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Bolaño en el castillo

Publicado el 13 agosto 2010 por Chufflo
Bolaño en el castillo
Pienso en Bolaño y me lo imagino, una de dos, o bien en la garita del camping aquél de Castelldefells en el que languideció no poco tiempo, aprovechando las horas de un trabajo alimenticio y servil para escribir como un poseso, o bien delante del computador, pero no para escribir, sino concentrado en una virtual Stalingrado, pugnando por romper el cerco táctico que significó el principio del fin del Tercer Reich. Como escritor en estado nocturno y salvaje o como wargamer. No pienso en ningún Bolaño distinto de esos dos...
No hace mucho, mientras mis tropas de élite panzer eran inmisericordemente aplastadas en un infructuoso intento por retomar Carentan, me pregunté en voz alta, desesperada, vencida, que qué coño hacía yo allí, a mis treita y pico tacos, jugando a alargar la vida del Führer mediante soldaditos de plástico a escala 1:72, y J., que era quien tenía en ese momento enfrente y venía de finiquitar lo poco en pie de mis tropas con su último ataque paracaidista por el flanco izquierdo, contestó: "no suele ser ni una fascinación por lo nazi ni una obsesión militarista, es más la erótica del 'y si...', ¿sabes?, cambiar el curso de la Historia, triunfar donde fracasaron Napoléon primero y Hitler después". O lo que es lo mismo. Tener el cerebro del millón de dólares por sesera.
En la línea abierta por Marcel Schwob con Vidas imaginarias y culminada por Borges —Historia Universal de la Infamia, Pierre Menard— y Stanislaw Lem —Vacío perfecto, Magnitud Imaginaria, Golem XIV—, La Literatura nazi en América es un arranque sorpendente de metaliteratura anticipativa: vidas inventadas que, no obstante, podrían haber sido o aún pudieran ser. El apócrifo desfile bio-bibliográfico de un sinfín de ficticios escritores infames que no necesitaron de la victoria nacionalsocialista para dar al mundo una obra de discutible moral, aunque no por ello de necesario demérito literario. Un reverso tenebroso. Porque aunque los "escritores nazis" de Bolaño no existan —o aún no se hable de ellos— no quita que sí exista —y se lea a— Tom Clancy, por un poner ejemplos vergonzantes. Sorprende para bien que Bolaño leyó a Phlip K. Dick y su Man in the high castle y sorprende aún más que conocía el Iron Dream de Norman Spinrad, dos clásicos del género en el que el Tercer Reich y la idología nazi, por esos azares de la ucronía, acaban campando a sus anchas por el mundo. De hecho, la literatura de ciencia ficción y las novelas populares de a duro están omnipresentes en todo el libro, como una debilidad insoslayable. De todos modos, su manual de literatura nazi no es, como aquéllas, una historia alternativa, no es un qué se habría escrito en una versión de Universo en el que Hitler gana la partida, la nómina de escritores depravados de Bolaño lo es, depravada y abyecta, aunque no necesariamente indigna, precisamente porque se desarrolla en la clandestinidad del oprobio al vencido.
Es este el libro de un Bolaño tan a partes iguales narrador como wargamer, tan estudioso y amante de la literatura como de la Segunda Guerra Mundial y el malditísimo siglo XX. Escritor y General en uno, estoy seguro de que con ningún libro suyo se divirtió tanto como con éste: el caso era manejar —y desmadejar— vidas al antojo, ya fuesen éstas vividas o ficticias. El juego de siempre, que todo lo valida. Ser, una vez más, el Gran Titiritero. Tener por sesera el cerebro del millón de dólares que engendra los hilos del mundo.
Bolaño en el castillo

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