Basilio es un tipo con poca personalidad y barba rala y gris. Basilio gasta gafas, cómo quien esto escribe, desde siempre y las lleva desde siempre sucias. Las gafas de Basilio, según su abuela, parecen «dos adobes»; para la abuela de Basilio el adobe era el epítome de la suciedad. Basilio se mira cada mañana al espejo, sin gafas, a ver que ve; pero no ve nada, solo la misma cara anodina de todas las mañanas. De vez en cuando saca la punta de la lengua o guiña un ojo delante del espejo, más que nada por reafirmar que no es tan soso como la gente dice y a la vez (¡qué narices!), por dar una nota de color al aseo matutino.
Los adobes son ladrillos hechos con barro y paja y secados al sol. Es lo que fabrican los israelitas en la película Los Diez Mandamientos mientras el egipcio calvo les sacude con el látigo de siete colas. Las casas hechas de adobes son fresquitas en verano y calientes en invierno. Basilio oyó contar a su madre una historia de sufrimientos humanos en la que había mujeres que recogían polvo de los caminos para hacer adobes, pero no está seguro. La madre de Basilio estiraba las historias hasta límites insospechados e hiperbólicos, aun sin saberlo.
Los tapiales son muros levantados con tierra encofrada y compactada con un pisón. Mientras se extiende la espuma en la cara Basilio recuerda que una vez vio reconstruir uno, con mucho aparato a alarifes jubilados, en una muralla del museo del carro. A lo mejor su abuela quería decir que tenía los cristales de las gafas como tapiales, piensa, le parecen más sucios que los adobes.
Basilio es un hombre con poca doblez y sentimientos ciertamente primarios; solo
La vida de Basilio no ha sido un camino de rosas y en cada recodo se ha ido dejando un trozo de alma.
Basilio calla casi siempre: le gusta más actuar. Trata a todo el mundo con educación. A Basilio no le gustan las discusiones y las evita todo lo que puede. Hay gente que confunde la educación de Basilio con debilidad y mansedumbre. Pero él sigue callando mientras puede. También es humilde e intenta pasar lo más desapercibido posible, lo que uno es, es y por mucho que cacarees vas a seguir siéndolo.
A Basilio en otra crisis anterior —esta vez personal— lo tuvo un hermano trabajando, como obra de caridad y engrandecimiento humano. Una mañana de confesiones y condescendencias, el hermano le dijo:
—Lo que pasa es que tú eres muy débil, Basilio.
Y Basilio, a pesar de la idea inicial, aquella mañana respondió tras una larga pausa.
—No. No soy débil. Soy alcohólico y vivo en una sociedad rodeada de alcohol. Y no bebo. No, no soy débil. El hecho de que no entre en vuestro juego de jactancias, babas y estúpidas competiciones a ver quien orina más lejos no me hace más débil. Prueba a hacer lo que yo hago y verás cómo no puedes. No. No me llames más veces débil.
Y cada uno siguió a lo suyo.