“Que el dicho Bartolomé Bermejo tenga que jurar y jure, ante notario público, sobre la Cruz y los Santos Cuatro Evangelios, y que podrá recibir sentencia de excomunión”.
Contrato de Bartolomé Bermejo para el retablo de Santo Domingo de Silos, 1474.
Escenas de Cristo Redentor, tabla: Ascención, óleo sobre tabla de conífera, h. 1470-80.
Para un judío español el siglo XV fue una auténtica pesadilla. En el siglo XV se instauró el Tribunal del Santo Oficio (1478) y se puso en práctica el Edicto de Granada.
El Edicto, firmado por Isabel la Católica y por Fernando de Aragón en 1492, ordenaba la expulsión de los judíos de las Coronas de Castilla y Aragón. Hasta entonces, los cristianos y los judíos habían mantenido una relación tensa, una relación abundante en persecuciones y conversiones forzosas que intercalaba períodos de tregua con otros de cierta estabilidad, estabilidad que daba a la comunidad judía algo de oxígeno. Pero con la aparición del dominico Tomás de Torquemada (1420-1498) la situación se volvió trágica. Tomás de Torquemada, primer Inquisidor General del Reino, veía herejes por todas partes y fue especialmente cruel con los judeoconversos, a los que acusaba de llevar a cabo prácticas judaizantes en secreto.
San Miguel triunfante sobre el demonio con el donante Antoni Joan, detalle, óleo sobre tabla, 1468.
¡Pobre Bartolomé Bermejo! El Bermejo, que así lo llamaban se cree que por su color de pelo, fue un judeoconverso en tiempos de Torquemada. Un judeoconverso cordobés que escogió la Corona de Aragón para llevar a cabo su vocación de pintor.
¡Quién sabe si no escogió Aragón por haber sido, históricamente, tierra que acogió a los judíos ricos! Judíos pudientes y recién convertidos como él; cristianos nuevos que necesitaban mostrar, como él, su adhesión incondicional al catolicismo para sobrevivir a las expulsiones y a los interrogatorios inquisitoriales. Judeoconversos consumidores de pintura de temática cristiana. ¿Qué mejor forma de alejar sospechas que financiar un retablo o colgar un cuadro de asunto devocional en la parte más transitada de un hogar? ¡Y ni te digo si en la pintura aparece el donante arrepentido arrodillado ante un pasaje bíblico!
La Virgen de la Leche, óleo sobre tabla de pino, h. 1465-70.
(Curiosidad: El Niño juega con un collar de cuentas rojas y negras. En época de Bermejo, en Eruopa se rendía culto al Rosario. La proyección lateral de la luz es típica de los flamencos. Esta tabla me gusta mucho, me recuerda a los iconos rusos, aunque las figuras son redondeadas y carnosas. El catálogo señala que la posición de medio cuerpo está inspirada en las vírgenes de Rogier van der Weyden).
En definitiva, esos nuevos cristianos eran potenciales clientes para Bermejo, clientes con los que Bermejo se entendería bien. Además, hay otra razón de peso, de mucho peso, para que Bermejo escogiera las tierras aragonesas. Esa razón es que en Aragón la Inquisición se instauró diez años después que en Castilla -en Castilla se establece en 1478 y en Aragón en 1483.
Retablo de Santa Engracia para la iglesia de San Pedro de Daroca, Flagelación de Santa Engracia, óleo sobre tabla, h. 1472-77.
(Dos peculiaridades del pintor: Una son las inscripciones, como las del pavimento. Dos, la vestimenta que comparte moda occidentalizada con moda musulmana. Fíjate en cómo era capaz de captar y representar todo tipo de texturas. Una curiosidad: son los flamencos los que en el siglo XV incorporan objetos nazaríes a la pintura).
Bartolomé de Cárdenas (h.1440 – h.1501), conocido como Bartolomé Bermejo, es considerado “el pintor más importante de los reinos hispanos bajomedievales”, nos dice el Presidente del Real Patronato del Museo del Prado José Pedro Pérez-Llorca.
Escenas de Cristo Redentor. Tabla: Descenso de Cristo al limbo, óleo sobre tabla de conífera, h. 1470-80.
