Iruni, el "narcopueblo" recientemente descubierto (Foto: El Deber)
Se acaba de anunciar que el Gengis Khan tropical, azote de los imperios y caudillo unificador de las seis tribus cocaleras del Chapare, se mandará a construir un hangar exclusivo para su caballo celestial cuyo presupuesto se estima en 8,5 millones de dólares, un precio bastante fabuloso tomando en cuenta que le pondrán techo de calamina al garaje de su aeronave que, comparando con el Boeing 747 de su archienemigo, Obama el Oscuro, resulta ser un mosquito. Visto así,no se entiende en qué se invertirá tanto dinero, a menos que sus ingenieros plurinacionales estén planeando instalar simuladores de vuelo, equipos para navegación antirradar, sistemas de humo distraccionista con aroma a incienso y otras tecnologías secretas.
Mientras el rey de la coca se jacta constantemente de haber expulsado a la DEA por una cuestión soberanista y que, además, con esta acción, sus fuerzas antidrogas obtienen mejores resultados que la puñetera agencia norteamericana y todos sus helicópteros y otros aparatos de última generación juntos, nadie conoce con certeza el secreto de su éxito. Es hasta motivo de orgullo mostrar los paquetes enumerados de cocaína prensada con la postal de una feria de quesos holandesa. Cuánta propaganda se genera cuando muestran los operativos con grandes incautaciones. Por ahí, algunos aventuran que su staff de chamanes asesora con sus poderes especiales y demás artes adivinatorias para atrapar a los narcos en sus escondites como si fueran conejos.
Sin embargo, la realidad muestra otra cosa. Será más bien que el país ha abierto las puertas de par en par a todos los mercachifles y otros emprendedores. En el ambiente sopla un aire tan favorable que ya no individuos arriesgados se meten al negocio sino comunidades enteras (en un solo día, en un operativo se destruyeron más de un centenar de factorías en San Germán, localidad de Santa Cruz). Hay un convencimiento tácito de que son tiempos de Jauja, que hay que apurar, que la suerte está de tu lado mientras Evo y sus cocaleros estén en el poder. Sin gringos husmeando por ahí, bien vale hasta instalar las fábricas en el patio de un barrio periférico. Antes, todo el asunto de la elaboración estaba asociado indisolublemente a aéreas inaccesibles, fincas remotas y selvas próximas a los cocales. El “oro verde” le llamaban y todo el mundo sabía de qué se estaba hablando. Ahora tiene otros matices.
Hoy, el modus operandiha sufrido una sustancial modificación. Ya resulta normal que la policía antidroga encuentre constantemente factorías recientemente abandonadas, a veces a toda prisa en los valles, en los pueblos, en las ciudades intermedias, lejos de las plantaciones de la materia prima. Nadie sabe cómo llega la coca a estos sitios tan poblados o será que su condición de hoja “sagrada” obra el milagro de volverla invisible. Los fabricantes tienen hasta el atrevimiento de botar coca molida al borde de ríos y lagunas cercanas a las grandes ciudades como en una actitud de desafío. Ya sabemos que el Chapare es un pequeño estado dentro del estado, una zona roja con sus propias leyes y costumbres, donde circulan vehículos sin matrículas y se negocian los mismos a la vista de la policía. Ay del agente que esté investigando por su cuenta, corre el riesgo de ser linchado. Todo el mundo lo sabe. Donde mandan caciques cocaleros hay un siniestro código de silencio.
Así las cosas, a nadie extraña que las pozas y factorías ya forman parte del paisaje natural. Ya no queda ninguna región a salvo de esta actividad empresarial tan en boga; sin leyes, sin control, sin límites, sin respeto a la naturaleza, como mejor expresión del capitalismo salvaje y depredador que los gurúes del cambio combaten con discursos. Uno de los últimos acontecimientos fue enterarnos de que en pleno altiplano, cerca a la frontera chilena, en un pueblito mísero donde sólo crece la paja brava, todos los habitantes estaban dedicados a la fabricación, como constató la fuerza antinarcóticos al descubrir utensilios, moldes y restos de precursores químicos desperdigados en prácticamente todas las casas, habiéndose topado incluso con un hallazgo curioso de un enterramiento de una decena de armadillos junto a dólares y monedas a modo de ofrenda pagana. Eso sí, el pueblo era un villorrio fantasma, hasta los perros lo habían abandonado horas o días antes. Constituye una estampa surrealista que, en tiempos de fiesta patronal, se vean vehículos lujosos aparcados a la puerta de casuchas de caseríos abandonados a la suerte de dios.
