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Breve revival Beatle - Nota II: "Abbey Road"

Publicado el 26 septiembre 2009 por Bitacorock

La calle mítica del rock

Lo dijimos antes: los Beatles cargan con una culpa ignominiosa por haber plantado la semilla de la que poco después emergería el frondoso árbol del movimiento progresivo, lleno de ramas y repleto de frutos.

Con los años ’60 a punto de inscribir su legado como la década más colorida, innovadora y formidable del siglo XX, y como si hubieran transitado por ella en el mayor de los anonimatos, Paul, George, Ringo y John todavía escondían un as de espadas bajo la manga.

En su calidad de sucesores del magnánimo "Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band", ni el álbum blanco ni "Yellow Submarine" habían repetido la gloria de un hito que, editado en junio de 1967, al final de la década todavía se mantenía firme en los charts discográficos ingleses.

Sin embargo, con el fantasma de la ya inevitable muerte de los Beatles danzando a la vuelta de la esquina, los muchachos acordaron entonar un memorable canto del cisne en algún estudio de grabación.

Una vez más, los Abbey Road Studios de la calle Abbey Road fueron el centro de la última reunión. No es casual que el título de ese disco del adiós fuera precisamente, "Abbey Road".

Entonces y ahora, uno no puede menos que sentirse subyugado por ese manto sonoro que despliega "Abbey Road", un álbum pionero y único hasta entonces en la discografía beatle. Porque, al igual que "Sgt. Pepper’s..." volvía a incursionar en un formato semi-conceptual caracterizado por el sutil eslabonamiento de los temas; pero muy a diferencia de éste, tomaba discreta distancia del fuerte aroma a Swinging London para ceder el paso a una nueva corriente que no era eminentemente pop, psicodélica ni rockanrollera, sino más bien una original amalgama de todos estos matices. Con el tiempo, una depurada variante de esta amalgama quedaría patentada en la industria musical bajo el rótulo rock progresivo, pero hasta entonces el público se enfrentaba a una nueva dimensión en el repertorio de los Fab Four, que vaya uno a saber qué cariz hubiera tomado si el grupo continuaba unido y con una producción discográfica en constante crecimiento.

En cuestión de pocas semanas "Abbey Road" se haría acreedor al mito de clásico indiscutido. No es sorprendente, porque cada corte de ese disco constituye un clásico en sí mismo.

No sólo un típico toque Lennon entrometiéndose en el terreno progresivo a pasos agigantados e invitándonos con un certero "Come together" abre las puertas de un festín inolvidable. También está ese "algo" que, así de simple como es, pincha con la pluma de George Harrison la colección de los grandes hitos de la beatlemanía porque "Something" es su mejor contribución al sonido del Cuarteto y porque, tal vez junto a su "My sweet Lord" de 1970, perdura como creación inmortal a través de las décadas.

Nada mal para el comienzo. Aún falta que la voz y la presencia de Paul McCartney se hagan sentir en dos cortes memorables, uno de clásica factura maccartniana que pega a puro martillo (de plata, eso sí) y el otro nuevamente de innegable sabor Lennon. ¿Quién acaso no canturreó ese frenético "Oh, darling!" cuando éramos chicos, entusiasmados por alcanzar el portentoso agudo registro vocal de Paul... para sólo quedarnos a mitad de camino? ¿Y quién no asistió encantado al jardín de Ringo Starr? Otro que aporta la mejor creación de su pluma ambidextra de ex-zurdo con ese bucólico "Octopus garden" que pinta todo un universo de colores... antes de que el majestuoso pesado se adueñe de nuestros oídos reiterando ese meloso "I want you (She’s so heavy)" que cierra abruptamente el lado 1 del mismo modo que comenzó: bien de avanzada, bien progresivo.

Para los dubitativos... todavía queda el Lado 2. Pocas veces en la historia discográfica hubo un Lado 2 tan famoso. Es que era un mundo aparte. Trenzado en un medley alucinante tras saludarnos con dos reliquias de colección -una nuevamente de la original factoría Harrison y la otra descolgada como una sinfonía coral del siglo XVIII- ese Lado 2 descorría la cortina creativa de un cuarteto que nunca habíamos escuchado hasta entonces y que dejaba a años-luz de distancia a esos primeros torpes acordes de los Fab Four en "Please, Please Me".

En ese Lado 2 los muchachos se permitieron de todo: desde alusiones verbales al descalabro financiero de Apple Records hasta la parodia de esa historia aparentemente apócrifa de la groupie que entró por la ventana del baño de la casa de Paul; desde la tomada de pelo con sus recitados en una mezcolanza de lenguas romances (recurso que parecía divertirlos porque ya venían con el entrenamiento apropiado de las épocas de "Bésame mucho") hasta la charada que propone la canción más breve de la discografía beatle, que cerraba el vinilo como melodía fantasma, sin anunciarse en la contratapa e irrumpiendo estruendosa tras un silencio de más de 20 segundos.

Todo esto, claro, sin considerar la madurez instrumental que el Cuarteto había adquirido por entonces... porque si la tenemos en cuenta, entonces una vez más el cuatritono "Please, Please Me" se queda a una galaxia de distancia. Mucho del quinto Beatle, el moreno Billy Preston del mágico órgano Hammond, queda estampado en la infinita sucesión de climas sonoros a lo largo del disco. Pero las teclas no sólo hacen gala del Hammond, sino también del Moog que tanto John, como Paul y George manejan discretamente aquí y allá, en una de las primeras aplicaciones del chiche de Bob Moog en el rock popular. Los arreglos vocales alcanzan su máxima expresión en el catálogo beatle, por cuanto los innumerables doblajes de voces, particularmente entre Paul, John y George, logran verdaderos efectos corales de monumental belleza. Y como si todo esto fuera poco, Ringo nos regala su único solo de batería en un disco beatle, con el que en su momento todos deliramos, a pesar de su brevedad y de que hasta entonces nunca habíamos escuchado a Ginger Baker... Pero era Ringo! Todo dicho.

Ni hablar de la portada ni de la senda peatonal más célebre del mundo, que tantos añoramos vivir para cruzarla alguna vez. ¿Pensaron acaso John, George, Ringo y Paul que estarían haciendo historia en esos 15 minutos de un soleado mediodía londinense? ¿Imaginaron que esa foto legendaria habría de despedir definitivamente del anonimato a cada persona y objeto que aparece en ella? ¿Sospecharon que el modesto escenario montado alrededor de esa foto alimentaría las historias más delirantes surgidas de la mente de más de un aprendiz de Sherlock Holmes? ¿Creyeron que para inmortalizarse en los corazones de los melómanos de todo el mundo sólo debían conformarse con ser muñecos de cera en el museo de Madame Tussauds?

Lejos, muy lejos de constituir un mudo testimonio del fin de una época gloriosa, "Abbey Road" habla claro y firme, con voz y voto, se erige cual monolito secular y anuncia a los cuatro vientos: "Aquí estoy yo!"

Imperturbable, solemne, altivo y tenaz.

Hace ya 40 años que viene girando en un tornillo sin fin. Porque así será siempre el impresionante legado que lleva consigo.

Feliz aniversario "Abbey Road"!


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