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Bimini

Publicado el 23 septiembre 2013 por Elviejopapa @elviejopapa_

Bimini"(...) CUANDO EL SOL LO DESPERTÓ Thomas Hudson bajó a nadar a la playa y desayunó antes de que los otros se levantasen. Eddy auguró un día de poco viento y hasta de calma. Añadió que los aparejos estaban dispuestos en el barco y que había encargado a un chico que trajese cebo. Thomas Hudson preguntó si había repasado las líneas, pues hacía tiempo que no iban en el bote a cobrar piezas grandes, y Eddy aseguró que los había probado y que había tirado la línea que estaba en malas condiciones. Dijo que iban a tener que comprar un poco más de línea del treinta y seis y bastante más del veinticuatro. Thomas Hudson prometió encargarla. Entretanto Eddy cuidó de añadir la que estaba en malas condiciones y los dos grandes carretes quedaron completos. También había limpiado y afilado los anzuelos grandes y las guías y repasado los mosquetones. -¿Cuándo has hecho todo eso? -Me quedé levantado anoche añadiendo línea -dijo Eddy-. Y repasé la red nueva. La maldita luna no me dejaba dormir. -¿También te molesta la luna llena para dormir? -Como el diablo -dijo Eddy. -Eddy, ¿crees de veras que es malo dormir a la luz de la luna? -Eso dicen los viejos. Yo no sé. Pero de todas formas no me sienta bien. -¿Crees que pescaremos algo hoy? -Nunca se sabe. En esta época del año hay buenas piezas por aquí. ¿Van a ir hasta las islas Isaac? -Eso quieren ellos. -Tendríamos que salir inmediatamente después del desayuno. No quiero hacer comida a bordo. Llevaré ensalada de patatas y marisco y unos bocadillos. Tenemos un jamón que nos llegó en la última lancha y lechuga y mostaza y chutney . No creo que la mostaza siente mal a los chicos, ¿no? -Yo creo que no. -A mí no me dejaban tomar mostaza, de niño. Pero el chutney está muy bueno. ¿Usted lo ha probado entre pan alguna vez? ¿Como bocadillo? -No. -La primera vez que lo vi no sabía qué era y lo tomé untado en el pan, como mermelada. Como está bueno de verdad es sobre una tostada. -¿Por qué no preparas un curry un día de estos? -En la próxima lancha nos traerán una pierna de cordero. Espere a probarla... me imagino que una sola vez, con el apetito que tienen Tommy y Andrew. Luego haré un curry. -Estupendo. ¿Quieres que le haga algo antes de salir? -Nada, Tom. Sólo que les obligues a levantarse.
-¿Quiere que le prepare un trago? Ya que hoy no va a trabajar, podría prepararle algo. Tomaré una cerveza fría con el desayuno. -Buena cosa. Acaba con las flemas del despertar. -¿Vino Joe? -No, se fue con el muchacho a buscar el cebo. Le serviré el desayuno ahí fuera. -Voy a ver el barco. -Váyase tranquilo. Tome su cerveza fresca y lea el periódico. En el barco está todo listo. En seguida le llevo el desayuno. El desayuno era un picadillo de corned-beef con un huevo encima, café con leche y un gran vaso de zumo de pomelo helado. Thomas Hudson dejó el café y el zumo y con la carne tomó una botella de cerveza Heinekens muy helada. -Guardaré el zumo en la nevera para los chicos -dijo Eddy-. Bastante cerveza no está mal para el desayuno, ¿eh? -Un paso más y me haré un borracho, ¿verdad, Eddy? -Usted nunca será un borracho. Le gusta trabajar. -Hay que admitir que una copa al levantarse sienta estupendamente. -Desde luego. Sobre todo de esa clase de cerveza. -Pero yo no podía tomarla si ahora tuviese que trabajar. -Bueno, pero si hoy no trabaja, ¿por qué preocuparse? Termine ésa y le traeré otra. -No. No quiero más que una.

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Thomas Hudson miró a popa donde el barco iba dejando una estela rizada sobre el mar tranquilo y los señuelos colgaban por encima del pescante, arrastrándose sobre el agua, alzándose y hundiéndose ligeramente según el ritmo de la espuma levantada por la estela que alteraba la superficie en calma. David y Andrew ocupaban las sillas de pesca cada uno sujetando una caña. Thomas Hudson sólo podía verles la espalda porque los dos tenían los ojos fijos en la popa, vigilando los cebos. Hudson miró algunos bonitos que saltaban delante sin agitar el agua ni salpicarla, sino saliendo y dejándose caer limpiamente. Vio uno y otro y hasta dos juntos saltar sin alterar apenas la superficie al elevarse y brillando al sol, o al caer cabeza abajo para hundirse en el agua casi sin salpicar. -¡Un pez! -oyó gritar al joven Tom-. ¡Un pez! Míralo, Dave. Está detrás de ti, ¡fíjate! Thomas Hudson vio como un remolino en el agua pero no pudo distinguir el pez. David tenía sujeto el soporte de la caña y miraba el broche que aseguraba la línea del botalón formando un arco sobre el agua y cortando la superficie al avanzar. -¡Clávalo, David! -gritó Eddy que acababa de unirse al grupo-. ¡Clávalo ahora! -¡Clávalo, Dave, por lo que más quieras! -suplicó Andrew. -Callaos -gritó David-. Lo estoy tanteando. Aún no lo habia enganchado y la línea seguía saliendo en el mismo ángulo, mientras la caña se arqueaba y el muchacho seguía esforzándose por mantenerla firme, y a medida que la línea salía Thomas había regulado los motores de manera que el barco apenas avanzaba. -Por lo que más quieras, clávalo de una vez, Dave -gritó Andrew, o deja que yo lo haga. Pero David seguía sujetando la caña y mirando cómo la línea se movía en el mismo ángulo. Había aflojado la tensión. -Es un pez espada, papá -gritó-. Cuando tragó el anzuelo le vi la espada. -¡Júralo! -dijo Andrew-. ¡Dios mío! -Ahora tienes que tirar -dijo Roger que se había situado junto al muchacho. No apoyaba la espalda en la silla y aseguraba la correa en el reel-. ¡Tira fuerte, David! Tienes que engancharlo ahora. -¿Cree usted que lo tuvo bastante tiempo? -preguntó David-. ¿No le parece que tiene el anzuelo en la boca y nada con él? -Mejor será que tires de la caña y lo claves antes de que lo eche fuera. David afirmó los pies. Tensó la línea con la mano derecha y tiró con todas sus fuerzas en sentido contrario a la dirección del pez. Una y otra vez repitió el movimiento hasta curvar la caña como si fuera un arco, pero la línea siguió saliendo al mismo ritmo. El pez no acusó el esfuerzo. -Inténtalo otra vez, David -gritó Roger-. Clávaselo de veras. David obedeció empleando toda su fuerza y la línea comenzó a salir con un silbido, curvando de tal modo la caña que le era muy difícil sujetarla. -Dios mío -dijo emocionado-, creo que esta vez lo conseguí. -Ahora suelta línea -dijo Roger-. Ayúdale Tom, vira con él y no pierdas de vista la línea. -Vira con él y no pierdas de vista la línea -repitió Thomas Hudson-. ¿Estás bien, Dave? -Muy bien, papá. ¡Dios mío! Si logro pescar ese bicho. Thomas Hudson viró el barco casi ciento ochenta grados. La línea empezaba a escasear en el reel de David, y Thomas Hudson se acercó más al pez. -Tensa ahora y cobra línea -gritó Roger-. ¡Cánsalo, Dave! David soltaba y recogía, soltaba y recogía con la regularidad de una máquina e iba recuperando bastante línea en el reel. -Nadie