(Observa cómo representa la piel humana. Mira las gasas transparentes que dejan ver los sexos. En el limbo están el monstruo y la mujer con la lengua atravesada. Se desconoce para qué retablo fueron pintadas las tablas -son cuatro-, aunque se cree que son el resultado del encargo que el judeoconverso Juan de Loperuelo hizo a Bermejo para su capilla funeraria).
Pero, ¿quién fue, realmente, Bartolomé Bermejo? Nadie hasta hoy puede ofrecernos una respuesta concreta al respecto. Se sabe que se casó con una viuda, judeoconversa y rica, llamada Gracia de Palaciano. Se sabe que su mujer sufrió la ira de la Inquisición por desconocer el Credo. Se sabe que un mercader converso muy cercano a él también fue atrapado por el Santo Oficio. Se sabe que algo pintó en su tierra cordobesa y que luego, como mariposa que se posa de flor en flor, creó sus bellos cuadros de veladuras al óleo en Valencia, Zaragoza, Daroca y Barcelona. Se sabe que su rastro se pierde con su Piedad Desplá (1490). Nada se conoce de él a partir de esa tabla fechada en Barcelona -la Inquisición se funda en Barcelona en 1488. Yo deseo, Bermejo, que tu zigzaguear te haya librado de la ira inquisitorial.
Piedad Desplá, óleo sobre tabla, 1490.
(Bueno, ¡qué decir de este cuadro! ¿Por dónde empiezo, por la Jerusalén cubierta por un cielo expresionista? ¿Por la infinidad de plantas y animales mediterráneos representados y que aquí, desgraciadamente, no puedes apreciar? Hay deambulando por esta tabla caracoles y mariposas, mariquitas y pájaros, hay también una serpiente y un león, hay… Hay muchas figuras dispersas: Nicodemo a caballo, una mujer hilando, un arquero, la calavera de Adán… El eclesiástico Desplá está a la derecha, mientras que a la izquierda aparece San Jerónimo representando el carácter humanista del canónigo. El cuadro tiene en la base del marco una dedicatoria. Una curiosidad: Lluís Desplá se opuso a la implantación de la Inquisición en Cataluña).
Un judío obligado por las circunstancias, que reniega de sus raíces y dedica su arte a temas cristianos con el afán de ganarse la simpatía de aquellos que pueden decidir sobre su vida. Esto es lo que conocemos, a grosso modo, de su vida personal. Bartolomé Bermejo se encuentra en el apartado de los creadores que son conocidos únicamente por sus obras, porque todo lo que sabemos de él no son más que conjeturas, empezando por su fecha de nacimiento. Hay otros muchos artistas que han llegado a nuestros días sólo por ser citados en los documentos escritos, pues sus obras se han perdido.
Santo obispo (¿San Benito de Nursia?), óleo sobre tabla, h. 1477-85.
(Hasta 1935 no se supo que esta tabla era obra del cordobés. En la aureola del monje podemos apreciar la meticulosidad de Bermejo, su gusto por representar los más mínimos detalles. Este tipo de aureola la encontramos en otras obras suyas. Aquí las joyas resplandecen, son un ejemplo del carácter efectista de su pintura).
Bartolomé Bermejo fue, muy probablemente, un hombre con miedo a la vez que fue un pintor con suerte. Vivió el éxito profesional. Este judeoconverso, considerado el mayor pintor del arte primitivo español, fue un referente para los artistas contemporáneos a él. Se sabía lo que hacía, se quería pintar como él y se quería trabajar con él, a pesar de que dicen que era poco dócil e impuntual y que de ahí vienen las cláusulas de excomunión que se encuentran en los pocos contratos que se conservan de él, pero hay que tener en cuenta que esas cláusulas de excomunión eran bastante frecuentes en su tiempo. Eran una forma de obligar al artista a hacer las cosas a modo y manera de quien encargaba el trabajo.
Retablo de la Virgen de la Misericordia, Bartolomé Bermejo y Martín Bernat. Parte de la tabla central: La Virgen de la Misericordia, óleo sobre tabla de conífera, h.1479-84.
