Hasta ahora, mi historia en primera persona se escribe con ecos de un pasado no demasiado lejano, “basado en hechos reales”. Esa “agenda personal” no deja de plasmar la serie de capítulos protagonizados a causa de mi depresión, que arranca y prosigue a través de mi propia vivencia de esta enfermedad en su máxima expresión.
Hoy no puedo pasar una página ya escrita de mi “libreta-diario” porque debo buscar el amparo de un nuevo folio, también “basado en hechos reales”, tan reales como las horas que comprenden estos últimos días, que llevan un ritmo ralentizado por el imparable hundimiento del ánimo que estoy sufriendo en carne viva, al mismo tiempo que tecleo estas palabras, recordando lo dicho hace tiempo sobre lo largo y tortuoso que es este camino.
Ahora siento como esos “fantasmas del pasado echan su aliento en mi nuca y las cosas más podridas que nunca”, tal y como declara Nach Scratch en la letra de su canción “Basado en hechos reales”.
Ahora, sí, por desgracia, vuelvo a arrastrar esa plomiza tristeza que creía abandonada. Ahora, sí, la humedad invade mi miopía una vez más. Ahora, sí, las sábanas me atrapan entres sus pliegues de nuevo.
Todos los protagonistas de mi depresión han irrumpido sin avisar en la atmósfera por no sé qué vez (ya perdí la cuenta hace tiempo). Vienen dispuestos a representar otra de sus más dantescas funciones, originando en mi interior un ciclón con aciagos recuerdos. Ni piden permiso para entrar, ni siquiera preguntan si están invitados, sólo hacen uso de su habilidad innata para abrir de par en par las puertas de mi alma y dejarme en el más absoluto de los silencios. No les importa el momento, si tengo una entrada, si deseo asistir, sólo quieren subirse a las tablas de nuevo, sin incumbirles el sufrimiento que su aparición me provoca. Y una vez encima del escenario, sólo juegan con la iluminación hasta avocarme a una nueva desesperación existencial en la que ellos encuentran el mejor reconocimiento a su obra.
Sí, mi autoestima reposa en el cubo de la basura. Sí, mis entrañas se retuercen de dolor. Sí, estoy otra vez en medio del fango. Sí, “intento salir de esta vida puta, esforzándome por combatirla y nada cambia”. Sí, “alma de vagabundo”. Sí, ideas suicidas, pero no ha sido una sola, ni dos.
¿Por qué me toca padecer así? Intento tomar el mando de esa obra y sustituir a los actores. Hago un nuevo casting para el guión que desarrollé “tras aquellas horribles puertas”. ¿Cuánto durará esto?, ¿cuántos castings tendré que realizar?, ¿cuándo seré capaz de sacar a la luz mi vida?
Me giro hacia mi “otro lado de la cama”, le suplico, le ruego, mientras me viste de caricias, de palabras de aliento. Sin embargo, yo estoy sin aliento, sin capacidad para emitir algo más que un leve gemido.
Bajo esta oscuridad, se hace realmente costoso escribir una línea más que no se empañe. Me esfuerzo en dejar mi mente en blanco, pero sólo hay negrura. ¿Se me han fundido los plomos para siempre? ¿Viviré siempre así?
“…Y estas son las cosas que suceden en mi piel. Los días son breves, ya lo sé. La vida sin querer. Y esta es la vida que me tocó conocer. Las noches son tristes, ya lo sé. La realidad me puede y no sé qué hacer. ¿Qué puedo hacer?...” (“Basado en hechos reales” de Nach Scratch)