en nuestra familia pescó nunca un pez espada -dijo Andrew. -¿Quieres callar? No lo estropees. -Bueno -dijo Andrew-. Desde que se tragó el anzuelo no hago más que rezar. -¿Crees que le aguantará la boca? -preguntó el joven Tom a su padre, que seguía gobernando el timón, mirando a popa y vigilando la línea blanca dentro del agua oscura. -Espero que sí. David no tiene la suficiente fuerza para una lucha muy dura. -Haré cualquier cosa si lo pescamos -dijo el joven Tom-. ¡Cualquier cosa! Lo haría todo, lo prometo. Andy, dale un poco de agua. -Aquí tengo un poco -dijo Eddy-. Tú sigue batallando, Dave. -No te acerques tanto -gritó Roger, que era un gran pescador. Él y Thomas Hudson se entendían a la perfección a bordo. -Lo pondré a popa -dijo Thomas Hudson, e hizo virar el barco tan fácil y suavemente que la popa apenas perturbó la tranquilidad del mar. El pez se movía a bastante profundidad y Thomas Hudson cambió la posición del barco para aligerar en lo posible la tensión de la línea. Pero con sólo un efecto de marcha atrás con la popa avanzando lentamente hacia el pez, la línea ya no formaba ángulo sino que apuntaba hacia abajo experimentando sucesivas sacudidas y la caña, en manos de David, se agitaba a su mismo compás. Thomas Hudson hizo avanzar el barco un poco para que el muchacho no tuviera que mantener la línea tan tirante. Sabía que de ese modo la espalda le dolería necesariamente, pero era preciso economizar toda la línea posible. -No puedo forzarla más -gritó David-. Acabaría rompiéndose. ¿Qué hará el pez, señor Davis? -Seguirá avanzando hasta que tú lo impidas. O hasta que se canse. En ese preciso instante tendrás que tratar de hacerlo subir -dijo Roger. La línea seguía saliendo y descendiendo, saliendo y descendiendo, saliendo y descendiendo. La caña estaba tan arqueada que parecía a punto de romperse y la línea tan tensa como la cuerda afinada de un violoncelo y ya no quedaba mucha en el reel. -¿Qué hago ahora, papá? -Nada. Has hecho todo lo posible. -¿Dará en el fondo? -Aquí no hay fondo, David -dijo Roger. -Tú aguanta, Dave... Acabará cansándose y subirá a la superficie. -Estas malditas correas acabarán conmigo -dijo David-. Me están cortando los hombros. -¿Me dejas tu sitio? -preguntó Andrew. -No, estúpido. He dicho lo que me hacen pero no que me importe. -Ponle el correaje de cintura -gritó Thomas a Eddy-. Y si las correas son demasiado largas utiliza hilo fuerte. Eddy ajustó el ancho cojín a la cintura del muchacho y aseguró las anillas a las correas de tela que iban desde ella al reel, empleando hilo fuerte. -Así está mejor -dijo David-. Gracias, Eddy. -Ahora lo puedes aguantar también con la espalda explicó Eddy. -Creo que se me acaba la línea -gritó David. ¡Maldito pez!, ¿por qué ha de seguir hundiéndose ? -Tom -gritó Eddy-. Un poco hacia el noroeste. Parece que se mueve. Thomas Hudson accionó el timón y el barco avanzó lenta y suavemente mar adentro. Divisaron una extensión de agua cubierta de algas amarillas procedentes del golfo con una gaviota posada en ellas. La superficie en torno estaba tan tranquila y clara y azul que al mirarla casi se veían luces como reflejos de un prisma en donde la luz se descompone. -¿Has visto, Davy? -dijo Eddy a David-. Ahora no pierdas línea. El muchacho no podía alzar la caña pero la línea ya no se hundía en el agua. Seguía como antes, tensa, y tal vez no quedasen cincuenta metros en el carrete, pero no la dejaba escapar. David aguantaba y el barco continuaba su curso. Thomas Hudson no perdía de vista el arco que formaba la blanca línea hundida en el agua azul, mientras la embarcación avanzaba lentamente y los motores giraban con tal suavidad que apenas podían oírse. -¿Te das cuenta, Davy? Primero bajó hasta donde quiso y ahora avanza hacia donde quiere ir. Pronto podrás cobrar otra vez. La bronceada espalda del muchacho se arqueaba, la caña se inclinaba, la línea se movía despacio a través del agua y la lancha se deslizaba por la superficie despacio también; a un cuarto de milla de profundidad el enorme pez nadaba. La gaviota abandonó el espacio de algas para volar hacia la embarcación. Revoloteó en torno a la cabeza de Thomas Hudson mientras él gobernaba el timón. Luego fue hacia otra extensión de algas amarillas sobre las aguas. -Tira un poco de la línea, ahora -gritó Roger-. Si la aguantas tal vez puedas. -Adelántela un poco más -gritó Eddy mirando hacia el puente y Thomas Hudson siguió la indicación e hizo avanzar el barco todo lo suavemente que pudo. David trató de cobrar línea una y otra vez pero sólo consiguió que la caña se arqueara y que siguiera más tensa. Era como haber enganchado en un ancla móvil. -No importa -dijo Roger-. Otra vez será. ¿Tú qué tal estás, Davy? -Estupendamente -afirmó David-. Con este correaje en la espalda estoy muy cómodo. -¿Crees que puedes aguantar? -preguntó Andrew. -Cállate la boca -dijo David-. Eddy, ¿puedo beber un poco de agua? -¿Dónde la dejé? -preguntó Eddy-. Seguramente se ha derramado. -Voy por más -gritó Andrew corriendo hacia abajo. -¿Puedo ayudarte, Dave? -preguntó el joven Tom-. Voy arriba con papá, no quiero molestar. -Gracias, Tom. Maldita sea, ¿por qué no lo puedo levantar ? -Es enorme, Dave -terció Roger-. No puedes cansarlo fácilmente. Tienes que guiarlo y convencerlo del sitio por donde tiene que salir. -Déme usted instrucciones y le juro que las seguiré hasta morir -dijo David-. Tengo toda la confianza en usted. -No hables de morir -dijo Roger-. Ese no es modo de hablar. -Pero lo he dicho en serio -dijo David-. De veras. El joven Tom subió al puente alto con su padre y miraron abajo, hacia David inclinado sobre su pez, con Roger al lado y Eddy sujetando la silla mientras Andrew le acercaba un vaso a los labios. David se enjuagó la boca y escupió el agua. -Andy, por favor, mójame las muñecas -rogó. -Papá, ¿crees que podrá resistir a ese pez? -preguntó Tom a su padre en voz baja. -Es un pez enorme para él. -Tengo miedo -dijo Tom-. Quiero mucho a David y no quiero que ningún pez del diablo lo mate. -Tampoco lo quiero yo, ni Roger, ni Eddy. -Bueno. Hay que tener cuidado. Si se cansa demasiado, que el señor Davis se haga cargo del animal. O tú, papá. -Aún le falta mucho para estar realmente cansado. -Tú no conoces a David como yo, papá. Para agarrar ese pez sería muy capaz de dejarse matar. -No te preocupes, Tom. -No puedo evitarlo -dijo el joven Tom-. En la familia soy siempre el que se preocupa. Supongo que lo superaré. -No tienes por qué preocuparte ahora -dijo Thomas Hudson. -Pero papá, ¿cómo va a hacer un niño como David para pescar ese pez tan grande? Hasta ahora sólo ha pescado pececillos. -El animal acabará cansándose. Es él el que lleva el anzuelo en la boca. -Pero es monstruoso -dijo Tom-, y David está tan atado a él como él a David. No puedo creer que acabe pescándolo. Sería demasiado maravilloso, pero quisiera que tú o el señor Davis le ajustaseis las cuentas a ese bicho. -Dave se está portando muy bien.