Como no podía ser de otra manera, la tentación es tan grande y el negocio tan floreciente, que hasta autoridades y otros funcionarios han decidido participar del festín plenamente. Suena cómico, por no decir otra cosa que, mientras Evo Morales defiende en foros internacionales la santidad de su hoja milenaria; dentro de casa, sus propios correligionarios contradicen sus buenos deseos dedicándose al tráfico diabólico. Ya son demasiados los casos representativos que han manchado a su administración y a nadie parece importarle. Ni a la opinión pública internacional. Un narcogeneral de policía, narcoalcaldes, narcodirigentes y hasta un narcoamauta, el brujo andino que lo entronizó en una ceremonia colorida en las ruinas de Tiwanacu; sólo como una pequeña muestra de peces gordos. Por supuesto, incontables campesinos y cocaleros protegen a los narcos instalados en su territorio, o, en muchos casos, se han apresurado a cambiar de oficio. La prosperidad es tal que, en el valle cochabambino, brotan los chalets de arquitectura chicha como hongos. A pesar de que el desarrollo regional está estancado con respecto a los otros departamentos del país.
Las denuncias por este ilícito siguen llegando constantemente. Los carteles extranjeros hace tiempo que ya se han instalado en Santa Cruz y alrededores y, con ellos, sus temibles sicarios que antes acaso veíamos en telenovelas. El país ofrece una imagen de zona franca, como un inmenso shopping donde la gran transnacional de la muerte puede surtirse de mercadería. Menos de un mes atrás, se interceptó un alijo de más de un millón de dólares que dejaron caer desde una avioneta procedente del Paraguay, destinados al pago de proveedores locales, habiéndose detenido a algunos emisarios. Las últimas semanas, dos diputados oficialistas fueron involucrados por tener nexos de amistad con un ciudadano libanés, apresado recientemente cuando intentaba camuflar droga en un cargamento de equipo industrial a un país africano. Lo anecdótico del caso es que el narco libanés hacía campaña por el partido desde 2005, y se paseaba por todo el territorio nacional como Pedro por su casa, pues tenía un par de pases concedidos por la Cámara de Diputados para circular con toda libertad y preferencia. Es más, estos dos diputados hasta habían recomendado su nombramiento como cónsul honorario en alguna delegación en el extranjero, según dicen ellos, a consecuencia de que el presidente Morales había solicitado que propongan nombres con conocimientos de varios idiomas. Entretanto, la directiva camaral anterior y la actual se acusan mutuamente de haber concedido los permisos. Los diputados señalados siguen muy panchos ocupando sus curules, claro está.
Y para finalizar, un par de días atrás, el director de la Dirección General de la Hoja de Coca e Industrialización (Digcoin) fue aprehendido por desviar coca incautada, efectuar cobros irregulares y otras acusaciones inherentes a su cargo y, para terminar de hundirlo, el sorprendentemente agilísimo Ministerio de Transparencia y Lucha Anticorrupción le endosó el delito de falsificación de documentos personales para acceder al puesto, en una muestra de que primero nombran a sus funcionarios y luego investigan sus antecedentes, siempre y cuando caigan en desgracia y no sean pesos pesados en la jerarquía del partido. Después de todo, el pobre hombre estaba siendo fiel a su cometido, fomentando su industrialización, aunque ciertamente no le estaba vendiendo la coca a la Coca Cola Company.
No obstante, a pesar de toda esta lluvia de escándalos que embarra y salpica a tanta gente del gobierno, el país no parece reaccionar, como si estuviera narcotizado por algún efecto osmótico. De otra manera no se explica que la popularidad de Morales siga tan alta en las encuestas. Embobados por su discurso salvador, muchísimos se prestan de buena gana a formar parte del espectáculo circense de masticados masivos en plazas. Entretanto, el narcotráfico carcome y hunde a la sociedad, con crímenes de ajustes de cuentas a la orden del día. Estamos tan acostumbrados a su presencia que lo único que se hace es encoger los hombros, como si se aceptara que el negocio ya forma parte de nuestra cultura, sin importar mucho que fuera de las fronteras nos tomen por sospechosos instantáneos al mirar nuestros pasaportes. ¡Qué triste y terrible imagen proyectamos al mundo!