Basta

Publicado el 11 noviembre 2010 por Blopas

Esta es una anécdota en partes: la 10a en la saga de la Señora W. y también la 21a en la saga del Dr. Kovayashi.

Como nacer de nuevo | Continuará…

_ “¡¡Araca los chanchos!!”, gritó El que era el Cardo de Flores no bien pisó la vereda del bar, y salió corriendo como rata por tirante. La Señora W., confundida, amagó a seguirlo, pero se frenó en seco porque advirtió adónde iba el hombrecillo. Sobre la vereda hermana, tres hombres desnudos estaban violando a una vieja. La brutalidad de la escena perturbó a W., que no salía de su asombro ante el cinismo de esas bestias y a la ingenuidad con la que pretendían esconderse detrás de unas caretas porcinas. El que era el Cardo de Flores, devenido en héroe ocasional, gritó y danzó a su alrededor hasta llamar la atención de los olvidados del bar, que atiborraron la vereda. Los tres hombres-chancho escaparon con su excitación a cuestas, dejando a la mujer tirada sobre el cordón. Después de revisarla, El que era el Cardo de Flores regresó con la Señora W. para escoltarla hacia Daibushi. “Estaba tibia”, confesó con repulsión. “Fornicaban con un cadáver”. Los muslos de W. se aflojaron como si de repente hubieran perdido sus fémures. “Podía haber sido yo…”, razonó al recordar la advertencia que le había hecho aquel grandote del bar. “Por Dios, Daibushi, ¿qué clase de tratamiento perverso es éste?” No supo responderse.

Caminaron un rato por calles y avenidas que la noche incipiente se había encargado de despejar. No se veían más automóviles, ni chiquillos en cuero empujando carrindangos repletos de materiales reciclables, ni mendigos arrumbados en las veredas, ni pirámides de basura pestilente. Parecía otra ciudad. El que era el Cardo de Flores, aún orgulloso de su valientía, abrió la puerta del falso almacén, tras de la cual, una escalera de mármol ascendía sin descansos hasta el infinito. Subieron. Por momentos, el hombrecito entonaba cortas melodías renacentistas en Latín. Mientras tanto, W. intentaba olvidar a la viejita. ¿Quién reclamaría su fría mortaja? ¿O regresarían los chanchos para acabar su faena? Por fin, después de un recodo la escalera desembocó en un espacio poco iluminado y familiar. Los pies de W. caminaron otra vez sobre la moquette del pasillo de las mil puertas.

_ “Lo lamento, W., mi padre tuvo que atender asuntos urgentes en la realidad”, dijo Micaela cuando vio la desazón en la cara de la Señora W., quien, a instancias del hombrecillo, había entrado al que, suponía, era el consultorio de Daibushi. “Sin embargo, estoy al tanto de que desea interrumpir el tratamiento… Eso no es para nada bueno. Me es imperativo hacerle saber que mientras permanezca aquí, en la magia, estará bien. Sin embargo, ni siquiera Daibushi, el que nunca duda, podría asegurarle que su cerebro no vaya a explotar si regresa prematuramente a la realidad.” La Señora W. no lograba dar crédito a sus oídos. Estaba convencida de que pronto estaría en su hogar y, a la vez, estaba harta de que todos la advirtieran o amenazaran.

_ “Mirá, querida, mejor que me dejes salir de acá ahora mismo o te pongo el bolichito de sombrero…” La amenaza cayó sobre Micaela como martillazo de picapedrero. La hija del mago buscó apoyo en la mirada imperfecta de El que era el Cardo de Flores; sin embargo, éste, bolsa de bruma en mano, había ya abandonado la habitación e ingresaba al verdadero recinto de Daibushi para asistirlo en el despertar de Rómulo. “Y ya que estamos, devolvéme a mi Rómulo.”

No encontró Micaela otra opción más que descubrir ante los ojos de W. una nueva escalera en un rincón de la habitación. Sabía que ni ella ni W. podían hacer nada por Rómulo, pero no lo comentó. Entonces giró sobre sus talones para darle la espalda a W. y así esperó que ella comenzara el ascenso hacia la realidad. “¡Está advertida!”, barbotó Micaela. Una hora y cientos de escalones después, W., al borde del colapso físico, arribó a un descanso y aprovechó para sentarse y recuperar el aliento. En pocos minutos estuvo profundamente dormida.

En ese mismo instante, el automóvil que transportaba a Alberto P. y a El que era el Cardo de Flores estacionó frente a la casa del Dr. Kovayashi, en la calle Tres Sargentos.


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