Artículo publicado en eldiariofénix.com
No sé cómo, pero siempre me encuentro metido en batallas perdidas de antemano. Hoy en el aniversario del suicidio de Larra, al que no llegaré a la suela de los zapatos ni en cien vidas que viva, me dispongo a atacar una pieza de esas con chicha, un artículo de opinión en el que reflejar la tristeza de estos grises tiempos, en los que se quiere condenar al dialogo, la controversia y la heterodoxia al ostracismo.
Compruebo desolado que las falacias, las medias verdades e incluso las medias tintas, campan por nuestras vidas desbocadas y sin nadie que les tire del ronzal. Al contrario: las jalean por mor de la ideología. Todo se reduce a un maniqueísmo enfermizo, a una dualidad falsa pero sencilla de manejar. A una lucha de buenos contra malos, en la que el malo siempre es el que no comparte mi ideología, despojada de ideas y llevada al paroxismo del hooliganismo. Eslóganes cortos y fácilmente digeribles llenos de lugares comunes y atronadoras palabras. Una suerte de mundo feliz en el que las ideas no se replantean sino que se retroalimentan. Nos están adocenando y nos estamos dejando, con el trabajo que cuesta pensar, nos creemos poseedores de la verdad absoluta y peritos en cualquier cosa, en una suicida inmodestia.
Y mientras tanto, la gente normal no se siente, ni ahora ni nunca, en absoluto identificada con todo esto. Esos que siempre nombramos pero que nunca sabemos quiénes son: el lechero, el policía, el tendero, el agricultor, el parado, el que no tiene para comer. Los que mueren en las guerras y despiden en las crisis, los que indefectiblemente pagan los platos rotos, de unos y otros. Ven todo esto como la han visto siempre, como un espectáculo lejano, como aquel ratón que bailaba con la gata y al que la minina pregunta si se divertía: “Mucho, pero al remate del baile espero”.
Una vez en unas vacaciones del colegio me fui con mis tíos al campo, a “los romeros”. No recuerdo si era carnaval o Semana Santa. Nos quedábamos a dormir allí. En la casa también dormían dos hombres mayores, peones de una finca cercana y sin vivienda. En las largas veladas nocturnas tras la cena se hablaba de todo, de duendes, del tiempo, de crímenes horrendos y antiguos. Una de las noches se habló de la guerra civil en la que ambos habían luchado. De cómo tenían que dormir cuatro con dos mantas, una arriba y otra abajo. De cuando volaron con un mortero una fuente de no sé qué pueblo. Explicaron que lucharon en el bando de la república porque les tocó. “Se partieron España entre los que mandaban y a los pobres nos mandaron a matarnos” contaban. Uno de mis tíos, el más joven, les dijo:
—Hombre, lucharíais por unos ideales.
—¿Ideales?
—Claro, vosotros querríais que ganasen los vuestros.
—Nosotros sabíamos que ganase Franco, o la república, o el comunismo, los retretes los iban limpiar los mismos.