Bimini Se adentraban cada vez más en el mar, pero seguía reinando calma chicha. Ahora se veían abundantes espacios de algas del golfo, rubias de sol, por lo cual destacaban amarillas sobre el agua color púrpura. A veces la línea blanca y tensa que avanzaba con lentitud, cortaba las algas y Eddy se inclinaba para librarla de toda adherencia. Una vez que se agachó para limpiarla dentro del agua, Thomas Hudson vio desde arriba su arrugado cuello rojo y tostado y su viejo sombrero de fieltro y le oyó hablar con Davy. -Podemos decir que lleva el barco a remolque, Davy. Está allá abajo cansándose y cansándose. -También yo estoy cansado -dijo David. -¿Te duele la cabeza? -preguntó Eddy. -No. -Ponle una gorra -dijo Roger. -No quiero, señor Davis. Prefiero que me mojen la cabeza. Eddy cogió un cubo de agua de mar y con el hueco de la mano le mojó cuidadosamente la cabeza y le alisó el cabello hacia atrás apartándoselo de los ojos. -Si te duele la cabeza, dilo -advirtió. -Estoy muy bien -dijo David-. ¿Qué tengo que hacer, señor Davis? -Procura cobrar línea -recomendó Roger. David lo intentó, lo intentó y volvió a intentarlo pero no consiguió levantar el pez ni un centímetro. -Bueno. Ahorra fuerzas -dijo Roger. Y seguidamente añadió dirigiéndose a Eddy-: Moja bien una gorra y pónsela. Hoy hace un calor del infierno con esta calma. Eddy cogió una gorra de larga visera, la mojó en un cubo de agua salada y cubrió con ella la cabeza de David. -El agua salada se me mete en los ojos, señor Davis. De verdad. Lo siento. -Yo me encargo de secártelos con agua dulce -gritó Eddy-. Déme un pañuelo, Roger. Y tú, Andy, trae un poco de agua helada. Mientras el muchacho seguía con las piernas tensas y firmes y con el cuerpo arqueado por el esfuerzo, el barco continuaba adentrándose lentamente en la mar. Hacia el oeste un banco de bonitos que avanzaban juntos turbaban la tranquila superficie y algunas golondrinas de mar revoloteaban cerca llamándose unas a otras. Pero los peces desaparecieron y las aves se posaron en las tranquilas aguas en espera de que volvieran a la superficie. Eddy secó el rostro del muchacho y ahora mojaba un pañuelo en el agua de hielo y lo ponía en su cuello. Seguidamente le refrescó las muñecas y por último, mojando de nuevo el pañuelo, lo apretó sobre la nuca de David. -Si te duele la cabeza haz el favor de decirlo -recomendó-. Eso no significa que tengas que abandonar. Es simplemente sentido común. Con esta calma el sol pega demasiado fuerte. -Estoy bien. Sólo me duelen los hombros y los brazos -dijo David. -Muy natural -dijo Eddy-, y servirá para hacerte hombre. Pero no por eso has de pillar una insolación ni coger un dolor de barriga. -¿Qué cree que hará ahora, señor Davis? -preguntó David. Su voz resonaba como si tuviera la garganta reseca. -Puede que siga haciendo lo mismo que ahora. O que empiece a describir círculos. O que empiece a subir. -Qué mala suerte que se haya hundido tanto al principio y que no tengamos aparejos para manejarlo -dijo Thomás Hudson a Roger. -Pero David se ha portado muy bien -dijo Roger-. El animal cambiará de opinión muy pronto. Entonces iremos a por él. Mira a ver si puedes levantarlo ahora, Dave. David lo intentó pero sin conseguirlo. -Saldrá a la superficie, ya lo verás -dijo Eddy-. De pronto, cuando ni siquiera lo esperes, cambiará todo. ¿Quieres enjuagarte la boca? David asintió con un movimiento de cabeza. Había llegado a la fase en que había que ahorrar la respiración. -Escúpela -dijo Eddy-, Bebe un sorbo nada más. -Se volvió hacia Roger para añadir-: Ya lleva una hora. -Y luego-: ¿No te duele la cabeza? El muchacho denegó. -¿Tú qué crees, papá? -preguntó Tom a su padre-. ¿Qué te parece? -Me parece que está muy bien -dijo su padre-. Eddy jamás dejaría que algo malo le ocurriese. -No, desde luego -convino Tom-. Quisiera poder hacer algo útil. Voy a buscar algo de beber para Eddy. -Tráeme a mí también, por favor. -Está bien. Y al señor Davis también. -No creo que él quiera. -Se lo preguntaré. -Vuelve a probar, Davy -insistió Roger-. Procura cobrar línea, a ver si lo sacas del agua.
Acababa de empezar la verdadera lucha. Hasta entonces David no hizo más que retener al pez mientras éste avanzaba hacia el mar y el barco le seguía. Pero ahora tenía que levantar y dejar que la caña se enderezase con la línea y cobrar y bajar la caña lentamente y recoger la línea por el reel. -No quieras correr -dijo Roger-. No te precipites. Conserva la calma. El muchacho se doblaba en cada esfuerzo hacia delante, apoyándose en la planta de los pies y apalancándose con el cuerpo y sacando toda la fuerza que era capaz de desplegar para, después, mientras bajaba, cobrar línea rápidamente con la mano derecha. -Qué bien pesca David -dijo Tom-. Sé que pesca desde muy niño pero no sabía que lo hiciera tan bien. Siempre se burla de sí mismo porque no sabe jugar a nada pero miradlo ahora. -Al diablo con los juegos -dijo Thomas Hudson-. ¿Has dicho algo, Roger? -Un empujoncito ahora -gritó Roger. -Sí. Un empujoncito -repitió Thomas Hudson y en el segundo intento, mientras ambos espectadores apoyaban los codos en el borde del barco para mirar abajo, David recuperó más línea. -¿A ti tampoco te gustan los juegos, papá? -Solían gustarme mucho. Pero ahora nada. -A mí me gustan el tenis y la esgrima -dijo Tom-. Lo que no soporto es eso de correr de un lado a otro con una pelota en la mano. Supongo que será porque me he educado en Europa. Creo que David, que es muy inteligente, haría un magnífico tirador de esgrima, si quisiera aprender, pero no quiere. Él sólo quiere leer, pescar, disparar una escopeta cuando vamos al campo y preparar moscas de pesca. Dispara bastante mejor que Andy. Y prepara unas moscas preciosas. ¿Te aburro con tanto hablar, papá ? -Nada de eso, Tom. El muchacho se había agarrado a la barandilla del puente y miraba a popa, como su padre, y Thomas le puso una mano en el hombro. Estaba como lleno de salitre debido a los cubos de agua de mar que los muchachos se habían echado encima en cubierta, antes de que el pez tragase el anzuelo, y Thomas Hudson lo sintió en la mano, fino y levemente arenoso. -Es que el mirar a David me pone nervioso y me pongo a hablar. Lo que más me gustaría en el mundo es que David tenga su pez. -Es un pez endemoniado. Espera a que lo veamos. -Una vez que estaba pescando contigo hace años vi uno como ése. Ensartó con su espada la caballa que habías puesto de cebo, dio un salto y arrojó el anzuelo bastante lejos. Era enorme y yo solía soñar con él por las noches. Voy a preparar las bebidas. -No hay prisa -dijo su padre.

