En tanto fuente de todas las cosas y denominación de la Divinidad, el número cuatro determina los elementos de la Naturaleza: fuego, aire, agua y tierra; los cuatro humores humanos: flema, sangre, cólera y melancolía; las cuatro estaciones del año: otoño, estío, primavera e invierno; los cuatro vientos: Céfiro, Euro, Austro y Bóreas y abarca los cuatro términos metafísicos: ser, esencia, acción y virtud, por citar algunos ejemplos. A mayor abundamiento, cuatro son los ríos del Paraíso, cuatro los Evangelios, cuatro los jinetes del Apocalipsis, cuatro las familias o palos de los naipes y cuatro las manifestaciones de la furia de los dioses, según provengan de las Musas, de Venus, de Dionisio o de Apolo.
El cuaternario, además implica la Justicia en sus cuatro clases de leyes: Providencia o ley divina, ley del destino o del alma del mundo, ley natural o ley del cielo y prudencia; esta última, menos confiable, pues proviene del discernimiento humano a veces escaso, a veces incomprensible. Con notable acierto, Alice Bailey nos recordaba en el siglo XX que el Tetracto fue el número sobre el que se cimentó la Escuela de Misterios, donde el Iniciado repetía solemnemente el juramento de Pitágoras: “Os lo juro, con espíritu sincero, por el santo cuaternario que es la fuente de la naturaleza eterna y el padre del espíritu”.
El espíritu, esa esencia sutil e intangible que constituyó el desvelo de la búsqueda de los alquimistas y al que rinde tributo este blog, se encuentra desde el comienzo de los tiempos bajo la protección del Tetracto o cuaternario, su progenitor y fuente. No me cabe duda que dicha tutela ha sido determinante para que este espacio virtual celebre su cuarto año de vida, gracias a la compañía y afecto de tantas personas que se encuentran al otro lado de la pantalla a las que digo gracias, una vez más, de todo corazón.