“Maldije a la tormenta que te asustaba,
Maldije a la lluvia que te mojaba,
Maldije al viento que te despeinaba,
Maldije…
Hoy golpeaste mi puerta,
Y bendije a la tormenta que te trajo,
Y bendije a la lluvia cuando te quitaste el vestido mojado,
Y bendije al viento cuando apago la lámpara…
Bendije..”
Alberto Cortez y Facundo Cabral
Querido. ¿Escuchás?
Es el silencio, pero detrás se alcanza a escuchar la lluvia. Repiquetea sobre los baldosones rojos, como la primera vez que caminé hacia vos, mientras me temblaba la pera, y ya sabías que estaba pensando lo mismo que vos.
Amor, vení conmigo, que la estancia está muy sola y hace frío. Bailemos, poné tu mano sobre mi cintura, lleváme un paso, dos, mil pasos circulares mientras arrimo mi boca a tu oído para susurrarte este tema.
Dejáme calmar tus demonios con mi voz y arrullarte.
Pasaré mi dedo por tu ceño fruncido y lo plancharé, besaré tu nariz, tu frente, tu ombligo, y te haré cosquillas hasta que se te pase esta lunita tucumana, que la intensidad de tu celo se transforme en la pasión que deje sobre el piso mi vestido mojado.
Si me fui apenas unas horas es porque me achicharro sentada todo el día en la cocina viendo llover desde adentro, y necesitaba desplegar mis alas bajo el agua, y leer la poesía que escriben las gotas en los charcos de nuestra calle.
Si me conociste volando, desde mi casa hasta tu negocio, cantando, riendo, pintando, rompiendo el silencio a carcajadas, uniendo retazos de tela para construir nuestro cielo y hoy… hoy me querés cautiva, y reseca, cuando me amaste libre e insurrecta.
Bailemos y no me llenés el corazón con tus eternas inseguridades, este corazón que es tan tuyo, como mi mirada y la intención de mis manos cuando te buscan debajo de las sábanas.
Amor. ¿Escuchás? Llueve como siempre, llueve como nunca, como el primer día que supe que te quería. Sigamos viviendo, que hoy somos todo y este amor desborda todas las posibilidades, mirá que los almanaques ya no traen más diciembres para nosotros.
Permitíme mirarte como la primera vez detrás de un mostrador, y como la última, con mis ojos de miel enamorados, suplicándote que me dejaras ir, si sabés que siempre fui media gata, media loba, pero así y todo nunca perdí el norte donde está nuestra casa.
Llueve, una de nuestras hijas juega en la vereda, tiene mariposas blancas en el pelo y la mirada profunda. Veo tu intensidad del demonio en ella, la miro, sonrío y la bendigo, como bendigo a la tormenta que te trajo hasta mí.
Patricia Lohin
Imagen Nana Lutea
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