BIODIVERSIDAD
Hace unos días, se publicó en Levante-emv un reportaje sobre la asociación Llavors d’Ací. En él se exhibía la importancia de preservar la biodiversidad existente en los cultivos de cada zona de nuestra comunidad. Sabido es que, en la medida en que una planta o un animal ha estado más en contacto con el hombre en el tiempo, éste, a través de su ingenio, ha sabido lograr una mayor variabilidad genética. Por poner un ejemplo, que se mencionaba en esa reseña: en la comarca de Venta del Moro hay cuatro variedades de tomate. Fascinante. Me interesa destacar que esa variabilidad tiene unas enormes ventajas desde todos los puntos de vista: gastronómicos, adaptabilidad al ambiente, posibilidad de hacer frente a plagas o a las inclemencias meteorológicas, etc. Es necesario disponer de esas especies “viejas”, mejor acondicionadas a lo local.
Conservar la biodiversidad es importantísimo: es un legado. Imaginemos un museo con cuadros de Murillo, Velázquez, Rembrandt, etc. ¿Nos importaría que unos cuantos se esfumaran? ¿O que desapareciesen libros que han conformado la civilización? ¿Sería igual el mundo sin el Don Quijote de Cervantes? Este mismo razonamiento ha de ser llevado a las ciencias de la vida. Si la cultura depende del legado –no podemos comenzar de cero, porque entonces siempre estaríamos en el paleolítico-, de igual modo pasa con la naturaleza: algo donado, regalado por nuestros ancestros y que constituye nuestro hábitat natural, no puede ser desechado como inservible o atávico. Es la huella de la tradición, el fruto del trabajo laborioso del hombre en combinación armoniosa con la naturaleza.
Contesta David Attenborough, naturalista de la BBC, a la pregunta ¿qué se pierde cuando se extingue una especie?: “A veces, muy poco. Otras, muchísimo. Hay algunas especies que encajan en un complejo entramado de conexiones en el que, al ser eliminadas, no podemos calibrar el tipo de perturbación que puede suceder. Aún más, se corre el riesgo de que desaparezcan especies que podrían ser útiles para la humanidad, como por ejemplo, para producir medicinas. Pero no es un argumento que me guste mucho (el de la utilidad), porque creo que tiene que ver más con la explotación de la naturaleza que con nuestra responsabilidad de protegerla. ¿Cuál es mi conclusión de todo ello? Que el evitar que una especie o variedad desaparezca entra dentro de nuestro deber moral”. Por este motivo, hay que continuar en la tarea de salvaguardar la biodiversidad, seguir cultivando las variedades locales, porque la pérdida de diversidad genética puede traer consecuencias incalculables. Para lograrlo, hay que desechar los motivos meramente economicistas, de “producción”. Y enseñar a saber apreciar un tomate, que quizá no sea tan vistoso, pero que tiene otras riquezas incomparablemente mayores: sabor, dulzura, aroma, textura, etc. En mi niñez, mi padre nos traía, de vez en cuando, peros (manzanas) de Cehegín (Murcia): de aspecto destartalado, pero de un dulce sabor que todavía hoy paladeo en el recuerdo, y que no he vuelto a degustar. Era una fiesta.
Pedro López
Biólogo. Grupo de Estudios de Actualidad