- Enviado el : 14 November 2016
- Por: Francisco de Sales
En mi opinión, y por motivos relacionados con una educación que no ha sido la adecuada porque había demasiadas normas y demasiado estrictas, o por la cantidad de reprobaciones a la que nos han sometido o nos hemos sometidos, o por la excesiva rigidez de cumplir las normas sociales, o porque nuestras experiencias personales nos han inculcado una adusta seriedad -no en todas las ocasiones necesaria, ni a todas horas-, muchas personas tenemos tendencia a reprimirnos, y a reprimir ciertas iniciativas espontáneas naturales que tienen necesidad de expresarse y que aportarían puntos positivos a nuestra Autoestima y confianza a nuestro sentido optimista y positivo de la vida y la felicidad.
Demasiada represión a veces.
“No hagas eso”, “cállate”, “estate quieto”, “haz lo que yo te digo, obedece”, “pórtate bien”, “sé formal”, “compórtate”… ¿Cuántas veces hemos escuchado esto?
Esto se ha quedado grabado en nuestro inconsciente. Esto nos marca. Esto actúa aún cuando nosotros no nos damos cuenta.
Nos impone una postura severa -demasiado rígida en ocasiones-, con respecto a ciertos aspectos personales –a cada uno le afecta de un modo diferente y en aspectos distintos- en los cuales nos vamos reprimiendo, coartando, limitando, atenazando, o constriñendo hasta el punto de ahogar nuestra espontaneidad y nuestra naturalidad, dejando con ello de ser nosotros mismos, anulando al niño campechano, espontáneo y desenvuelto que a todos nos habita.
Otras personas, o las circunstancias -a veces-, nos imponen o nos invitan a prohibir que se expresen algunas de nuestras partes, y nosotros aceptamos esa imposición o esa invitación con el consiguiente dolor interno y la tristeza que conlleva.
Eso mata nuestra alma y anula nuestro Ser.
Si uno echa la vista atrás –o mira bien en su actualidad- y se da cuenta de todas las veces que ha tenido que renunciar a ser él mismo, o a mostrarse como realmente es, o a decir lo que le hubiera gustado decir o hacer lo que de verdad le apetecía a hacer, se arriesga a encontrarse con una montaña más o menos grande de frustraciones, de rabias acumuladas, de protestas amordazadas, de lágrimas que se ha tenido que tragar, de sentimientos lastimados, y de dolores de todos los calibres.
Esa es la realidad. Y felicitaciones para el afortunado o afortunada que no encuentre dentro de sí algo de esto.
Estamos hablando de un pasado que ya pasó y no tiene remedio, pero estamos hablando también de un presente y un futuro en el que no es necesario que siga siendo así.
En estos momentos de darse cuenta uno de algo que duele y se niega es cuando se puede coger toda su rabia reprimida y utilizarla como energía a utilizar para poner un punto y aparte y comenzar a caminar con libertad.“Hasta aquí he llegado. De acuerdo. Lo acepto. Es lo que hay, pero eso no me obliga a tener que seguir reprimiéndome, a ser siempre quien cede y calla, a soportar mis lágrimas en silencio y esta tristeza que solo me pertenece a mí y solo yo padezco. Ya está bien. Tengo mis derechos y voy a ejercerlos y voy a reclamar que se respeten. Que se me respete. Que pueda ser yo mismo.”
Ejercer ese derecho a no tener que reprimirse, si hacerlo causa daño, es un acto de Amor Propio y de respeto a la propia dignidad.
Y el Amor Propio y la Dignidad Personal son pilares básicos que uno ha de respetar y que ha de exigir el respeto por parte de los otros.
Sin rabia, sin reproches, con amor y buena voluntad, es conveniente tomar la firme decisión de no permitir que nos repriman, y darnos permiso para no reprimirnos.
Y sí se puede hacer.
Hazlo.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
“Oír o leer sin reflexionar es una tarea inútil”. (Confucio)
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