Revista Literatura

Beatriz cumple una promesa

Publicado el 10 enero 2010 por Ludwig
- Prométemelo, mamá. Prométeme que se lo darás.
- Te lo prometo, hija - Beatriz dio un beso a su hija y apagó la luz de la mesita de noche. Luego salió de la habitación, cerrando la puerta.
Durante el viaje, Beatriz lamentó varias veces la promesa que había hecho a su hija. Hacía años que había roto las relaciones con su familia. Cuando se enteró de que la abuela estaba agonizando en un hospital intentó ocultárselo a su hija de tres años, pero ella la había descubierto llorando y Beatriz no tuvo más remedio que decíselo.
Una vez en el hospital le dijeron que la abuela estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos. Le comentaron que aquella mujer tenía una fortaleza envidiable y que mantenía una lucha feroz por seguir con vida.
Beatriz sabía que no podía entrar a visitarla si no era con permiso del médico y se sentó en la sala de visitas que estaba a la salida de la UCI. Allí estuvo horas, esperando y observando las entradas y salidas de médicos y enfermeras. Pronto descubrió la hora en que las enfermeras terminaban su turno y entraban las del turno siguiente. Durante el relevo, se dio cuenta de que se reunían todas en la sala de monitorización y eso le daba una oportunidad para colarse.
Aquella noche, a las doce, durante el relevo, Beatriz entró en el cubículo de la abuela.
Le costó reconocerla bajo la máscara de oxígeno y los tubos que salían de su nariz.
Se acercó a la cama y le acarició las manos, dándole un beso en la frente. Acercó sus labios a la oreja de la abuela y susurró un sinfín de palabras cariñosas. Luego le puso bajo sus manos, el regalo de su hija.
- ¿Qué está haciendo aquí, señora? - dijo una enfermera desde la puerta -. ¿No sabe que la entrada está restringida y que hay establecidas unas horas para las visitas?.
- Lo sé. Vengo desde otro país y me he colado aquí, porqué he de regresar inmediatamente.
- Esa no es razón para que se salte las normas de este hospital. Por favor, salga de aquí, si no quiere que llame a seguridad.
Beatriz besó de nuevo la frente de la abuela y salió de la habitación.
Luego salió del hospital y emprendió el viaje de regreso a casa, contenta por haber cumplido con la promesa de su hija.
Al hacer la visita al cúbículo, a eso de las dos de la madrugada, la enfermera descubrió que la abuela tenía entre sus manos un osito de peluche.
- Eso se lo ha dejado la mujer esa que se ha colado en este cuarto - pensó ella.
Pensando en la asepsia del recinto, cogió el peluche para llevárselo. Sin embargo no pudo sacarlo de entre las manos de la abuela que lo tenían bien aferrado.
- No es posible - pensó -. No debería tener fuerzas para mover ni un dedo y sin embargo no suelta el peluche.
Salió de la habitación y, tras comentarlo con sus compañeras, llamó al médico de guardia y le contó lo de su encuentro con Beatriz y su hallazgo del osito de peluche.
- Y, ¿me dice que no lo suelta la mujer?.
- Exactamente. No he podido sacarlo de sus manos.
- Pues - dijo el doctor -. Está claro que no quiere que se lo quitemos. Déjaselo. No pasa nada. Esta mujer está desauciada y lo único que necesita son ganas de irse.
- Esta bien, doctor - contestó la enfermera, aliviada por haber delegado la responsabilidad de aquella decisión.
La abuela murió aquella noche, a eso de las seis de la madrugada, con el osito en sus manos. Cuando sacaron la máscara de oxígeno vieron en sus labios una hermosa sonrisa.
Beatriz recuerda cada noche, cuando va a acostarse, aquella hermosa aventura.
Luego, se duerme abrazada a su osito.

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