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Abajo, en su silla sin respaldo y sobre base giratoria donde se libraba la batalla, David afirmaba los pies contra la popa y tiraba con brazos, espalda, nuca y muslos; después se inclinaba, cobraba línea y volvía a tirar. Poco a poco, centímetro a centímetro, cada vez tenía más línea en el reel. -¿La cabeza sigue bien? -preguntó Eddy que no soltaba los bordes de la silla para mantenerla firme. David asintió con un movimiento de cabeza y Eddy tentó la gorra que cubría la cabeza del muchacho. -Sigue mojada -dijo-. Le estás dando lo que se dice un mal rato, Dave. Eres como una máquina. -Esto es más fácil que sujetarlo simplemente como antes -dijo David. Sin duda aún tenía reseca la garganta. -Claro -dijo Eddy-. La línea cede un poco. Lo otro era sencillamente romperte la espalda aguantando. -No gastes demasiadas fuerzas, David -dijo Roger-. Te estás portando como un héroe. -¿Cuando suba esta vez lo arponearemos? -dijo Andrew. -Cállate la boca. No quiero que lo nombres a ver si lo quemas... -suplicó David. -Nombrándolo no lo quemo. -Por favor, Andy, calla. Y no te enfades conmigo. Andrew trepó hasta el puente con su padre. Tenía puesta una de las gorras visera pero por debajo de ella Thomas Hudson vio que tenía los ojos húmedos y se volvió de espaldas porque le temblaban los labios. -No has dicho nada inconveniente, Andrew -dijo Thomas Hudson. -Ahora si se le escapa dirá que es por culpa mía -dijo amargamente el muchacho sin volver la cabeza-. Yo sólo quería tenerlo todo preparado. -Es natural que Dave esté nervioso -dijo su padre-. Veo que se esfuerza por no perder la corrección. -Sí -dijo Andrew-.Lucha con el pez tan bien como pudiera hacerlo el señor Davis. Pero me ha dolido que piense eso. -Casi todo el mundo se pone nervioso con un pez grande. Para David, éste es el primero de su vida. -Tú siempre eres amable y el señor Davis también. -No siempre ha sido así. Cuando aprendimos juntos a pescar peces gordos los dos estábamos nerviosos y éramos groseros y sarcásticos. Solíamos ser terribles. -¿De veras ? -De veras. Todo nos molestaba y hasta nos parecía que todo el mundo estaba en contra de nosotros. Es lo natural. Lo otro, la disciplina y el buen sentido es lo que se aprende. Empezamos a ser correctos al descubrir que siendo rudos y estando nerviosos no cogíamos ningún pez gordo. Y si los cogíamos no tenía ninguna gracia. Siempre excitados y amargados e incomprendidos lo pasábamos bastante mal, por eso ahora luchamos contra el pez sin perder la corrección. Un día, después de hablar sobre el asunto, decidimos dominarnos pasara lo que pasase. -Me dominaré -dijo Andrew-, pero con David a veces es difícil. Papá, ¿crees que realmente acabará pescándolo? ¿No será un sueño todo esto o algo asi ? -Hablemos de otra cosa. -¿He vuelto a decir algo malo? -No. Es que hablar de ese modo dicen que trae mala suerte. Al menos eso creen los pescadores viejos; no sé cómo empezó la cosa. -Tendré cuidado. -Aquí tienes, papá -dijo Tom tendiendo hacia él un vaso desde abajo. Estaba envuelto en triple servilleta de papel con una goma en torno, para evitar que el hielo se fundiese-. Le he puesto limón y unas gotas de angostura y nada de azúcar. ¿Está bien así? ¿O prefieres otra cosa? -Así está bien. ¿Le has echado agua de coco? -Sí. A Eddy le he preparado un whisky. El señor Davis no quiso nada. ¿Te quedas arriba, Andy? -No. Bajo en seguida. Tom ocupó su sitio y Andrew bajó otra vez. Mirando hacia popa, Thomas Hudson advirtió que la línea comenzaba a arquearse sobre el agua. -Fíjate, Roger -gritó-. Parece que sube. -¡Ya sube!-gritó Eddy, que también había visto la línea arqueada-. Cuidado con el timón. Thomas Hudson miró hacia abajo y examinó el contenido del carrete para ver con cuánta línea se iba a maniobrar. Comprobó que no llegaba a la cuarta parte del total y también que empezaba a salir zumbando y Thomas Hudson inició el retroceso virando hacia la inclinación de la línea arqueada, mientras Eddy gritaba: -Ponte detrás, Tom. El hijo de puta está subiendo. No tenemos línea para maniobrar. -Tira de la caña y mantenla recta -dijo Roger a Davis-. No dejes que vuelva a bajar. -Y a Hudson-: Atrás cuanto puedas, Tom. Así, vas bien. Vira con fuerza. En aquel momento, a popa del barco y en la parte de estribor, la calma del océano se rompió de pronto y el enorme pez surgió de él y saltó al espacio brillando con su plata y su oscuro azul, como si nunca acabara de salir del agua, hasta que su mole y su longitud increíbles emergieron del mar y ascendieron en el aire hasta caer sobre la superficie salpicando agua y espuma. -¡Dios mío! -dijo David-. ¿Lo habéis visto? -Su espada es tan alta como yo -dijo Andrew admirado. -Es magnífico -dijo Tom-. Mucho más hermoso que el que vi soñando. -Sigue dando marcha atrás -dijo Roger a Thomas Hudson. Y advirtió a David- : Procura sacar línea de esa panza. Viene de lo hondo y ha de tener mucha alrededor de la panza. Tal vez puedas cobrar un poco. Thomas Hudson, que no se apartaba del pez, había evitado que la línea se alejase y David levantaba, bajaba, recogía, y la línea se enrollaba en el reel tan de prisa como él podía manejar la manivela. -No te acerques tanto, Tom. No es cuestión de que pasemos sobre él -dijo Roger. -Ese hijo de puta por lo menos pesa quinientos kilos -dijo Eddy-. Vigila la línea, muchacho. El océano estaba tranquilo y calmo por donde había saltado el pez, pero el círculo que se había formado donde rompió las aguas seguía agrandándose. -¿Viste el agua que levantó al saltar, papá? -preguntó Tom a su padre-. Fue como si estallara el mar. -¿Te fijaste en el salto y hasta dónde llegó? ¿Has visto alguna vez un azul como el suyo y un plateado tan maravilloso, Tom? -La espada también es azul -dijo el joven Tom-. Y todo el lomo. ¿Crees que verdaderamente puede pesar quinientos kilos, Eddy ? -gritó. -Es difícil de asegurar pero yo creo que será un pez tremendo. -Cobra toda la línea que puedas, Davy, ahora que es barata -dijo Roger-. Lo haces muy bien. El muchacho trabajaba de nuevo como una máquina recuperando línea continuamente y el barco retrocedía con tal lentitud que apenas parecía moverse. -¿Qué crees que hará ahora, papá? -preguntó Tom a su padre. Thomas Hudson no apartaba los ojos de la linea inclinada sobre el agua transparente pensando que quizá fuese más seguro adelantar un poco, pero sabía lo mucho que tuvo que sufrir Roger cuando quedaron casi sin ella, de manera que habría bastado un movimiento violento del pez para que se rompiese. Comprendió que Roger estaba empeñado en recuperar línea para tenerla en reserva. Mirando la línea, Thomas Hudson comprobó que David tenía el carrete casi por la mitad y que seguía cobrando. -¿Qué has dicho? -preguntó Thomas Hudson a su hijo Tom. -¿Qué crees que hará ahora? -Un momento, Tom -dijo su padre. Y añadió dirigiéndose a Roger-: Me parece que vamos a pasarle por encima, viejo. -Pues dale despacio adelante -dijo Roger. -Despacio adelante -repitió Thomas Hudson. David no pudo cobrar por un momento pero el pez quedó en lugar seguro. Entonces la línea empezó a salir otra vez y Roger dijo: -Punto muerto -y Thomas Hudson soltó la rueda del timón y dejó los motores regulando. -De acuerdo -dijo. Roger se había inclinado sobre David y el muchacho tiraba de la caña aunque la línea se alejaba decididamente. -¡Tira fuerte, Davy! -gritó Roger-. No se lo vamos a regalar fácilmente. -No quiero que se rompa -dijo David tirando fuerte. -No se romperá -dijo Roger-. Tú aguanta bien. La línea seguía alejándose pero la caña estaba más arqueada y el muchacho aguantaba el empuje apretando la planta de los pies desnudos contra el suelo de madera de la popa. Después la línea dejó de salir. -Cobra un poco ahora -dijo Roger-. Está nadando en círculo y en este momento viene hacia nosotros. Échate hacia atrás y recupera con toda tu fuerza. El muchacho se inclinó para cobrar, luego volvió a subir, tensó la línea, se inclinó otra vez, volvió a cobrar. Estaba recuperando línea nuevamente. -¿Lo estoy haciendo bien ? -preguntó. -Estupendamente -dijo Eddy-. Lleva el anzuelo bien clavado, Dave. Me di cuenta cuando saltó.

