Boris Vian redactó esta novela cuando tenía 23 años. El titán de las letras tenía claro que quería provocar reacciones encontradas en el lector. La obra no deja de ser una parodia de las novelas decimonónicas con una enorme carga de anacronismos que roza el absurdo y el disparate. Lo más importante de todo es que ya se atisban esas pinceladas del sentido del humor de un autor irrepetible.
Y no es que la historia, en la que varios aristócratas buscan un objeto valioso, no se opte incluso por la metaliteratura, se incluye una novela dentro de esta, sino es que en cuanto la trama parece tener cierto sentido llega un golpe, un giro, una resurrección o una vuelta de tuerca a las meninges. Como obra humorística puede recordar a Groucho Marx en algunos pasajes, aunque con más salvajismo, y como novela no deja de ser una primera obra en la que ya se siembran los elementos que posteriormente se recolectaron. Recomendable.