Revista Talentos

Botellita

Publicado el 15 octubre 2014 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
Pablo era un pibe más, pelo castaño, ojos pardos, alto. Nada lo diferenciaba de los demás. Quizá es por eso que ni él ni nadie sabía que lo amaba. En cambio, todas podíamos estar enamoradas de Tomás. Rubio, ojos celestes, siempre impecable. Desde que una confesó que le gustaba Tomás, todas teníamos permitido que nos gustara. Con Pablo, como con Pedro o Juan, era distinto. Nada los diferenciaba, no existían, eran grises.
Pablo empezó a llamarme la atención cuando lo vi caminando hasta la puerta de la escuela, acompañado de su mamá y al llegar a la puerta saludarla con un beso. Hasta los chicos de tercer grado tenian la precaución de despedirse de la mamá a la vuelta del colegio. Estas cosas de él se repetían siempre, nunca estaba sentado lo suficientemente atrás como para arrojar cosas, no tenía manchado el guardapolvo con manchas de haber jugado a la mancha, usaba pitucones en las rodillas que no nos dejaban distinguir si su pantalón se había agujereado por una pelea o por una caída torpe.
Todas las charlas en el recreo giraban sobre cómo sería tomarse de la mano con Tomás. María siempre alardeaba sobre el día en que él le dibujó un gatito en el cuaderno y nosotras suspirábamos. Todas teníamos escrito en nuestro banco un corazón con nuestras iniciales y la letra T.
A todo esto, a mí y a unas cuantas Tomas no nos interesaba, seguíamos la corriente para no quedar como las raras, esas a las que todos cargan y no invitan a cumpleaños. A mí me importaba Pablo, pero como ninguna de las otras sabía que existía entonces no existía.
El festival de fin de año de la escuela llegó y en uno de los intervalos las chicas propusimos jugar a la botellita. Los chicos nunca querían jugar, para ellos jugar a la botellita era ser maricón. Esta vez aceptaron porque les dio curiosidad el ver besarse a dos chicos grandes de séptimo grado. El objetivo de las chicas era darle un beso a Tomás, la que lo consiguiera sería algo así como la líder del grupo. Las demás tendríamos que esperar a que, al año siguiente, apareciera un chico nuevo.
El momento había llegado, obviamente no estaba sólo Tomás en la ronda, sino que también estaban Pedro, Juan, Roberto (quien todavía se hacia pis encima cosa que es entendible en el Jardín y nunca más) y Pablo. La botella comenzó a girar señalando varios apretones de manos. Cuatro giros inesperados dejaron en suerte que las únicas que llegaramos a darnos un beso en el cachete entre sí fueramos Tomás, Pablo, María, y yo, lo cual nos dejaba a solo un giro del esperado pico. El silencio cubría el patio de baldosas rojas, María era la encargada de tirar por ser la última señalada. Mi suerte estaba en sus manos. María lanzó y la botella giró lentamente, con poco suspenso y fue a unir a Pablo y a María. Me tranquilicé pensando que ella se negaría y vendría otro giro después de una corta burla, pero no fue así, se besaron. Todo el año escolar se me pasó por la cabeza, no pude aguantar y lloré. Ese fue mi peor error, por mi llanto todas se enteraron que me gustaba Pablo. Nadie me creyó que las lágrimas eran por un picotón, todos sabían que eran por lo que había pasado. Nadie cargó a María ya que al fin y al cabo ella había besado a un chico. Nadie se acordó nunca más de Tomás, ahora todas estaban enamoradas de Pablo. Después me entere de  que a María, Pablo le gustaba de antes, pero eso es parte de otra historia.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Pablo Ferreiro 329 veces
compartido
ver su blog

Sus últimos artículos

Dossiers Paperblog

Revista