Blanca

Publicado el 14 marzo 2016 por José Ángel Ordiz @jaordiz

Silencio de Blanca es el título de una novela corta, exquisita, del brillante escritor José Carlos Somoza, quien, desde hace varios lustros, me deleita con todos y cada uno de sus relatos de mayor o menor extensión.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente es un verso (o dos, cito de memoria) de Pablo Neruda, por el que fue acusado de machista por no sé quiénes, no me acuerdo de sus identidades ni géneros, lo que sí sé es que poco sabían de poesía esas personas (menos que yo, eso fijo).

Pero la Blanca del título de esta entrada no es la de Somoza. Es mi asistenta y una de mis dos secretarias. Aunque también me gusta cuando, silenciosa, como ausente, mira por la ventana y acaso no ve lo que yo veo cuando miro por la misma ventana, intentaré que hable.

-¡Blanca!

El pelo de Blanca, que ella aparta de la cara con leves aleteos de la mano derecha, es tan negro como el color de sus ojos, en los que nunca advierto oscuridades pero sí, a veces, un poso de tristeza: qué estúpido ese hombre, Blanca, del que pronto hablarás, o eso espero.

-Dime.

-Dónde está Rogelio.

-En el cuarto de baño.

-Vaciando el vientre, seguro. Dónde está Irina.

-En el colegio.

-Dando sus clases de chino mandarín, es verdad. ¿Puedes sentarte aquí, junto a mí, un momento?

-Tengo que...

-Ya harás luego lo que debas hacer, ahora tienes que contarles algo de ti a unas personas que sostienen que solo eres una invención mía, que no eres una de mis dos secretarias a tiempo parcial.

-¿Otra vez?

-El cagón del ciego eliminó la entrevista que te hice, con lo bien que nos había quedado, y pendientes de lo que digas estarán Javier Marías, Chus, el del ojo que todo lo ve, lo conoces de sobra, y para mí tengo que hasta el mismísimo Camilo José Cela desde el más allá. Allá vamos. Naciste en...

-Muy cerca de donde naciste tú.

-En una idílica aldea junto a un río, en una aldea donde las casas son de piedra y...

-El río es un riachuelo, ni nombre tiene, y todas las casas no son de piedra.

-Mujer, con lo bien que iba... Bueno, pero sí hay muchas fuentes de límpido manar en ese valle tan cercano a tu aldea, en el que también abundan las hayas, ¿no es cierto?

-Lo será, no lo sé. Yo nunca estuve en el valle ese.

-Vaya. A ver si... Dos preguntas sencillas, no sea que... De qué color son tus ojos.

-Negros.

-De qué color es tu pelo.

-Negro.

-Menos mal, ya creía yo que te había inventado. Hay un hombre en tu pasado, alguien de cuyo nombre no quieres acordarte pero del que te acuerdas.

-Un hombre... A cualquier cosa llamas tú un hombre... Y es mentira lo que escribiste en un libro, eso de que practicar el sexo es muy bueno para adelgazar.

-¿Escribí yo eso?

-Sí, tú. Es mentira o lo fue en mi caso, porque yo engordé, y mucho. Adelgacé después, cuando perdí el hijo que esperaba.

-¿Por eso te abandonó ese...?

-No. Ya me había abandonado antes, en cuanto supo que estaba embarazada.

-Pues sí que... Esto nuestro de hoy poco se parece a la entrevista anterior.

-¿Lo dejamos para otro día?

-No podemos dejarlo así, con este aire de pérdida en el ambiente... A ver... ¿Sabes por qué vienen tantos carcamales a verme desde que trabajas aquí, en esta mansión de mi propiedad?

-Los amigos...

-Qué amigos ni qué nada. Más amigos tenía antes y por aquí no aparecía ninguno. Vienen a verte a ti, no a mí.

-Ya estás exagerando otra vez... Límpidas fuentes...

-Vienen a verte a ti y a Irina. Con el cagón de Rogelio acabo hablando yo mientras ellos, esos carcamales, se arriman a vosotras cuanto pueden... Al fin te ríes... Gracias, Blanca.

-De nada.

-Qué puedes contarnos de ese novio tuyo actual, el de los ojos que deslumbran, el que es tan alto como el rey Felipe no sé cuántos, el hijo del otro rey, el hijo del rey emérito, qué lío, pobres republicanos, no quieren un rey y ahora tienen dos, además de las reinas correspondientes, claro.

-Tú le has dado al alcohol.

-Sí, bueno, bebí un poco de Sansón. Como la quina es reconstituyente...

-¿Un poco? Dónde tienes escondida la botella.

-A ti te lo voy a decir.

-O me lo dices o...

-Vale, vale, te lo digo. Con Rogelio está en el cuarto de baño.

Buena te espera, ciego, hacia ti se dirige Blanca. Y yo no soy ella.