Bermejo, saltimbanqui que iba de sitio en sitio, se vio obligado a pintar sus tablas con cuatro manos, pues el gremio aragonés impedía a los artistas forasteros trabajar solos. Esta es otra razón por la que encontramos obras de Bermejo que llevan firmas asociadas a la suya, como la de los pintores Martin Bernat, Rodrigo de Osona, Fernando Gallego y el llamado Maestro de la Leyenda de Santa Lucía. Se dice que en estos casos el cordobés se ocupaba de la tabla central del retablo y que el resto era asunto de sus colaboradores, que eran buenos pintores pero no estaban a la altura del extraordinario maestro de la pintura medieval. De hecho, si nos fijamos bien, en esos cuadros compartidos podemos apreciar dónde quedó grabado el talento de Bermejo.
Retablo de Santo Domingo de Silos. Tabla central: Santo Domingo de Silos entronizado como obispo, óleo sobre tabla de pino, h. 1474-1479.
(No es hasta 1914 que este retablo, del que se conservan sólo dos partes, es asignado a Bermejo. Esta obra está considerada por el Museo del Prado como “uno de los hitos de la pintura gótica española”).
Pero ¿qué aportó Bartolomé Bermejo al arte que lo convierte, junto con su contemporáneo palentino Pedro Berruguete (1450-1504), en el pintor hispano del Cuatrocientos más importante?
Tres son las características que resaltan de su pintura. Una es la incorporación de la manera de hacer flamenca al arte español. Otra es que añadió a esa forma de pintar un elemento autóctono: el realismo. Y la tercera tiene que ver con la forma en la que Bermejo pintaba al óleo sus complejas composiciones, una técnica que conseguía dotar a las tablas de increíbles veladuras.
San Miguel triunfante sobre el demonio con el donante Antoni Joan, óleo sobre tabla, 1468.
(Una curiosidad: En la armadura se refleja la Jerusalén Celeste. Mira los pulidos, los brillos, la riqueza cromática, los pliegues de la capa. El donante tiene un salterio abierto en los salmos penitenciales. Es una pena que las fotos no le hagan justicia a estos cuadros. Hay que verlos directamente para apreciar todo su esplendor. Imagina la llama de las velas de las iglesias danzando sobre esos dorados. La firma del pintor aparece en el pergamino).
El pintor cordobés, como puedes apreciar, fue un virtuoso en el arte de mostrar objetos pulidos y en dar brillo y colorido. Bermejo se recreaba en los más mínimos detalles. Era el príncipe de las texturas y del cromatismo. Era el rey de los efectos ilusionistas. Era un virtuoso en el arte de crear profundidad con lacas y transparencias. Era un mago haciendo trampas al ojo con violetas, verdes, dorados y rojos.
Se cree que Bartolomé Bermejo descubrió en Valencia (por entonces ciudad importante, de idas y venidas) las obras de Jan van Eyck, Rogier van der Weiden y demás flamencos que le sirvieron de inspiración. Se cree que de igual manera conoció el arte italiano que más tarde incorporó a su pintura. Se cree que de España no salió. Se cree… Su biografía personal es un cúmulo de faltas de certezas y… de se cree.
Muerte y ascensión de la Virgen, óleo sobre tabla de castaño, h. 1468-72.
(A destacar el realismo pictórico de los objetos que componen esta tabla. En directo se aprecian los materiales con que están hechos el arcón, la jarra, la lámpara, el incensario… Otra vez frases. Una sin sentido, la escrita en hebreo en el pabellón rojo, que está detrás del cabecero de la cama, y otra con sentido, la que se encuentra a los pies de la cama y que reza: “En mí Dios es”).
Pero lo que sí sabemos, porque era costumbre en la época, es que las fuentes indirectas de las que salían las informaciones para trabajar las ideas eran los libros, las estampas, los grabados y los cuadros importados.
Piedad Desplá, detalle, óleo sobre tabla, 1490.
(Observa cómo la yema de su dedo sigue la lectura. La forma en que San Jerónimo sostiene el libro y la expresión de su rostro nos dice lo interesante que le resulta el texto que lee).