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En ese momento, mientras David tiraba fuerte de la línea, ésta empezó a salir otra vez. -¡Demonios! -gritó David. -No pasa nada -dijo Roger-. Es que ha abierto un círculo más ancho, pero siempre en dirección hacia ti. Tú eres quien domina. Mira, ahora tira él. Lenta y constantemente, pese a los esfuerzos del muchacho, el pez fue recuperando toda la linea que antes cobró David y hasta un poco más. Entonces David lo paró. -Muy bien. Hay que cansarlo -dijo Roger-. Ha descrito otro círculo pero continúa moviéndose en sus ondas y viene hacia ti. Thomas Hudson apenas utilizaba los motores para mantener el pez a popa. Estaba haciendo cuanto se puede hacer con un barco para ayudar al muchacho y a David y su lucha los dejaba por completo al cuidado de Roger. En su opinión era lo único que cabía hacer. Describiendo otro círculo, el pez volvió a ganar línea y lo mismo ocurrió con el siguiente. Pero David seguía teniendo en el carrete casi la mitad. Trabajaba al pez como al principio y siguiendo en todo las instrucciones que recibía de Roger. Sin embargo empezaba a sentir demasiado cansancio y el sudor y el agua salada ponían grandes manchas blanquecinas y salitrosas en sus hombros y en su morena espalda. -Ya van dos horas -dijo Eddy a Roger-. ¿Cómo va esa cabeza, Davy? -Perfectamente. -¿No te duele? El muchacho denegó. -Será mejor que bebas un poco de agua -dijo Eddy. David asintió y bebió cuando Andrew le acercó un vaso a los labios. -Dime la verdad, ¿te sientes bien, Davy? -preguntó Roger inclinándose sobre él. -Muy bien. Sólo me duelen las piernas, la espalda y los brazos. -Cerró los ojos un momento y apretó la caña que se curvaba mientras la línea se iba tensando. -Prefiero no hablar -añadió. -Cobra línea ahora -dijo Roger, y el muchacho obedeció la indicación. -David es un santo y un mártir -dijo Tommy a su padre-. Otros chicos no tienen hermanos como David. ¿Te importa que hable, papá? ¡Esto me ha puesto nervioso! -Habla cuanto quieras, Tommy. También yo estoy nervioso. -Siempre ha sido un hermano estupendo, ¿sabes? -siguió diciendo Tom-. No es que sea un genio ni un atleta como Andy. Es simplemente maravilloso. Sé que le quieres más que a ninguno de nosotros y creo que haces bien porque es el mejor de todos y también sé que esto de hoy le conviene porque de lo contrario tú no dejarías que lo hiciera. Pero te aseguro que me tiene nervioso. Thomas Hudson puso una mano en su hombro y siguió gobernando el barco con una mano y mirando a popa. -El problema está en el daño que le haríamos si de pronto le obligamos a abandonar, Tom. Roger y Eddy saben muy bien lo que hacen y yo sé que los dos le quieren mucho y que no le obligarían a hacer algo que él no sea capaz de hacer. -Pero es que con él nunca hay límites, papá. De veras. Siempre hace lo que no puede. -Ten confianza en mí como yo la tengo en Roger y Eddy. -De acuerdo. No obstante rezaré por él. -Hazlo -dijo Thomas Hudson-. ¿Por qué dijiste antes que le quiero más a él? -Porque así debería ser. -Llevo más tiempo queriéndote a ti. -No hablemos ahora de ti y de mí. Será mejor que los dos recemos por él. -De acuerdo -dijo Thomas Hudson-. Y ahora escúchame. El anzuelo se lo tragó a las doce del mediodía y pronto tendremos un poco de sombra. Creo que ya tenemos un poco. Voy a virar despacio para que David no esté al sol. Thomas Hudson llamó a Roger. -Si te parece bien, voy a virar despacio para que Dave tenga sombra. No creo que cambie las cosas con respecto al pez, pues sigue describiendo círculos: nos mantendremos en su curso. -Me parece bien -dijo Roger-. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? -Hasta ahora no hemos tenido sombra -dijo Thomas Hudson, e hizo virar el barco tan lentamente, girando la popa, que con la maniobra David casi no perdió línea. La cabeza y los hombros del muchacho quedaron protegidos por la sombra que proyectaba la cabina del timonel. Eddy le enjuagaba con una toalla el cuello y los hombros y luego le frotó con alcohol la nuca y la espalda. -¿Cómo va eso, Dave? -preguntó Tom desde arriba. -Estupendamente -respondió David. -Ahora estoy más tranquilo -dijo el joven Tom-. ¿Sabes que una vez en el colegio me dijeron que David solo era mi medio hermano y no mi hermano de verdad y yo contesté que en nuestra familia no hay medios hermanos? Quisiera no preocuparme tanto, papá. -Ya cambiarás. -En una familia como la nuestra alguien tiene que preocuparse -dijo Tom-. Pero ahora ya no sufro por ti, sino por David. Voy a preparar otra vez unas copas. Entretanto rezaré. ¿Quieres otro trago, papá ? -Me encantaría. -Seguramente Eddy está necesitando otro whisky -dijo el muchacho-. Ya deben de ser casi tres horas y sólo ha tomado uno. Desde luego me descuidé. ¿Por qué crees que el señor Davis no va a querer nada, papá? -Me parece que estaba demasiado preocupado por David y su pez. -Puede que ahora que David está protegido por la sombra quiera algo. Se lo preguntaré. Fue hacia abajo. -Prefiero no tomarlo, Tommy -oyó Thomas Hudson que decía Roger. -Pero si no ha bebido nada en todo el día, señor Davis -protestó Tom. -Gracias, Tom -dijo Roger-. Bebe tú una cerveza por mí. -Y dirigiéndose hacia el timón-: Avanza un poco y con suavidad, Tom. Creo que esta dirección le ha gustado. -Avanza un poco -repitió Thomas Hudson. El pez seguía describiendo círculos pero en la parte de proa el círculo evidentemente se hizo más pequeño. Sin duda era la dirección que deseó tomar. Ahora además resultaba más fácil ver la inclinación de la línea. Mucho más fácil ver cómo se hundía en el oscuro azul, con el sol detrás del barco, y Thomas Hudson se sintió más tranquilo al gobernar detrás del pez. Pensó que era una suerte que hiciera un día particularmente tranquilo porque David no hubiera resistido aquella postura, el quedar puede decirse atado al pez, de haber estado el mar sólo medianamente agitado. Ahora, con David en la sombra y el agua tan en calma, comenzó a sentirse mejor. -Gracias, Tommy -oyó decir a Eddy, y después el muchacho subió hasta el puente con un vaso envuelto en papel y Thomas Hudson saboreó en el trago la sensación de frío que tenía la acidez de la lima, el aroma de la angostura y un fuerte sabor a ginebra que animaba el agua de coco fría como el hielo. -¿Está bien, papá? -preguntó Tommy. Tenía una botella de cerveza en la mano que evidentemente acababa de sacar del refrigerador, pues estaba cubierta de gotas frías al sol. -Excelente -dijo su padre-. Veo que le has puesto bastante ginebra. -Era necesario, papá -dijo Tom-. El hielo se funde demasiado pronto. Tendríamos que usar un recipiente especial para meter el vaso a fin de que el hielo dure un poco más. Pensaré en ello cuando vuelva al colegio y puede que invente uno. Creo que se podrían hacer de corcho, quizá pueda regalártelos por Navidad. -Mira a David -dijo su padre. David luchaba con el pez como si el combate acabara de empezar. -¿Te das cuenta de lo flaco que es? -dijo el joven Tom-. Tiene el pecho igual que la espalda. Parece hecho de una sola pieza. Pero los músculos del brazo son de lo más largo, por dentro y por fuera. Los bíceps y los tríceps. Tiene un cuerpo muy raro. Resulta un chico extraño y es el mejor de los hermanos. Abajo en el sollado, Eddy había vaciado su vaso otra vez y secaba de nuevo la espalda de David con una toalla. Luego le secó el pecho y los largos brazos. -¿Estás bien, Davy? David asintió con un movimiento de cabeza. -Oye -dijo Eddy-. He visto a un hombre fuerte como un toro y de hombros anchísimos, cansarse a la mitad de lo que tú llevas hecho con ese pez. David siguió trabajando. -Era un hombre fuerte, Dave. Tu padre y Roger también lo conocen. Estaba acostumbrado a pescar y bien entrenado. Un día, un pez enorme mordió su anzuelo, el pez más grande que he visto en mi vida. Pues bien, porque tenía el cuerpo dolorido dejó de tirar, y el pez se perdió. Tú sigue aguantando, Dave. David no respondió. Ahorraba casi el esfuerzo de respirar y tan pronto se inclinaba como se erguía sin dejar de cobrar. -Este maldito bicho es tan fuerte porque es macho -dijo Eddy-. Si fuera hembra hace rato habríamos terminado con él. Se le habrían roto las tripas o el corazón y habría dejado salir las huevas. En este tipo de peces el macho es el más fuerte. En otras especies es más fuerte la hembra, pero en el pez espada no sucede así. Pero a éste lo coges, Dave.
