Revista Diario

Blognovela (1) Cero

Publicado el 07 julio 2010 por Elcocteldeloscuentos
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Charlie no es (sólo) nombre de chico
Cero: Logan
La primera vez que te vi, Charlie, fue como si el fin del mundo hubiera llegado. Como una señal del destino, como un huracán imparable.
Logan era ese tipo de chico. Ese héroe de película que podía volver locas a jóvenes adolescentes, capaces hasta de vender a sus madres por tocarle. Y es que a sus diecisiete, Logan tenía todo aquello en lo que una chica podría fijarse… y mucho más. Era hijo de un importante arquitecto y una prestigiosa abogada y vivía en una de las zonas más ricas de la ciudad, Rosales Row. Iba a un colegio de pago, apuntaba maneras para una prometedora carrera en el fútbol, y siempre era el invitado de honor en las más sonadas y exclusivas fiestas. Había saboreado las mieles de saberse admitido en cualquier universidad privada del país sólo por las aportaciones anuales que sus padres hacían a las distintas instituciones. Había tenido todo sin tener que hacer nada por conseguirlo y, por qué no decirlo, era un tío con suerte.

Con su sonrisa, siempre más blanca que cualquier camisa que se pusiera, Logan cuidaba su aspecto tanto que a veces tenía que soportar que sus mejores amigos se metieran con él. Un pelo rubio oscuro brillante, unos ojos azules muy intensos, y un físico esculpido a base de entrenamientos de fútbol que traía loca a más de una chica del lugar, pero que sólo Fleur, su novia desde hacía ya seis meses, disfrutaba.
Hogar perfecto, pareja perfecta, presente perfecto… y futuro prometedor. Esa era la norma del líder de la élite en Rosales Row. Su realidad. Su vida…
… Con todas y cada una de las consecuencias, ya que lo que menos sospechaba él, aquel mes de septiembre a punto de empezar el nuevo curso, era que su vida iba a cambiar por completo con la llegada de alguien nuevo.
Una chica, su nueva vecina, que llegaba nueva a un sitio donde nadie lo era y que, sin quererlo, se convertiría en el tema de conversación del año… y en algo más.


