Bogotá es un delirio. Que termine este festival por favor. Que no se acabe nunca. Quiero vivir dos veces. Para poder olvidarte. Para poder recordarte. Quiero llevarte conmigo. No voy a ninguna parte. Maten a los venados. David Bowie es un actor belga. El cantante de Abba también. Bogotá es un delirio. Quiero un pedazo de cielo. En Bogotá está más cerca. 2600 metros más cerca, dicen. Lo dudo. Está más lejos en realidad, estamos bajo el nivel del mar en Bogotá, cada vez más cerca del centro de la tierra. De ahí que la gente se caiga por el hueco del ascensor. De ahí que el whisky no dé resaca. De ahí que uno duerma menos. Hay más gravedad en Bogotá. Mucha gravedad. Bogotá es un delirio. Me gustaría estar en una isla. En una isla griega. En esa isla griega desplegada en tu piel. Como ese fantástico actor boliviano. Viajar de los Andes a Grecia. Contar historias en lugar de representarlas. Y con el precio que tiene, este lugar no me conviene, gente fina y delincuente. Calamaro siempre está ahí, cantando, en ese parque de Bogotá donde fui feliz. Sigo en estado de ánimo argentino. La catira es argentina, lo sé, aunque lo disimule. César Aira también. Su Diario de la Hepatitis es una joya.
El Ulises, alguien debería decirlo, es nada. Nada en absoluto.
¡El tiempo que lleva! Es horrendo. El tiempo que le llevó a Joyce... Es como una amenaza: la profesión de novelista. Eso puede pasarle a cualquiera.
"Hoy trabajé bien..." "Por aquel entonces estaba escribiendo mi novela..." "Me fui a un albergue de montaña a escribir..." "Por las tardes escribo en el Select..."
¡Nunca más caeré en eso! Por suerte, eso quedó atrás. Y no tanto por pereza como por respeto al prójimo, por no hacerlo víctima de ese narcicismo sin límites.
¡Creer que uno tiene realmente una vida! ¡Proclamarlo!