Revista Literatura

Breve conversación con woody allen

Publicado el 04 noviembre 2015 por José Ángel Ordiz @jaordiz

El otro día (es decir, hará seis o siete años) caminaba sin prisa hacia el Campo de San Francisco, donde se respira el oxígeno purificador de sus árboles, centenarios algunos, otros más jóvenes, todos tan útiles para el ser humano en cualquier parte pero no todos a salvo de la ingrata mano del hombre, cuando, ya en la calle peatonal Milicias Nacionales, vi a Woody Allen detenido entre dos pasos.

Me acerqué a él, sonreí.

-Hola, Woody.

-Quién eres tú.

-Eso querría saber yo.

-Te entiendo, te entiendo; lo mismo me sucede a mí.

-Qué tal va esa salud.

-Mi psiquiatra actual dice que bien, pero no es verdad.

-El mío, el actual, también me dice eso, y se equivoca también.

-Tanto como estudian y ya ves para qué.

-Lo que sí veo es que los gamberros te quitaron las gafas otra vez. Solo te dejaron las patillas.

-Anoche, anoche me atacaron con una barra de metal.

-Tienes una mancha en la cabeza.

-Una cagada de paloma. Eso fue antes, a plena luz del día.

-¿No te gusta tanto esta ciudad? Pues toma Oviedo.

-Me gustaría más aún si pudiera llegar hasta ese campo de los árboles que hoy no veo bien desde aquí por culpa de cuatro delincuentes de catorce o quince años. Los conté mientras me agredían y se burlaban de mí y de mi mujer.

-Que antes era tu hija.

-Hijastra, hijastra, no empieces tú también.

-Mira que eres complicado.

-¿No lo eres tú?

-Mis relatos sin duda alguna, o eso afirman los expertos.

-¿Escribes?

-Ahora todo el mundo escribe, Woody.

-Hasta los que no escriben bien ni su propio nombre, tienes razón.

-Me gustan tus películas, neoyorquino.

-Allá tú. A mí lo que me gusta de verdad es tocar el clarinete. No acabo de hacerme con él, de ser un virtuoso, pero meto un ruido... Y como lo paso tan bien con la orquesta...

-Los lunes en el Carlyle, lo sé.

-¿Eres natural de esta ciudad?

-No, vivo aquí desde hace muchos años, pero soy de una aldea en la que hoy reside el abandono. Vivo aquí y voy y vengo. Vengo de la memoria y voy, o quiero llegar, al recuerdo.

-¿También le das a la poesía?

-No, qué va. Lo de la poesía es demasiado para mi poco arte.

-A mí no me la pegas.

-No lo pretendo, créeme.

-En uno de sus artículos pretéritos, Antonio Muñoz Molina sostiene que es infrecuente hallar...

-Espera, Woody, lo de soltar ese rollo es algo de mi personaje, no del tuyo. Aunque, si quieres, te cambio el papel, el anonimato por la fama.

-¿Sabes la edad que tengo yo?

-Hostias, es verdad. Lo siento, Woody, me quedo con mi anonimato y con mis años. Además, todo eso de la fama...

-Cierto, cierto, caca de paloma y objetivo de futuros presidiarios en Oviedo y en Manhattan.

-¿Qué murmuras ahora?

-Que ya decía yo que no me sonaba el Antonio ese. El Banderas sí, pero el Muñoz Molina...

-No te preocupes, a los escritores no nos conoce ni Dios, ya se lamenta por ello un personaje de Cela en La Colmena, y mira que llovió desde entonces, sobre todo en Oviedo.

-Llueve y vuelve a llover, sí, y yo aquí, a la intemperie, con lo propenso que soy a pillar resfriados. Resfriados o lo que sea, no hay enfermedad que se me resista.

-Qué gracia la tuya, nunca dejarás de sorprenderme. No me creo que en persona, alejado de tus películas y del clarinete, seas tan aburrido como dicen.

-Ni yo, pero eso es lo de menos; la fama, ya sabes. ¿Qué sostiene tu Antonio?

-Sostiene el andaluz de Úbeda, cada vez más internacional, como tú, directo, de cabeza, va para el Nobel, y nosotros que lo veamos, sostiene, te decía, que es infrecuente hallar Poesía en los libros de poesía. Y añado yo: es infrecuente hallar miles de tajos o de caricias en poemas afilados como un bisturí o delicados como un beso después de la pasión, cuando la ternura desplaza a la urgencia. Resulta entonces, al hallar Poesía en los libros de poesía, que leo como si estuviera viendo una película o asomado a un balcón abierto al proscenio en el que actúa la humanidad, tal es el arraigo en mi persona de la cultura audiovisual. Lo malo de esos poemas bellísimos es que, generalmente, han dolido, duelen y dolerán más cuanto más hermosos son.

-Tú le das a la poesía como que hay Dios.

-¿Lo hay?

-¿A mí me lo preguntas?

-Por preguntar...

-¿Lo dejamos en que hay días que existe y en que hay días que no?

-Perfecto, genio. Podría quedarme aquí, contigo, la tarde entera.

-Quédate, me aburro.

-Me espera el Campo de San Francisco, me esperan sus árboles purificadores.

-Y yo aquí plantado, tan cerca y tan lejos de ellos al mismo tiempo. ¿Volverás?

-Si no me atropella un coche al cruzar la calle Uría ni me da un patatús al respirar tanta pureza, acostumbrados mis pulmones a la contaminación...

-Vale.


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