****
Aquella mañana el camión de mudanzas había llegado temprano a la casa de al lado, donde desde que Logan tenía memoria, había vivido siempre la Señora Rodríguez, una enriquecida actriz mejicana que decidió mudarse a la zona costera de la ciudad. Nada más levantarse y subir la persiana de su habitación, Logan había visto el camión: “¿no me digas que otro par de ancianitos vienen a dejarse la fortuna en una de las casas más caras de la zona?”.
Qué equivocado estaba, y qué poco consciente era de ello.
Hacia medio día llegaron a casa sus dos mejores amigos, Pete y Ryan. Compañeros de juergas snobs que, por suerte, le sirvieron de testigo a Logan. Porque si le hubiera dicho a cualquiera que la chica más guapa que había visto nunca se había mudado a la mansión de al lado, nadie le hubiera creído. Y es que, también hacia medio día, junto al camión de mudanzas había aparcado un Cadillac rojo descapotable, conducido por una mujer de unos cuarenta y pocos y en cuyo asiento trasero, y acompañada de una cámara de fotos, viajaba ella.
Nunca podría olvidar aquel momento en el que vio su pelo rubio, con ondas que caían como cascadas por su espalda y sus hombros, ni tampoco su sonrisa tan expresiva e increíble. El mundo se detuvo cuando se bajó del coche con sus vaqueros desgastados y su cuerpecillo menudo, precedido por unos pechos pequeños pero muy bien formados. Sonreía con cada gesto de brazos y manos, y daba saltitos subida a unos zapatos muy altos que resaltaban sus delgadas piernas.
— Es una bendición del cielo —se había atrevido a decir Pete en ese momento.
Pete Canard era el heredero de toda una cadena de hoteles. Tenía cara de anuncio de loción para después del afeitado, rasgos finos y mirada insolente. Se pasaba el día colgado a los porros y los fines de semana de juerga en juerga, pero eso era normal y (casi) bueno. El único defecto que todas y cada una de las chicas de Rosales Row le veían, era que era un completo gilipollas, y no había nada peor que ser un completo gilipollas. Bueno sí, ser pobre, ser feo y ser un fracasado. Así que no, al fin y al cabo, Pete Canard no estaba tan mal.
— ¿Bromeas? Es una maldición —Ryan siempre hablaba sin pelos en la lengua, tirando de lenguaje soez. La escena era para verla: los tres plantados delante de la ventana viendo cómo la chica nueva se instalaba en la que sería su nueva y estupenda mansión— Si yo fuera Logan, tuviera como novia a Fleur Lorens y como vecina a una chica así… querría mudarme. Mejor, me suicidaría, directamente.
— ¿De qué coño hablas, Ryan? —espetó Logan, algo cansado del comportamiento de sus amigos.
— No podría resistir el ir a pedirle un poquito de sal a altas horas de la noche…
— Joder, qué pereza me dais.
Ryan era hijo de un importante empresario que trabajaba en proyectos con energías renovables. Su madre fue modelo antes de divorciarse de él y llevarse la mitad de su fortuna, cosa que Ryan utilizó, por su puesto, para hacerse el mártir y sacar tajada del drama familiar. Físicamente, tenía la cara de niño más tierna de todo Rosales Row, y un cuerpo muy bien entrenado, como el de Logan. Era, al fin y al cabo, un lobo disfrazado de corderito con unos bonitos y enternecedores ojos verdes.
— En serio, chicos, no es para tanto —Logan intentó, en vano, que su vecina no siguiera siendo el centro de su conversación. Se apartó unos pasos de la ventana— Es una chica, nada más… y vosotros vais a llenarme la moqueta de babas— dijo, echándose sobre su enorme cama.
— ¡Es una diosa! —Pete siempre decía “es una diosa” cuando en realidad quería decir “está jodidamente buena”. Lo que hace educarse en el mejor colegio del país…— Tienes que averiguar como se llama, Logan.
— Eso, y tienes que averiguar por qué se ha mudado.
— Obviamente porque tienen dinero, Ryan —obvió Pete.
— Sí, pero hay que ir más allá —contestó él, con una sonrisa afilada su cara, sacando a relucir sus dientes perlados de lobo malo.
— Tienes razón —cuando Pete sonreía de aquel modo, daba más miedo que Ryan— Hay que saber si va a venir al colegio, Logan, cuántos años tiene, dónde vivía antes de vivir aquí…
— Parad, en serio —Logan no estaba por la labor de hacer de espía para sus amigos— Parece que no habéis visto una chica en vuestra vida. Todas las chicas de por aquí son como ella: guapitas, delgadas… —se le acababan los adjetivos para definir a la “chica estándar de Rosales Row”—… monas.
— ¿Me permites que sea sincero? —preguntó Pete, tras un silencio.
Logan no dijo nada, porque a Pete le iba a dar igual lo que contestara. Siempre era sincero, brutalmente a veces, sin ningún tipo de tacto.
— Tu novia es guapita, delgada y mona… Y no le llega ni a las tapas de los tacones a tu vecinita, con perdón.
— Pete, esas cosas no se dicen —le riñó Ryan, medio en broma, medio en serio.
— No, está bien —Logan se encogió de hombros, como si estuviera resignado al comportamiento de su amigo.
— Escucha, Logan. Si a ti, tu nueva vecina no te interesa; a Ryan y a mí, sí que nos interesa— Pete se echó la mano al bolsillo trasero de sus Levi’s y sacó un canuto que tenía liado desde aquella mañana temprano, y que ya estaba arrugado— Tenemos que darle una buena bienvenida, hacer que se integre en el grupo, como si… como si estuviera en su propia casa.
— Sin segundas intenciones, ¿no? —Logan miró a sus dos amigos unos instantes, no pudo evitar soltar una risita.
Pete hizo una mueca y Logan le lanzó un cogín para que se separasen de la ventana.
— Joder, siempre pensando en lo mismo.
Quizá fuera por respeto a Fleur por lo que Logan no quiso expresar la impresión que aquella nueva vecina le había provocado. Quizá es que, como muchas veces a lo largo de toda su vida, estaba manteniendo las apariencias sobre las que se sustentaba su mundo de éxito. Quizá no se dio cuenta de que aquella chica había comenzado a cambiar desde aquel mismo momento su vida, sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

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