Bimini


La línea empezó a correr otra vez, y David cerró un momento los ojos, apretó contra la madera del suelo la planta de sus desnudos pies, se inclinó hacia delante y se apoyó un poco en la caña para relajarse. -Muy bien, Davy -dijo Eddy-. No gastes más fuerzas de las precisas. Anda ahora describiendo círculos pero la línea tira y le dificulta el avanzar. Seguro que empieza a cansarse. Eddy volvió la cabeza y miró hacia abajo y Thomas Hudson, por su forma de mover los ojos, comprendió que los había fijado en el gran reloj de bronce que colgaba en la pared de la cabina. -Las tres y cinco, Roger -dijo Eddy-. Llevas con él tres horas y cinco minutos, valiente Dave. Era el momento en que David forzosamente tenía que cobrar pero la línea corría ahora con gran rapidez. -Se está hundiendo de nuevo -dijo Roger-. ¡Cuidado, Davy! ¿Ves bien la línea desde ahí arriba, Tom? -La veo perfectamente -respondió Tom. Aún no estaba demasiado inclinada y desde lo alto era fácil verla hundida en el agua. -Puede que quiera ir a morir abajo -dijo Thomas Hudson a su hijo mayor en voz tenue-. Sería desastroso para David. El joven Tom movió la cabeza y se mordió los labios. -Aguanta lo que puedas, Dave -oyó Thomas Hudson gritar a Roger-. Aprieta y suelta un poco de línea. El muchacho la tensó de tal forma que parecía a punto de quebrarse, luego soltó, hizo cuanto supo, pero la línea seguía saliendo del carrete hacia afuera y hacia abajo. -Esta vez cuando lo pares el pez será tuyo -gritó Roger-. Aléjate un poco, Tom. -Ya está -dijo Thomas Hudson-. Creo que ganaríamos línea si me pongo detrás. -De acuerdo. Inténtalo. -Retrocediendo -dijo Thomas Hudson, y al hacerlo ganaron en efecto algo de línea, aunque no mucha, En realidad estaba terriblemente tensa y en el carrete había menos contenido que en el peor de los momentos anteriores. -Sácalo de popa, Davy -dijo Roger-. Suelta un poco de línea para que no se te escape la empuñadura. David obedeció. -Ahora descánsala en el soporte. Eddy, sujétaselo por la cintura. -¡Dios mío! Mira, papá. Ahora sí que se lo lleva todo al fondo -dijo el joven Tom. David estaba ahora de rodillas a popa y la caña quedaba tan inclinada que su extremo final rozaba el agua mientras la empuñadura descansaba en el soporte de acero ligado a su cintura. Andrew le sujetaba los pies y Roger, arrodillado a su lado, no apartaba los ojos de la línea hundida en el agua y lo poco que quedaba en el carrete. Miró a Thomas Hudson, sacudiendo la cabeza. Ya no quedaban ni veinte yardas en el carrete y David tuvo que inclinarse del todo, con casi la mitad de la caña debajo del agua. Pronto quedaron solo quince metros e inmediatamente unos diez. De pronto la línea dejó de hundirse. David seguía inclinado en popa y gran parte de la caña seguía sumergida pero la línea ya no corría. -Vuelve a sentarlo en la silla, Eddy -gritó Roger-. Todo lo rápidamente que puedas. Consiguió pararlo. Eddy ayudó a David a sentarse en la silla de pesca sujetándole fuerte para que un inesperado movimiento violento del pez no le arrastrase al agua. Cuando le tuvo aposentado miró cómo el muchacho situaba la empuñadura en el soporte y cómo, afianzando los pies, tiraba de la caña. El pez se elevó un poco. -Tira sólo cuando veas que vas a cobrar -dijo Roger a David-. Y si no puedes, déjalo que tire él. Trata de descansar, a menos que veas que le vas a poder. -Lo tienes bien cogido, Davy -dijo Eddy-. Esta vez le puedes. Tómalo con calma, sin precipitación, y acabas con él. Thomas Hudson hizo adelantar el barco, lo justo para dejar el pez a popa, en donde ya no daba el sol. El barco se adentraba en el mar y ni un soplo de viento turbaba la superficie. -Papá -dijo Tom-, mientras preparaba las bebidas le miré los pies. Le sangran. -Es de la presión contra la madera del suelo. -¿Qué te parece si le pongo un cojín debajo ? -Pregúntaselo a Eddy -dijo Thomas Hudson-. Pero no interrumpas a David. La cuarta hora de lucha estaba ya bien adelantada. El barco seguía adentrándose en el mar y David, con Roger sujetando ahora su asiento, levantaba evidentemente el pez al ir cobrando. Parecía tener más fuerza ahora que una hora atrás pero Thomas Hudson vio en sus talones huella de sangre que sin duda procedía de la planta de los pies, que a la luz del sol parecía pintura roja barnizada. -¿Cómo van los pies, Dave? -preguntó Eddy. -Bien. No me duelen -respondió David-; sólo me duelen los brazos, las manos y también la espalda. -Quieres que te ponga un cojín debajo ? David movió la cabeza negativamente. -Se me quedarían pegados -dijo-. Están muy pegajosos, pero no me duelen, de veras. El joven Tom subió junto a su padre. -Tiene los pies muy mal, papá -dijo-. Y las manos también. Las tenía llenas de ampollas que se van reventando. No sé, papá. -Es lo mismo que si estuviera remando contra una corriente bravía, Tommy. O como si hubiera de seguir trepando una montaña o dominando un caballo aunque se sintiera mortalmente cansado. -Lo sé, papá. Pero verle de esa manera y no hacer nada por él parece absurdo, siendo mi hermano. -Te comprendo perfectamente Tommy, pero llega un momento en que los muchachos tienen que hacer cosas para llegar a ser hombres. Dave se encuentra precisamente en ese momento. -De acuerdo, papá, pero, mirando sus manos y sus pies, no sé... -Si tuvieras tú al pez, ¿permitirías que Roger o yo te lo arrebatásemos? -No; querría seguir allí hasta morir. Pero ver a David es distinto. -Es en sus sentimientos en lo que hay que pensar -dijo su padre-y en lo que de veras tiene importancia para él. -Desde luego -dijo Tommy resignado-. Pero para mí es David, y nada más. Y quisiera que el mundo no fuese así como es y que nada pudiera ocurrirles a los hermanos. -También yo lo quisiera -dijo Thomas Hudson-. Eres un chico demasiado bueno, Tommy, pero quiero que sepas que me hubiera gustado acabar con todo esto desde hace rato, sólo que me consta que si David por fin coge su pez tendrá algo que guardar en su interior para toda la vida y que le hará encontrar más fáciles todas las otras cosas. En este momento Eddy habló otra vez. Había estado mirando de nuevo hacia la cabina. -Las cuatro en punto, Roger -dijo-. Será mejor que bebas un poco de agua, Davy. ¿Cómo te sientes? -Muy bien -dijo David. -Se me ocurre algo práctico -dijo el joven Tom-. Prepararé un whisky para Eddy. ¿Quieres algo, papá? -Esta vez paso -dijo Thomas Hudson. Tommy fue hacia abajo y Thomas Hudson siguió mirando a David que manejaba la línea, fatigado pero con firmeza; Roger, inclinado sobre él, le hablaba casi al oído; Eddy miraba a popa, vigilando la inclinación de la línea sobre el agua.
Thomas Hudson trató de imaginar cómo sería lo de abajo donde nadaba el pez. Estaría todo muy oscuro pero el pez podría ver como puede ver un caballo. Y haría mucho frío. Se preguntó si el pez estaría solo o si otro pez nadaría junto a él. No habían visto otro pero eso no probaba que estuviera realmente solo. Quizás hubiera otro con él en la oscuridad y en el frío. Thomas Hudson se preguntó también por qué se habría parado tan en lo hondo esta segunda vez. ¿Acaso los peces tienen un tope para la profundidad así como los aviones tienen un techo máximo? ¿O es que luchar contra la caña y la tensión de la línea y su resistir y su continuo rápido avance le habían cansado y ahora sólo apetecía nadar tranquilo en la dirección que quisiese? ¿Habría decidido subir un poco, subir sin pausa, mientras David tiraba de él? ¿Subir dócilmente para aliviar la desagradable tensión que le era impuesta? Thomas Hudson llegó a la conclusión de que así era realmente y de que David iba a tener mucho trabajo en vencerle, pues el pez parecía tener todavía fuerza suficiente. El joven Tom había decidido llevar a Eddy su botella y Eddy, después de beber un largo trago, le rogó que la dejase en la lata de los cebos para mantenerla fresca. -Y a mano -añadió-. Si dura mucho la lucha entre David y el pez me voy a emborrachar. -Te daré tu botella cada vez que la quieras -dijo Andrew. -Tráemela cuando te la pida, no cuando la quiera -dijo Eddy. El hijo mayor volvió junto a Thomas Hudson y ambos quedaron mirando a Eddy inclinado sobre David, vigilando sus ojos. Roger sujetaba la silla sin dejar de contemplar la línea. -Oye Davy -dijo Eddy al muchacho mirándole