Los libros eran consultados, por ejemplo, para recrear tipos humanos, para enriquecer escenas con plantas y animales, para levantar decorados con todo tipo de objetos. ¡Bendita imprenta y benditos impresores…! -En España, la imprenta entró con cierto retraso, si la comparamos con la alemana, la francesa o la italiana. En la Catedral de Segovia se custodia el libro que se cree es el primero impreso en España, data de 1472 y recoge las actas del Sínodo que tuvo lugar en Águilafuente. El libro fue impreso por Juan Párix de Heidelberg y se titula Sinodal de Águilafuente. Pero volvamos al tema, que me enredo en otros hilos.
Retablo de Santa Engracia, tabla central: Santa Engracia, óleo sobre tabla, h.1472-77.
Cristos redentores, vírgenes, santos, cruxificiones… Toda la iconografía cristiana se posa en las tablas de El Bermejo entre vestimentas occidentales, trajes nazaríes, donantes y un sinfín de accesorios. Si algo es evidente es que El Maestre Bertholome, El Bermejo, fue un enemigo declarado del minimalismo.
Pintor que sigues el rumbo de tantos pintores viejos, ¿qué pasaba por tu cabeza cuando tu pincel, en vez de reflejar el dolor y el miedo de los tuyos, desgranaba en la tabla una escena cristiana? En aquel tiempo, de torturas y hogueras para tu gente y su fe, lograste que la belleza paseara por los dominios por ti creados. Pero esas escenas, que huelen a incienso de catedral, si las miramos bien, te delatan. Dime una cosa, Bermejo, ¿acaso estos cuadros no tenían una carácter instructivo? ¿No tenían la misión de catequizar al pueblo bajo? Entonces, ¿a qué viene tanta ostentación de riqueza, Bermejo? ¿Es, acaso, una crítica velada a tus clientes cristianos?
Cristo de la Piedad, óleo sobre tabla de cerezo, h. 1465-75.
(La frase del sepulcro está escrita en hebreo y dice: “Él reparó la vida; con su muerte puso fin a la muerte”. En esta obra, en la gasa que envuelve a Cristo, apreciamos su destreza en las veladuras al óleo y el cromatismo que lo caracterizó. El catálogo resalta el uso del dorado al mixtión, que era característico de los flamencos. Y yo señalo ese cáliz que está a los pies de Cristo: ¡Dios mío, centellea! Verlo conmueve tanto como la figura descarnada y cansada del Creador).
Bartolomé Bermejo, dice un refrán muy viejo que “a buen entendedor pocas palabras bastan”. Tú perteneces a ese grupo de hombres cuyas ideas se descubren en lo que no está escrito, en lo que a simple vista no se ve, en lo que no se dice.
Una vez más el Museo del Prado nos sorprende con una exposición de un artista grande y desconocido para muchos. Es la primera vez que son expuestas veintisiete de las veintiocho tablas que se conservan de Bartolomé Bermejo, piezas que provienen de Estados Unidos y de diferentes partes de Europa.
Tríptico de la Virgen de Montserrat, Bartolomé Bermejo y Taller de Osona, óleo sobre tablas de roble, h. 1483-99.
(Otra vez un fondo sorprendente. Hasta entonces, los fondos no eran más que paisajes rocosos. Pero Bermejo regala a la Virgen un atardecer marino, con barco incluido, y muy luminoso. La tabla central es obra de Bermejo; así como los dibujos de las laterales, pero la parte pictórica de esos laterales son obra de los valencianos Rodrigo y Francisco Osona. La firma de Bermejo está en el pergamino que se encuentra en el primer plano bajo. A los pies de la Virgen, Bermejo depositó una amplia variedad de plantas y flores que pinceló al detalle).
El Museo del Prado nos brinda la oportunidad única de conocer en profundidad la obra del maestro más importante del gótico tardío español, un judeoconverso que puso su don al servicio de la iconografía cristiana. Si puedes, acércate al Prado. Es la única forma de poder apreciar la grandeza de este pintor medieval.
La entrada Bartolomé Bermejo, maestro de la pintura antigua. se publicó primero en El Copo y la Rueca.