Revista Literatura

Bastardía.

Publicado el 06 agosto 2011 por Roman_v

Bastardía.
Me levanté despacio y encendí un cigarrillo mientras me vestía. Eran las doce de la noche en punto y ella estaba ahí, envuelta entre las sabanas y con su mirada fija, observando y esperando, con los ojos llenos de rencor que siempre me ponía. Le arroje mi billetera sin pensarlo, había suficiente dinero ahí como para pagar la habitación y que aún me debiera la gratitud de la propina. Podía odiarme, sí, pero a final de cuentas… era para eso para lo que se le pagaba a una prostituta. El amor no era necesario en ningún sitio. Salí de la habitación a paso lento mientras ella se rompía en sollozos y me dirigí con calma hacia la salida por la recepción. La noche era oscura pero acogedora, lo suficiente como para sacarme una sonrisa e invitarme por un trago.
Caminé a contra esquina sobre la acera de enfrente, un tablero luminoso se suspendía en lo alto de un lugar medianamente alegre donde los murmullos de las voces no eran sino el eco de otro infierno disfrazado de fiesta. Y ahí estaba yo, al pie del umbral pensando en todo, en cada cosa y cada rostro, sintiendo el mismo asco pero a la vez alivio. El mundo era una mierda, sí, pero por eso mismo yo podía ser perfecto, porque si el mundo es mierda entonces yo también tengo derecho a serlo, a final de cuentas… las excusas para hacer daño siempre son la mayoría, incluyendo las verdades, todo depende del ojo del que mira… ¡maldito relativismo!.
Ordené una copa al sujeto de la barra y procedí a sentarme en una mesa. El ruido de la música y de las risas era relajante, miré a la barra en busca de algo nuevo, un tipo se quitaba el anillo y lo escondía en su cartera. Sí, definitivamente era un cazador nocturno, uno de esos que a pesar de estar casados aún buscan siempre una aventura de una noche. Esperé un poco sin dejar de mirarlo mientras una hermosa joven me hacía entrega de mi trago. Su rostro era el de un hombre serio, su porte el de uno adinerado, era obvio que no saldría de aquel antro solo.
Una joven notoriamente menor a el no tardó en acercarse, su sonrisa era picara y se le veía interesada, supuse entonces que no había juego ni victima de engaño, al menos no ahí, pero si en la casa del sujeto, porque estos dos… estos dos ya sabían a lo que iban, una noche es una noche y solo eso, y si ellos no respetan y ellas no se saben respetar… entonces no puede haber victima sino complicidad. Bebí mi trago en silencio mientras veía el descarado coqueteo y los primeros besos, mientras veía como casi un hotel les quedaba corto.
Desvié la mirada por un instante, una mujer en otra orilla captó mis ojos con los suyos y sonrió, hizo un ademan como de brindis con su copa y al instante la llevo a sus labios en tono provocativo. Yo no hice caso y simplemente regresé a lo mío. A las afueras del bar el viento soplaba como siempre, la soledad de la noche no era sino un recordatorio olvidado para todos los presentes, porque una vez que saliéramos de ahí… nuevamente estaríamos solos y prisioneros de la vida que intentábamos no pensar entre tragos, estupideces y diversiones.
Un sonido cercano me sacó de mi ensimismamiento, era el sonido de una silla al arrastrarse para abrirle paso a alguien hacia sus adentros. Aquella mujer estaba ahí, conmigo, comenzando a coquetearme con su mirada traviesa y su rubio cabello. Me levante en ese instante sin mediar palabra, sin interesarme siquiera por un segundo en ella. Yo ya había tenido mi diversión de una noche apenas hacía un rato… y la verdad es que no deseaba de ello ni un instante más, de todas formas… ya no me quedaba más dinero en mi cartera ni cartera que arrojar. Salí en ese instante de aquel sitio, con una sonrisa en el rostro y el corazón en paz, dispuesto a internarme al fin en aquella oscura y silenciosa noche.
El viento era tal y como había descrito, tan frío y crudo como siempre. Caminé a través del parque para volver a casa, los jóvenes árboles se mecían de un lado a otro mientras los viejos crujían en sus sitios. Un anciano vagabundo temblaba apenas cobijado por las hojas de un periódico viejo, me acerque despacio y saque mi arma ¡BAM! Le había hecho un favor a el y al mundo, lo había librado del frío y de su miseria, había eliminado la preocupación de muchos, los juicios de otros tantos, y sobre todo… había combatido por un instante la sobrepoblación. Nadie lo investigaría nunca, quizás saldría la noticia en los periódicos de mañana, yo lo había hecho inclusive en un famoso, pero nadie nunca jamás se detendría a investigarlo, a final de cuentas… a la policía no le ha importado nunca el destino de algún vago.
Llegué al poco tiempo a las puertas de mi casa, yo estaba a salvo en ese sitio y la noche era como todas, inacabable y absurda, tan aburrida como siempre, tan llana y a la vez tan llena, tan jodidamente disfrutable en la memoria de lo malo, tan relajantemente tranquilizadora a mi cabeza como excusa de lo bueno. Saqué entonces mi anillo de entre las bolsas de mi chaqueta y con toda la calma nuevamente lo apuntalé en mi dedo como si nunca se hubiese ido. Sí, yo era exactamente igual que el resto, solo que yo lo hacía por el simple hecho de no sentirme diferente mientras odiaba ser como eran ellos al saberme diferente, a final de cuentas… sí el mundo era una mierda… entonces yo también podía serlo y ser aún perfecto.
-Bastardía-

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