fijamente al rostro-. Tus manos y tus pies me importan un comino. Pueden dolerte y pueden sangrar pero están bien. Son las manos y los pies de un pescador y para otra vez estarán más curtidas. Lo que a mí me interesa es cómo anda tu condenada cabeza. -Muy bien -dijo David. -En tal caso, que Dios te bendiga y no te alejes de ese hijo de puta porque va a salir a flote sin tardar. -Davy -dijo su padre de pronto-, ¿quieres que siga yo? David movió negativamente la cabeza. -No sería abandonar -añadió Roger-, sería simplemente sentido común. Podría terminar yo. O tu padre. -¿Hice algo mal hecho? -preguntó David, dolido. -No. Te has portado más que bien. -Entonces, ¿por qué he de abandonar? -Te está dando una paliza, David -dijo Roger-, y no quiero que te haga daño. -Pero el que lleva el anzuelo dentro es él -dijo David con voz ligeramente temblorosa-. Además, no me está dando ninguna paliza. Soy yo quien le ha dado una paliza a él. ¡El muy hijo de puta! -Di todo lo que se te ocurra, Davy -aconsejó Roger. -¡Ese podrido hijo de puta! ¡El muy maldito hijo de puta! -Está llorando -dijo Andrew, que había subido hasta el timón para estar junto a su padre y junto a Tom-. Habla así únicamente para disimular. -Tú cállate, jinete -dijo el joven Tom. -Me tiene sin cuidado que acabe conmigo. Puede matarme si quiere ese hijo de puta -gimoteó David-. Y no le odio. Le amo. -Procura callar -dijo Eddy a David-. Ahorra esfuerzo. Miró a Roger que se encogió de hombros porque no sabía qué decir. -Si veo que sigues tan excitado te separo del pez -dijo Eddy. -Siempre estoy excitado -dijo David-. Sólo que no lo digo y nadie se entera. En este momento no lo estoy más que en otros, lo que pasa es que hablo. -Pues ahora calla y tranquilízate -dijo Eddy-. Si te quedas quieto y callado lo levantaremos de una vez. -No puedo separarme de él -dijo David-. Y siento mucho haberle insultado. No quiero que nadie se meta con él. Es lo más maravilloso del mundo. -Andy, haz el favor de darme esa botella de alcohol puro -dijo Eddy-. Voy a frotarle las piernas, los hombros y los brazos y no quiero hacerlo con agua helada. Podría darle un calambre. Miró hacia la cabina y añadió: -Cinco horas y media, Roger. -Ahora no tienes tanto calor, ¿verdad, Davy? -dijo volviéndose hacia el muchacho. David movió la cabeza negativamente. -Lo que me daba miedo era el fuerte sol de primera hora de la tarde sobre tu cabeza. Ahora ya no te ha de pasar nada, Dave -dijo Eddy-. Toma las cosas con calma y acaba de una vez con ese pez. Quiero tenerlo aquí antes de que oscurezca. David asintió. -Papá, ¿habías visto alguna vez una lucha igual con un pez? -preguntó el joven Tom. -Sí -dijo Thomas Hudson. -¿Muchas? -No sé, Tommy. Hay peces terriblemente grandes en este golfo. Y algunos son fáciles de pescar. -¿Por qué unos más que otros? -Creo que es porque se hacen viejos y gordos. Algunos estarán a punto de morir de viejos. Los hay que saltan hasta reventar. Llevaban tiempo sin ver otro barco y se iba haciendo tarde. Había un gran trecho entre la isla y el faro de Isaac. -Inténtalo otra vez -dijo Roger. David inclinó la espalda, apretó los pies sobre cubierta, se echó hacia atrás y la caña en lugar de quedar tensa se elevó lentamente. -Ya sube -gritó Roger-. Cobra y vuelve a intentar. El muchacho obedeció y recuperó línea otra vez. -Te he dicho que ya sube -dijo Roger, mirándole-. Sigue trabajando bien y no te pares. David se puso a trabajar como una auténtica máquina o mejor como un chico fatigado que se moviese igual que una máquina. -Este es tu momento -dijo Roger-. Aquí está ya ¡Aléjate un poco, Tom! Si es posible quisiera sacarlo por babor. -Me alejo un poco -repitió Thomas Hudson. -Haz lo que creas conveniente -gritó Roger-. Querríamos sacarle donde Eddy pueda arponearlo y nosotros echarle el lazo. De la guía me encargo yo. Tú sujeta la silla y vigila la línea para que no se enganche en la caña cuando yo coja la guía, Tommy. Procura que quede libre por si tengo que soltar. Andy, tú ayuda a Eddy en cuanto necesite y dale el lazo y el garrote cuando él lo pida. El pez subía ahora rápidamente y David no alteraba ni por un momento el ritmo de su trabajo. -Tom, será mejor que utilices el timón de abajo -gritó Roger. -Precisamente iba para allá -dijo Thomas Hudson. -Perdona -dijo Roger-. David, recuerda que si intenta escapar y he de soltar un poco tú has de tener la caña alta y libre el aparejo. Afloja la tensión en cuanto yo toque la guía y dale todo cuanto necesite. Thomas Hudson bajó desde el puente a cubierta para hacerse cargo de los controles y del timón. No podía ver el agua tan bien como desde el puente pero estaba más cerca para el caso de una emergencia y era más fácil la comunicación. Encontró extraño hallarse al mismo nivel de las operaciones después de haberlo visto todo durante tanto rato desde arriba. Era como dejar un palco para situarse en el escenario o junto al ring o ante la barandilla de una pista de carreras. Todos se le antojaron más cercanos y más grandes y ya no los veía escorzados. Vio las manos sangrantes de David y la sangre que manaba de sus pies como una laca encarnada y vio las huellas de las correas en su espalda y la expresión de su rostro casi desesperada. Miró hacia la cabina y el reloj de bronce marcaba las seis menos diez. El mar parecía distinto ahora que lo tenía tan cerca y mirándolo desde la sombra y la vencida caña de David, se veía cómo la línea blanca se inclinaba en el agua oscura y la caña subía y bajaba incesantemente. Eddy se arrodilló a popa con el garfio en las manos que tenía llenas de pecas por el sol y contempló el agua casi color núrpura intentando distinguir al pez. Thomas Hudson advirtió las vueltas de la cuerda en el mango del garfio y la cuerda amarrada a la bita de popa por un extremo y luego volvió a mirar la espalda de David y sus largos brazos sosteniendo la caña. -¿Lo ves, Eddy? -preguntó Roger desde donde estaba sujetando la silla. -Todavía no. Sigue cobrando, Davy. De prisa y con firmeza. David siguió levantando y bajando y enrollando. El carrete estaba ahora casi lleno y con cada movimiento ganaba línea. Sin embargo, en un momento determinado el pez quedó quieto, la caña se dobló sobre el agua y la línea empezó a correr. -No -gritó David-. No puede ser. -Nunca se sabe -dijo Eddy-. A lo mejor ocurre. Pero David alzó la caña aguantando el peso y de nuevo la línea comenzó á volver tan fácil y seguramente como antes. -Sólo se resistió un momento -dijo Eddy, que con su viejo sombrero de fieltro echado sobre la nuca miraba con fijeza la transparente aunque oscura agua color púrpura. -Ya le tenemos ahí -dijo. Thomas Hudson se apartó un instante del timón para mirar hacia popa. Allí, diminuto y escorzado, se veía el pez, pero el breve tiempo que lo miró Thomas Hudson, advirtió que iba aumentando progresivamente de tamaño. No tan rápidamente como un avión al acercarse a tierra, pero sí con igual constancia. Thomas Hudson apoyó un brazo en el hombro de David y volvió al timón. Entonces oyó gritar a Andrew: -Míralo. Aquí está. Esta vez sí lo vio, desde el timón, bien a popa y muy sumergido; parecía de color castaño conforme iba aumentando en longitud y en grosor. -Manten así la lancha -gritó Roger sin volverse, y Thomas Hudson repitió-: Manten la lancha. -¡Miradlo, por Dios! -exclamó Tom. Era evidentemente el pez espada más enorme que Thomas Hudson había visto en su vida. Su cuerpo inmenso era ahora color púrpura en lugar de castaño. Nadaba lenta y seguramente en la misma dirección que el barco, a popa y a la derecha de David. -Se acerca cada vez más, Dave -dijo Roger-. Sigue acercándose. -Avanza un poco -gritó Roger sin dejar de vigilar el pez. -Avanzo un poco -repitió Thomas Hudson. -Mantenla enrollada -dijo Eddy a David. Thomas Hudson vio el mosquetón de la guía fuera del agua. -Avanza un poquito más -dijo Roger. -Avanzo un poquito más -repitió Thomas Hudson, que no apartaba los ojos del pez llevando la popa hacia donde éste se movía. En seguida divisó su cuerpo color púrpura en toda sü longitud, con la espada ancha y grande en primer plano, la cortante aleta dorsal en el amplio lomo y la enorme cola que lo impulsaba casi sin moverse. -Avanza todavía un pelito más -dijo Roger. -Avanzo todavía un pelito más -repitió Tom. David