Blanco & negro

Publicado el 05 octubre 2010 por Quique
Alaska, 5 de octubre de 2010,
Estos días he estado opinando y debatiendo, presencialmente y on line, algunos temas de la actualidad. He comprobado que el debate online no tiene que ser siempre el griterío que suele ser. A veces es una conversación ordenada. La gente se escucha, lee y propone argumentos.A eso iba, a los argumentos. Hay una tendencia, que creo que se acentúa en profesiones como la nuestra, a considerar los temas como compartimentos estancos, sin fisuras. Aparentemente los trabajadores de lo social tenemos un discurso abierto y tolerante, pero cuando se trata de adaptar ese discurso a nuestro lugar profesional nos volvemos monolíticos. Es cierto que una de nuestras frases fetiche dice "no sólo hay blancos o negros, también hay grises", pero muy a menudo la frase sirve para relativizar todo y no escoger color alguno, en lugar de para posicionarse (optar por el gris, por ejemplo).
En los debates en los que he participado acerca de la expulsión de los gitanos en Francia esas posiciones monolíticas lo enturbiaban todo. Los profesionales de lo social se colocaban mayoritariamente del lado del buenismo: los campamentos en Francia son sólo una forma de vida, o, el problema es que no entendemos la cultura gitana. Los argumentos de sus contrarios pegaban entonces por el lado que más duele: alguien tiene que velar por el orden, o , ¿porqué no pones un campamento de esos al lado de tu casa?. Vistas las cosas, era muy difícil conducir el debate a la cuestión principal: la Europa que queremos construir. Porque uno puede reconocer sin tapujos que está a favor de desmantelar campamentos ilegales donde no se den unas condiciones de vida dignas. También puede defender que se aplique la ley con toda su contundencia a aquellos que no la cumplan, sin coartadas culturales o religiosas que valgan, y, a la vez, mostrarse en desacuerdo con una Europa que expulsa a sus propios ciudadanos, y además lo hace por motivos racistas. Cuando las posiciones teóricamente progresistas piensan que defender la ley y el orden son cosas de la derecha ya han perdido la batalla. Y, lo más peligroso, alimentan los discursos más xenófobos y racistas, que necesitan pocas razones para desatarse.
Hay muchos ejemplos de posturas políticamente correctas que comprometen la convivencia. Hace años muchos técnicos dedicados a temas de inmigración condenaron las caricaturas de Mahoma. Pensaban que defender la libertad de expresión y defender a la religión eran opciones incompatibles y optaron por la segunda, que era la más políticamente correcta según su rol profesional. Supongo que no pensaron ni por un momento que con esos ataques a la libertad de expresión reforzaban las posturas más radicales.Ha vuelto a ocurrir, aunque ahora no ha tenido nada que ver con la libertad de expresión, con ese personaje americano deseoso de fama que proponía la quema de ejemplares de El Corán. Por supuesto que la propuesta se merecía nuestra más absoluta repulsa, pero pocos han sido los que han dicho, con la misma contundencia, que se trata de la misma repulsa que nos merece alguien que esté dispuesto a matar por la quema de un libro.
Solemos pensar que ser críticos con algún matiz, en un tema en el que estamos generalmente de acuerdo, es traicionarlo. Pero si no ponemos acento en el matiz, nuestros interlocutores, menos sujetos a las convenciones políticamente correctas, lo aprovecharán como prueba de que sus argumentos son mucho mejores.
En servicios sociales es difícil discutir sobre aspectos muy sensibles para la ciudadanía como la inmigración, la igualdad entre hombre y mujer, la violencia, o la pobreza, por ejemplo. La posición oficial marca una línea clara entre lo que puede decirse y lo que no. Pero hay temas tan transversales que eso comporta a menudo serios problemas de coherencia. En el debate sobre la prohibición o no del burka en los espacios públicos, por ejemplo, muchos profesionales de Igualdad no apoyan decididamente la prohibición, aunque esa sería la postura consecuente con la defensa de los derechos de las mujeres, porque significa entrar en conflicto con el posicionamiento oficial de los profesionales de Inmigración, tendentes a relativizar cualquier abuso cultural en nombre de la convivencia.
Es difícil elaborar un discurso propio sobre cómo abordamos los problemas sociales si estamos atados de pies y manos. Pero si ese discurso no lo elaboramos nosotros, los ciudadanos lo buscarán en princesas del pueblo y en políticos oportunistas. Con su demagogia y su cinismo.
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