Revista Talentos
Bellezas cochabambinas
Publicado el 12 noviembre 2013 por Perropuka¡Oh mis viejos amigos!, mi vieja ciudad se ve azotada por una oleada de calor infernal. Apenas la mañana es tolerable, el resto del día la hoyada parece un horno gigantesco en el que nos asamos lentamente algo más de medio millón de habitantes (no me salió tan poético como las almas que se pudrían en Madrid en tiempos de cierto poeta, pero bueno). Ni una brisa pasajera que despeje el olor a mierda seca que inunda el ambiente, especialmente pasado el mediodía. Esto enojaría a muchos paisanos, porque seguramente les pillaría comiendo algo mientras leen. El cochabambino come en cualquier parte y a toda hora: en el micro, en el aula, en la oficina, de pie, agachado, o sentando en un banquito, con puestos de comida que incluso se asientan a flor de alcantarilla porque siempre habrá alguien que no haga ascos. Que se cabreen si quieren, porque la verdad más grande que su hambre insaciable me da la razón. Y si no, su panza más voluminosa que la de Sancho esta para dar testimonio. Al ritmo pantagruélico que engullimos deberíamos ser gigantes, pero somos enanos.
A estas horas de la noche que por fin me siento frente al teclado, con el sopor encima y sin posibilidades de dormir, solo me consuela el aroma pasajero de unos deliciosos floripondios de la casa enfrente. Otras noches son de jazmines intensos que pueblan algún muro cuando uno se recoge de la calle (ya no se ven las mojigatas madreselvas de Neruda, claro, eran oscuras, ¿no?). Siempre de noche la naturaleza concede sus milagros olorosos. A pesar de la tranquilidad aparente que trae la medianoche -interrumpida por algún ladrido lejano- no soy capaz de hilvanar ninguna historia, ni aunque le ponga empeño. Infame calor. He ahí el origen de mi bloqueo mental. Sin embargo, queda el archivo fotográfico para comentar algo. Guardo fotografías e instantáneas mentales para momentos como estos.
He elegido el titular a propósito, como especie de anzuelo para que muchos coterráneos piquen creyendo que encontrarán imágenes de algunas cochalitas en bikini y demás trapos menores. Espero que se den de bruces y reflexionen conmigo acerca de las otras “bellezas” que tenemos que tragarnos cotidianamente mientras recorremos sus calles. Todo lo contrario de los presentadores de noticias que pretenden alegrarnos el día con sus lemas memorizados: ¿cómo amaneció nuestra bella Cochabamba?, ¿qué temperatura tendremos en nuestra hermosa Llajta? Repiten como pericos entrenados, como si no se enteraran de nada, los muy anoticiados. Tenemos tantos ejemplos pero me limitaré a algunos, por el momento. En fin, aquí vamos.
1.- Pasarela Avenida Blanco Galindo: Esta singular obra de arquitectura que parece ideada por un muchacho de primer semestre de la carrera y quizá ni eso, es como nuestro criollo arco de Constantino o arco de los Campos Elíseos. Nuestra forma particular de asombrar a los visitantes de La Paz (acostumbrados a puentes colgantes y demás) y de todo el occidente. Donde tenía que haber una simple pasarela sin más, al staff urbanístico de un anterior alcalde se le ocurrió erigir unos muros y techitos casa de perro. Como era de suponer, ningún peatón utiliza el puentecillo, especialmente de noche por el peligro de ser asaltado. Las luces de neón son el colofón colorinche al esperpento. Ah, la modernidad y sus enigmas.
2.- Plaza de las Banderas: He aquí una muestra de arte conceptual, nunca bien ponderado, diría algún defensor. “Diversidad en equilibrio” llamó el escultor a este peñazo que tiene tres caras étnicas juntas que, ni con toda el agua del mundo logra disimular el tubo que lo sostiene. La sabiduría popular, casi siempre más sabia, ha bautizado al engendro como el “monumento a la salteña”, la empanada típica de los valles. Otros dicen que parece una papa a punto de ser lanzada al espacio exterior. Es nuestra Cibeles valluna, en pleno Prado cochabambino, el paseo más chic de la ciudad, donde los hinchas del Wilstermann se reúnen en las cercanías a festejar un título, un fenómeno que no se ve hace más de diez años, por cierto. Antaño, en la anterior fuente, muchas parejas recién casadas se sacaban fotos como buen augurio. Ahora, todos mandan al autor y al exalcalde por ese tubo. Y se preguntarán por qué no demuelen esta monstruosidad. Ya, derechos de autor y demás excusas burocráticas.
3.- Distribuidor Cobija: Conocido popularmente como el puente Macdonalds, este viaducto costó la reelección al anterior alcalde. Fue el quebradero de cabeza para la empresa constructora y para la miríada de arquitectos e ingenieros que tiene la alcaldía. Tres años estuvieron patinando en el proyecto, como si fuera el mayor desafío de sus vidas. El Empire State lo terminaron en apenas un año, ¡en 1930!, y nadie se asombró. Esta “megaobra” costó también una millonada para nuestros estándares y salió así de horrible: un armatoste de cemento que ha estropeado la estética de todo el barrio. Como nuestras autoridades son tan aficionadas a las “obras de gran impacto”, pues sí, el puente impactó en las vidas de muchos vecinos, cuyos negocios aledaños fueron arruinados para siempre, amén de varias casas que se devaluaron ipso facto, al extremo de quedarse sin garaje. Por el bien de la comunidad, dijeron los émulos locales del controvertido Calatrava que ha arruinado a medio mundo con sus delirios arquitectónicos.
4.- La sirenita del valle: No sabemos si es un pato humano o una contorsionista que desafía las leyes naturales. Con ella acabamos de descubrir que el espinazo se puede doblar en 90 grados, un fenómeno paranormal, sin duda. Como no se sabe quién fue el autor de este atentado a los ojos y al sentido común, optaremos por llamarla la sirenita valluna, ya que está emplazada entre los jardines de la plazuela Cobija -no muy lejos del dichoso viaducto del mismo nombre-, en homenaje al puerto de Cobija y toda su nostalgia marinera, con cadenas que rememoran el Litoral cautivo, según rezan las plaquetas oficiales.
5.- Fuente de Avenida Blanco Galindo: La guinda sobre el pastel de despropósitos que adornan nuestra ciudad, que mejor debería haberse quedado con sus jardines para hacer honor a su nombre de antaño, que dejarla a merced de los arquitectos paisajistas y demás bichos especializados. Esta fuente de rara belleza, de inspiración marciana -porque no me cabe en la cabeza que sea fruto del ingenio humano- no fue construida en los arrabales de la ciudad, sino a la entrada misma de la principal vía de acceso al centro, de recorrido obligatorio para cualquier visitante. Así impresionamos a los extraños con nuestra Fontana di Trevi cochabambina para que jamás se les borre de la mente esta gigantesca tina con piedras que no la visitan ni los sapos. Otra obra cumbre del exalcalde Chaly Terceros, a quien no le tembló el bigote para estampar su nombre en la plaqueta de metal correspondiente. Menos mal que el actual burgomaestre no tiene las mismas inclinaciones. Lo suyo son los tinglados de canchitas, que me parece muy bien que mime a los niños, pero agradecería también que salga a la calle y se entere de los montones de basura con que amanece la Llajta querida. Ciudad de mágico encanto, seguimos repitiendo gratuitamente. Habrá sido hace medio siglo atrás.