advirtió que tenía la guía a su alcance. -¿Listo, Eddy ? -preguntó Roger. -Listo. -No lo pierdas de vista, Tom -gritó Roger inclinándose hacia la guía del cable. -Suelta la traba -añadió mirando a David y despacio empezó a levantar el pez manipulando en ambos sentidos para situarlo al alcance del arpón. Al subir el pez parecía tan ancho y tan largo como un leño enorme en el agua. David lo vigilaba y miraba también la punta de la caña para asegurarse de que la línea no se enganchara. Por primera vez en seis horas no tenía la espalda, los brazos y las piernas sujetos a tensión. Thomas Hudson vio que le temblaban los músculos en ellas. Eddy se inclinó sobre el agua con el arpón en una mano y Roger subía lenta y suavemente el pez. -Pesará unos quinientos kilos -dijo Eddy y añadió en voz muy baja-: el anzuelo se mantiene sólo de un hilo, Roger. -¿Puedes alcanzarlo? -Todavía no -contestó Eddy-. Hala despacio, muy despacio. Roger continuó izando el cable de alambre y el enorme pez siguió subiendo hacia el bote. -La línea se ha ido cortando -dijo Eddy-. Apenas se sostiene con nada. -¿Puedes alcanzarlo ahora ? -preguntó de nuevo Roger. Su tono de voz era el mismo. -No, todavía no -contestó Eddy también en voz baja. Roger seguía subiendo el pez muy despacio, con toda la suavidad posible. Entonces dejó de izar y se irguió, ya sin tensión alguna, sosteniendo con ambas manos la guía totalmente floja. -¡No! ¡No! ¡No! ¡ Por favor, Dios mío! -exclamó Tom. Eddy saltó al agua sin soltar el garfio para ver si aún podía arponear al pez. Todo fue inútil. El enorme pez permaneció en la profundidad igual que un pájaro de color púrpura oscuro y luego empezó a alejarse. Todos lo miraron mientras se fue haciendo más y más pequeño hasta perderse de vista por completo. El sombrero de Eddy flotaba sobre el agua tranquila y él seguía con el arpón en la mano. El arpón estaba sujeto a la línea atada a la bita de popa. Roger tomó a David en sus brazos y Thomas Hudson vio que los hombros del muchacho temblaban, pero dejo que Roger se encargara de él. -Echa la escala para que Eddy suba a bordo -dijo al joven Tom-. Y tú, Andy, coge la caña de David y desengánchala. Roger levantó al muchacho de la silla y lo llevó hasta una colchoneta del sollado, junto a estribor, y lo sentó allí. Sus brazos rodearon el cuerpo del muchacho, mientras yacía desmayadamente boca abajo. Eddy subió a cubierta chorreando agua y empezó a desvestirse. Andrew pescó el sombrero con el garfio y Thomas Hudson bajó en busca de una camisa y un pantalón de faena para Eddy y de una camisa y unos shorts para David. Se sorprendió comprobando que el único sentimiento que le dominaba era una compasión y un gran amor por David. La lucha lo había vaciado de cualquier otro sentimiento. Cuando volvió a cubierta, David seguía tumbado de bruces en la colchoneta, desnudo, mientras Roger le friccionaba el cuerpo con alcohol. -Me duele la espalda cerca de los hombros y en la parte de abajo. Por favor, con cuidado, señor Davis. -Donde más daño tienes -dijo Eddy-. Tu padre te pondrá mercromina en los pies y las manos. Eso no escuece. -Ponte esta camisa, Davy -dijo Thomas Hudson-. Podrías enfriarte. Trae una manta de las finas para cubrirle, Tom. Thomas Hudson puso mercromina en los lugares donde las correas que le sujetaban habían dejado huella y le ayudó a ponerse la camisa. -Estoy bien. ¿Puedo tomar una Coca-Cola, papá? -preguntó David con voz cansada. -Claro -dijo Thomas Hudson-, y Eddy te servirá dentro de un rato un plato de sopa. -No tengo hambre -dijo David-. Todavía no puedo comer. -Esperaremos un poco -dijo Thomas Hudson. -Sé lo que sientes, Dave -dijo Andrew, alargándole la Coca-Cola. -Nadie sabe lo que siento -dijo David. Thomas Hudson dio el rumbo a su hijo mayor para gobernar durante el regreso a la isla. -Pon los motores a trescientos, Tommy -dijo-. Veremos el faro antes de oscurecer y entonces te daré la corrección. -Pero contrólame de vez en cuando, papá, por favor. ¿Te sientes tan mal como yo? -Lo que ocurrió ya no tiene remedio. -Eddy también hizo lo que pudo -dijo el joven Tom-. No todo el mundo es capaz de saltar al océano para perseguir a un pez. -Casi logró su propósito, pero te aseguro que habría sido un verdadero infierno después de arponear a semejante pez. -Se las habría arreglado -dijo el joven Tom. Y añadió-: ¿Los motores están sincronizados? -Escúchalos. No te fíes sólo del taquímetro. Thomas Hudson fue hacia la colchoneta, y se sentó junto a David, que seguía tapado con la manta mientras Eddy le curaba las manos y Roger los pies. -Hola papá -dijo mirando por un momento a Thomas Hudson, pero en seguida apartó la vista. -Siento mucho lo ocurrido, Davy -dijo su padre-. Nunca vi a nadie luchar de esa manera con un pez. Ni siquiera a Roger. -Gracias papá, pero no hablemos de eso. -¿Quieres alguna cosa, David? -Otra Coca-Cola tomaría. Thomas Hudson encontró una botella de Coca-Cola fría entre el hielo de la lata de cebos y la abrió. Volvió a sentarse junto a David y vio cómo el muchacho apuraba su contenido aguantando la botella con la mano que Eddy le había curado. -En seguida te traigo la sopa -dijo Eddy-. Se está calentando. ¿Preparo unos pimientos, Tom ? Tenemos un poco de ensalada de marisco. -Calienta pimientos -dijo Thomas Hudson-. No hemos tomado nada desde el desayuno. Roger ni siquiera un trago. -Acabo de beberme una botella de cerveza -dijo Roger. -Eddy -dijo David-. ¿Cuánto crees que pesaría? -Más de quinientos -afirmó Eddy. -Gracias por echarte al mar, Eddy -dijo David-. De verdad te lo agradezco. -Diablos -dijo Eddy-, ¿y qué otra cosa podía hacer? -¿Crees que habría pesado quinientos, papá ? -preguntó David. -Estoy seguro -dijo Thomas Hudson-. En mi vida vi un pez tan grande ni espada ni de otra especie.

Bimini El sol se estaba poniendo, y el barco avanzaba en la calma del mar como si los motores le dieran vida, propulsándolo rápido por las mismas aguas que antes cruzara tan lentamente. Andrew también se había sentado al borde de la amplia colchoneta. -Hola, jinete -dijo David. -Si lo hubieras cogido -respondió Andrew-seguramente te habrías convertido en el chico más famoso del mundo. -No quiero ser famoso. Prefiero que lo seas tú -dijo David. -Nosotros también hubiéramos sido famosos como hermanos tuyos -dijo Andrew. -Y yo por ser tu amigo -dijo Roger. -Y yo por gobernar el barco, y Eddy por clavarle el arpón.. -Eddy tendría que ser famoso de todas maneras -dijo Andrew, y Tommy también tendría que ser famoso por preparar tantas bebidas. Durante toda la lucha, Tommy no dejó de servir lo que cada uno pedía. -¿Y el pez? ¿Es que el pez no habría sido famoso? -preguntó David, que se sentía mejor o al menos hablaba con naturalidad. -El pez habría sido el más famoso de todos -dijo Andrew-. Se habría hecho inmortal. -Espero que se encuentre bien -dijo David-. Sinceramente deseo que no le haya pasado nada. -Pues claro que no le habrá pasado nada -dijo Roger-. Por el modo de tragarse el anzuelo y cómo supo luchar seguro que está bien. -Algún día os contaré lo que sentí -dijo David. -¿Por qué no lo cuentas ahora? -insistió Andrew. -Ahora estoy cansado. Además parece una tontería. -Cuéntalo ahora. Dinos algo -rogó Andrew. -¿Te parece bien, papá? No sé si debo hacerlo. -Adelante -dijo Thomas Hudson. -Bien -dijo David con los párpados apretados-. En los momentos peores, cuando estaba tan cansado, hubiera podido decir quién era yo y quién era el pez. -Lo comprendo -dijo Roger. -Y entonces empecé a sentir que le amaba más que a nada en el mundo. -¿Quieres decir con amor de verdad? -preguntó Andrew. -Sí. Con amor de verdad. -¡Caray! Eso si que no lo entiendo. -Cuando lo veía subir, sentí que lo amaba tanto que casi no podía resistirlo - dijo David con los ojos cerrados-. Sólo deseaba verlo más cerca. -Lo sé -dijo Roger. -Y ahora me importa un bledo haberlo perdido -dijo David-. No me importan los récords. Y me alegro de que él esté bien y de yo estar bien. No somos enemigos. -Me alegro de que nos lo hayas contado -dijo Thomas Hudson. -Gracias, señor Davis, por lo que me dijo cuando lo perdí por primera vez - dijo David con los ojos todavía cerrados. Thomas Hudson nunca supo qué era lo que Roger le había dicho.(...)"


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