Cada mañana (amanece más tarde, compruebo) a las 6.30 en pie, todavía oscuro, sin necesidad de una alarma externa ni despertador. La mente sólo quiere sentarse a teclear, tan despejada. Qué mínimo que decir algo diario para entretener a los que pasan por aquí. Llevo 2000 kilómetros ida y vuelta en el cuerpo, que me saben a nada o poco, como acercarse al final de la calle, por una semana en el sur para la boda de mi hermano pequeño. Despegue a 15ºC con las turbulencias de una ciclogénesis explosiva para aterrizar en pleno veranillo de San Miguel con temperaturas de 27-32º; volver de nuevo a los 13ºC. De golpe y sin transiciones, en el mismo día se visitan el verano y el invierno.
Difíciles de explicar las cosquillas de hielo que recorren la piel de la espalda, junto a una especie de artrosis fantasmal con la que chirrían las junturas de los huesos, la memoria del organismo que a finales de septiembre, a finales de octubre, aún se pasea bajo el sol cálido y va a la playa; acumulo la cantidad de calor en un termostato invisible que debo recargar cada año.
No es mi culpa, son las células: proyectan una disonancia insoportable de repente, cuando el calendario nombra septiembre para unas condiciones que corresponden a la grisura de diciembre o enero. Controlar lo que han aprendido las células se traduce en éxito para no sufrir depresiones de emigrante.
Comentan: pues ya noto el otoño, cierta astenia, se me empieza a caer pelo...
El primer día completo de otoño (24 sep) sin embargo, las ideas se agolpan al mismo tiempo y con tanta fuerza que mi capacidad de asimilación no puede con ellas. No hay teclado suficiente.
El esquema oficial del crowdfunding, donde pediré dinero (por el trabajo de escritura, edición, maquetación y para comer) e ideas que los lectores quieran leer, aparte de las que ya tiene el texto; el libro que saldrá después de esa experiencia, un manual para escritores pero uno que valdrá la pena (es decir, para los escritores liminares, nunca se piensa en ellos a pesar de tanto y tanto taller, sólo están de moda en las letras anglosajonas); y más de la novela. Y un listado de agentes literarios para dar la brasa. Y, por si no era bastante, la chispa de un Los Versos del Hambre 2, después de hablar largo y tendido con la generación anterior (padres, tíos) y la posterior (el rango de 30 años exactos) y comentarios de mujeres que rozan los 30 y ya las meten en el saco de la vejez prematura para trabajar de cara al público, en una tienda por ejemplo, y con 27 sí las llamaban, ahora son viejas aunque su aspecto sea el mismo que con 27, y las dudas de alguien en Goodreads: "No puedo negar que eché en falta cierta luz sobre el problema, no me dio una solución por lo que me quedo en las mismas lagunas de mi triste realidad reflejada en la vida de otro", a veces un único comentario fugaz vale más que 100 argumentados juntos.
En Málaga desempolvé páginas que estaban sin repasar en profundidad desde, es posible, el año 2007. Los primeros poemas, los primeros relatos, los diarios acumulados. Los originales antes de pasar a su formato electrónico. Oh, sorpresa. Casi la mayoría de relatos, así, muchas comas para cortar la respiración, y muchos "y" muy repetidos y uno detrás de otro y detrás de coma, porque las normas están para romperlas y por qué no. Un estilo que ya estaba ahí hace 20 años.
Y los diarios. La narración de 2001 de los horrores de un trabajo temporal y a media jornada que no me hacía falta, verdadera falta, pero realicé durante 10 días para conseguir un extra y hacerle un regalo especial a mi novio de entonces. Me pagaron 302€ y sólo era un muñeco sonriente sin voluntad. Hoy, 14 años después, al mes gano 312€ en un trabajo similar de promotora. Vamos, hombre. Qué puta mierda es esta.
Entre idas y venidas, seguir con la lectura de Alice W. Flaherty hasta un capítulo (el del "bloqueo del escritor") que me ha hecho respirar tranquila, por primera vez en mi vida. Es la primera vez que no me siento sola, con ese vacío espectral, algo que nada (excepto publicar LVdH) ni nadie (sin excepción) había conseguido antes. Con la neurología en la mano, Flaherty explica de dónde viene, qué es y por qué del impulso abrupto e insoportable de escribir. Y que no soy la única, aunque los ejemplos que da no cuentan, porque todos acabaron siendo escritores, la mayoría en vida.
Veo con horror que ha pasado una semana. He despertado febrilmente, con lo que me cuesta levantarme, sólo para escribir. He tenido que tirarme de la silla, todos los días, despegarme a la fuerza e interrumpir lo que estaba haciendo para ir a un trabajo absurdo de 5.50€ la hora (dios santo, cuántas páginas se pueden hacer en una hora) a vender cosas que ni siquiera he creado yo. He intentado acostarme más tarde pero a mi organismo le ha dado exactamente igual, dormir ocho que dormir cuatro o dormir seis horas, a la misma en pie, toda la semana. Sin tregua. Porque la gente que no tiene nada que perder se vuelve extremadamente peligrosa y eso lo sabe mi inconsciente: pase lo que pase en lo que queda de año y en 2016, Amazon seguirá ahí y la paz que insufla esa libertad. Por eso me lleva despertando una semana sin que mi propia voluntad lo quiera.
Hoy domingo, después de ponerme a remojo como un garbanzo, al peinarme despacio he encontrado cuatro canas nuevas (por fin empiezan a salirme). Y me he reído de las casualidades. La primera cana la descubrí en 2013, la semana después de poner a la venta el libro en Amazon. La segunda ha aparecido al lado de esta. Otras dos juntas en una sien. Y la otra, en el centro geométrico del remolino que tengo en el flequillo. Cuatro libros en marcha, cuatro canas. Ahora, por adelantado.