Chatwin nunca lo hizo
El libro de Uribe naufraga —o ameriza, como prefieran— no porque se pretenda más de lo que es, sino porque no es en absoluto lo que se pretende. Ni lo que pretende su autor ni mucho menos lo que venden sus editores. En qué se estaba pensando cuando se le concedió el Premio Nacional de Narrativa 2009 a esta obra ya es un misterio de alquímico arquitrabe que se me escapa al tiempo que me intriga... Mal que les pese a todos, este Bilbao-New York-Bilbao no es una novela. A lo sumo es un entretenido libro de viajes sentimentales. Para que hubiese novela tendría que haber un planteamiento al que siguiese un nudo que condujese a un desenlace. O más fácil: tendría que darse alguna suerte de crisis. Y aquí ni hay delta ni hay desembocadura ni hay nochevieja que valga porque el texto entero es un looping constante de palimpsestos que no concretan ni amarran nada, todo lo dejan al azaroso embrujo de una cabeza pensante ebria de remembranza de los años y los rostros que dejaron de ser y curiosidad por los rostros y los años que pudieron haber sido: recuerdos, diarios, daguerrotipos, estampas, anecdotalia, pensamiento ensimismado enhebrando disquisiciones a kilómetros de altura sobre la superficie nocturna del Atlántico. Atractivo a ratos y a veces hasta poético y casi lacrimal. Refocilante pero sin garra. Otras veces un poco tostón, para qué negarlo. Pero novela no. Si acaso el making-off de la novela que Kirmen Uribe, tal vez, proyectó escribir alguna vez, pero que ya no será, porque para qué, si ya ha dado el campanazo con esto, que es más que otra cosa una narrativa de notas mentales, un cuadernillo de trabajo. Un lo apunto antes de que se me olvide y luego ya en casa, si acaso, lo rehago y le perfilo cara y ojos...
Pero resulta que no, que al fin y al cabo un vuelo transocéanico te deja en la miseria, destrozado, y total por qué iba a currárselo más, si el nocillismo sin cuartel y la mutancia afterpopera exacerbada ya hasta justifican entregar las moleskine a las imprentas.