónico de las fábricas . Lo unico que reconocí fue a Maranga, hablé con él cuando a mi vieja se le rompió el tanque del baño y tuve que salir de raje a la ferretería. El rubio seguía saliendo a la calle con pollera, top y las piernas con pelos pinchosos.
- Que hayee- Hace cuanto no escucho ese acento! (el rubio se tapó el bigote naciente con las dos manos).¿ Como va todo con la morocha?- No hay más morocha (me lamenté). ¿Tenés un tanquecito para el inodoro?-Los hombres-Las minas- 20 pesos (contestó seco)- Tomá che, gracias. Mandale un saludo al viejo.- No hay más viejo- Los años-La guerra (miró al piso)- ¡Que cinco se perdió el rojo con vos! (dije para irme sin la incomodidad de un posible llanto)- El cinco ese se murió con la plaza.-Cuidate-Siempre
El rubio sonrió triste , yo me fui con esa angustia que tenemos los del sur, esa que le da sentido al tango, esa del guardarse todo. En el Roca pensé en el tipo, llegando a Espeleta de me dí cuenta que había sido el más piola de todos y deje atrás la pena. Se dió cuenta antes de todo. Supo que no había vuelta atrás , fue lo que quiso ser. Los demás lo supimos tarde, vivimos años engañados, añorando hasta rendirnos. Por eso él es el único que queda, hasta el gordo Marcelo vive en otro lado ahora.